Había sido una noche como
cualquier otra noche de tormenta en Villa Conejo. El mar se había picado y las
olas se estrellaron contra los riscos del acantilado. Al amanecer los
habitantes corrieron a la playa. Un día antes se había avistado un buque
extranjero. Con un poco de suerte la tormenta lo había arrojado contra las
rocas, y la marea había escupido sus tesoros a la orilla.
Los niños y los jóvenes llegaron
primero. Recorrieron la playa a brincos emocionados. La arena blanca estaba
llena de tablas y tablones. Una vez secas serían piezas de nuevos muebles, o de
casas. Las grandes velas del barco, arremolinadas y rasgadas se convertirían en
cortinas o manteles. Algunos trastos habían sobrevivido sin mayor rasguño. Una
vez lavados y secos irían a algún hogar. Mucho del resto terminaría en las
fogatas. También había unas pocas armas: espadas y mosquetones llenos de lodo y
pólvora mojada. Esos irían a la modesta armería de la villa.
Los cadáveres que no se habían
hundido se hinchaban bajo el sol. Las gaviotas les habían sacado los ojos y los
conejos corrían espantándolas esperando que no hubieran rasgado las ropas. Los
desnudaban para hacerse de sus vestimentas, no sin antes revisar en sus
bolsillos, y devolvían los cuerpos al mar.
-Este era un barco pirata –dijo
un conejo alto y blanco. En el largo de su barba se adivinaban sus años. La
firmeza de sus pasos transmitía su templanza, y en el tono de su voz se sentía
su autoridad. Era el Conehage, el jefe de la villa
-¿Cómo lo sabe? –preguntó
Ikari-Conejo caminando junto a él con su bastón. El Conehage había recorrido el
mundo en su juventud. Había visto muchas cosas que Ikari-Conejo, su amigo de la
infancia, no entendía.
-Se sabe por las gentes
–respondió con los brazos cruzados en su espalda-. Un zorro por aquí, un ciervo
por allá, y más allá un lobo. Gentes de diferentes países en el mismo barco
sólo pueden ser piratas.
-¡Pronto! –exclamó Ikari-Conejo a
unos conejos que los escoltaban-. ¡Que un grupo vaya a la bahía! Si traían cofres
llenos de tesoros deben haberse hundido. –Ikari- Conejo era un conejo moteado
de mente práctica y sencilla. Como sensei era el segundo conejo más importante
de la Villa. Si su amigo no hubiese regresado seguramente habría sido Conehage.
-La facilidad con la que te
entregas a la rapiña me asusta, querido amigo. –Gimió a su vez el Conehage.
-Conehage-dono –dijo su amigo
suspirando, como liberándose de un peso que esperaba compartir-. Usted sabe que
lo hacemos por la necesidad de la villa y el país. Desde que el reino está en
guerra, lo único que recibimos de la capital son exigencias: ¡produzcan más
zanahorias, más coles, mas papas! Vienen y se llevan todo, y el pueblo pasa
hambre.
-Todos debemos hacer sacrificios
en tiempo difíciles –dijo el Conehage deteniendo su caminata reflexivo. El
horizonte se hallaba nublado. El mar seguía picado.
-No habrá pesca este día
–lamentó-. Al menos parece que tendremos una buena colecta.
-¡Hay uno vivo! –gritaron a lo
lejos-. ¡Uno vivo!
-¡Mala hierba! –exclamó Ikari con
una expresión de fastidio-. ¡Rápido, mátenlo!
-¡No! ¡Que nadie lo toque! Mala
hierba Ikari. Eso es lo que temo de tu practicidad, ¡que olvides el valor de la
vida! –dijo el Conehage brincoteando de prisa hacia donde estaba el
sobreviviente. Era un gato. Salvo por su pecho y sus cuatro patas, que eran
blancas, se diría que era totalmente negro. Tenía puesto un pantalón café hecho
tirones, y respiraba con dificultad. Se había amarrado al mástil para no
hundirse.
-Rápido –mandó el Conehage a dos
pequeños conejos cafés-, llévenlo a la aldea y atiendan sus heridas
-¡Pero Conehage-dono, es un
extranjero! –replicó amargamente Ikari-Conejo-. Está prohibido ayudar a
extranjeros en tiempo de guerra. Si se enteran en la capital le cortarán la
cabeza.
-Conozco las leyes de mi país
–gruñó el Conehage recogiendo una cinta de tela blanca enredada entre las
cuerdas. Tenía un símbolo dibujado. Lo miró con aparente desden.
-Ikari -dijo el Conehage-, que lo
lleven a mi casa en cuanto lo hayan atendido. Será mi invitado de honor –ordenó,
y brincó de vuelta a la aldea.
2-LA REUNIÓN DE LOS CUATRO
Los Cuatro Mayores de la villa se
reunieron lo más pronto posible. El jefe del clan Tan y el jefe del clan Himura
llegaron juntos al final. Se abrieron paso entre la excitada multitud afuera del
dojo. Dentro ya los esperaban el Conehage e Ikari-Conejo.
A Katsushiro-Tan se le conocía
por ser un conejo inmenso y muy robusto. Su pelaje era gris. Era gran bebedor y
fumador. De hecho, llegó emitiendo enormes fumarolas con su pipa. Tanto al
Conehage como a Ikari les molestaba que se fumara dentro del dojo. Las puertas
eran de papel blanco y se manchaba con el humo. Por cortesía no dijeron nada.
Katsushiro-sama era muy dado a iniciar peleas por nada. Su clan se encargaba de
la pesca y la siembra. Virtualmente eran los dueños del alimento de la villa.
Kabuto-Himura por su parte era
reconocido por su naturaleza afable y tranquila. Gustaba de fumar largos
cigarrillos de zanahoria. En esta ocasión salió tan deprisa que no había tenido
tiempo de traerlos consigo. En todo caso lo hubiera apagado antes de entrar. Él
se había entrenado en ese dojo durante su juventud. Lo amaba como su hogar, y
respetaba a Ikari-sensei. Era un conejo café, delgado, reservado, tímido dirían
algunos, pero ágil y fuerte. Tradicionalmente el clan Himura se encargaba de
los servicios de la villa. Traian el agua desde la montaña, reparaban los
caminos y las viviendas, y cortaban la leña.
Ikari-Conejo estaba presente en
su calidad de sensei. Él y sus discípulos eran responsables por la
seguridad y el orden. Sin embargo, al entrar en guerra, poco a poco sus alumnos
fueron requeridos en combate, hasta quedar sólo él, y una camada de críos muy
jóvenes aún para la lucha.
El Conehage, desde luego estaba
presente en su calidad de Jefe de la villa. La reunión se debía al ataque del
que habían sido objeto por un grupo de cuervos-ninja. Habían aleteado en
silencio directo a los graneros. A pesar del sigilo no les importó ser vistos
por los aldeanos que de inmediato dieron aviso a Ikari-Conejo.
-Con la mayor parte de los
guerreros de las aldeas peleando en la frontera, se entiende que no esperaran
gran resistencia –dijo él.
-¡Muy mal por ellos! –se carcajeó
Katsushiro-. ¡Aquí contamos con Ikari-Conejo y el poderoso Conehage!
Entre ellos dos habían contado
por lo menos siete cuervos ninja. Al primero lo mató el Conehage. Lo cogió por
el pico y le rompió el cuello en silencio. El segundo fue un poco más
escandaloso. Graznó alertando a sus compañeros antes de que Ikari-Conejo le hundiera
una maza de cobre en la cabeza. Después de eso se vino un combate desordenado
en el que dos cuervos más terminaron con un ala y un pierna rota. Sus
compañeros tuvieron que abandonar el botín para escapar al vuelo. Por el lado
de la villa murió un campesino. Le abrieron el abdomen a lo largo del torso, de
tal modo que sus tripas tocaron el pasto antes que él.
Antes de desaparecer, uno de los
cuervos lanzó una advertencia: “Tienen hasta mañana al atardecer para
entregarnos su cosecha, o mataremos a todos”.
-No debe tomarse en vano
–enfatizó Ikari-Conejo-. Sin duda regresarán con más, y mejor preparados.
Atacarán al anochecer.
-Conehage-dono –dijo Kabuto-, ¿Ya
ha pedido auxilio a Castillo Zanahoria y a la aldea Conehaware?
El Conehage afirmó con la cabeza.
-La división más cercana tardará
por lo menos dos semanas en llegar –dijo. Lo cual era cierto, pero la realidad
era que el Emperador no dispondría de sus guerreros para proteger a una aldea
insignificante teniendo comprometida la frontera. -Y Conehaware… –agregó- ya no
existe. Esta mañana recibí un mensaje del Ministerio. La aldea fue incendiada
por un grupo de bandidos ninja.
-Podemos asumir que se trata del
mismo grupo que nos amenaza –apuntó Ikari-Conejo.
-¿Entonces Conehage-dono, Ikari-conejo
sensei, que haremos? –preguntó Kabuto
angustiado. No le hacía ilusión llegar a un enfrentamiento. Sugirió evacuar,
pero Katsushiro le hizo ver que sería
igual, e incluso mejor someterse a los ninja. Agregó, además, que en menos de
seis días llegaría el recaudador a pedir el 70 por ciento de la cosecha, y que
no contaban con dos como para entregarle una al Emperador y otra a los
bandidos. Así que sólo quedaba combatir. Tras una deliberación, se acordó que
Ikari-Conejo y el clan Himura defenderían el pueblo. El Conehage y el
clan Tan se atrincherarían en los graneros que se encontraban a las afueras de
la villa, en los acantilados.
Una vez conformes, el Conehage se
levantó diciendo: - Vayamos entonces a prepararnos. Nos enfrentamos a una
fuerza que nos supera en número y que con seguridad acabará con nosotros.
¡Seamos valientes!
-¡Seamos valientes! –gritaron los
otros tres y se levantaron para salir. En ese momento se abrió la puerta del
golpe. Todos voltearon para ver a la joven coneja que entraba agitada.
-¡Hitomi-chan! –exclamó el
Conehage. Ella hizo una apresurada reverencia y dijo: -El extranjero… el gato…
despertó.
3-LA ARMADURA DEL SAMURAI
La casa del Conehage se
encontraba en el centro de la villa. Era una construcción de madera de una sola
planta levantada sobre una base de piedra. Las paredes eran de papel blanco con
vigas de ébano, con su nicho y una ventana shoin. Se encontraba al fondo de un
cuidado jardín de lilas custodiado por dos dragones de piedra.
El Conehage atravesó el jardín de
dos brincos. Fue tan veloz que cualquiera lo hubiera confundido con un par de
relámpagos. Entró directamente a interrogar al gato extranjero. Era importante
saber si tenía información que ayudara o comprometiera a la nación. Después de
todo estaban en guerra con el País de los Gatos. Algo que finalmente a él lo
tenía sin cuidado, pero aun tenía que hacerlo. Era su deber como Conehage. Uno
que alegremente hubiera pasado por alto de no ser por el interés de
Ikari-Conejo y los jefes de los clanes. Quienes bajo la excusa de ultimar los
detalles de la defensa, lo visitaron la mañana siguiente.
El clan Tan había dispuesto una
serie de trampas en los campos de siembra y en el bosque. El clan Himura
reforzó los graneros convirtiéndolos en pequeños fuertes improvisados.
Ikari-Conejo ordenó a sus estudiantes que llevaran a las mujeres, los ancianos
y a los niños mar adentro en las lanchas de los pescadores, y que no volvieran
hasta el amanecer. Finalmente, cada uno estaría en su lugar antes de ponerse el
sol.
Al final de la reunión quisieron
saber todo lo que el gato había revelado
durante el interrogatorio. Se decepcionaron en grande al saber que no se había
obtenido nada. El extranjero no conocía su lengua. No la entendía, y desde
luego no la hablaba. Era imposible obtener cualquier información. No obstante
Ikari-Conejo arguyó que podía tratarse de una simple artimaña, y solicitó
interrogarlo. Consciente de que eso podía implicar tortura, el Conehage se
negó, y despachó a su amigo con cierto fastidio.
En cuanto estuvo solo despidió a
sus sirvientes, menos a Hitomi, a quien le encargó que puliera su armadura y le
calentara una jarra con vino de arroz. Luego tomó un baño caliente. Se tomó su
tiempo para purificar cuerpo y su espíritu por medio de la meditación.
Hitomi terminó con la armadura
poco antes del atardecer. Era roja. Estaba lacada al horno para hacerla más
resistente al corrosivo clima húmedo del país.
Entonces el Conehage procedió a
colocársela con la misma ceremonia con que una geisha se maquilla. Era un
trabajo que necesitaba tiempo. Primero se colocó la ropa interior, y un kimono
muy delgado de seda, posteriormente unos protectores en la antepierna con
placas metálicas. Seguidamente se colocó las mangas, que llevaban un protector
en la parte de la axila, y luego se puso el peto, el cual llevaba incorporado
un faldón.
En los hombros se colocó los
o-sode, unas piezas metálicas enterizas que protegían la unión del peto con los
brazos, y en el brazo izquierdo el kote, una pieza de tela resistente y metal
que protegía el brazo de defensa. Luego vino el obi, donde llevaría su espada
colgada a la cintura. Después se puso el shikoro, una pieza semicircular
que protegía el cuello, y finalmente las grandes hombreras donde se introducía
el asta con el estandarte del país: unas zanahorias dispuestas como los pétalos
de las flores, con un tomate rojo en el centro.
Para el combate escogió su
naginata favorita. Una de madera negra. La funda de la hoja tenía grabado en
bajo relieve el símbolo de los Seis Caminos Bushi. Se ajustó una katana negra y
llamó a Hitomi pidiéndole el sake.
Ya con el vino en una mano, y dos
tazones en la otra, fue al cuarto donde el gato descansaba. Se sentó sobre sus
tobillos a un costado del futón. Sirvió la bebida, y tomó primero.
-¡Ah! ¡Esto quema! –exclamó
placentero dándole un tazón a su invitado, y se volvió a servir. Luego hizo el
ademán de querer brindar. El gato se limitó a mirarlo somnoliento con sus ojos
verdes.
-¡Ah! –exclamó de nuevo el
Conehage. Esta vez como acordándose de algo. Hurgó entre las mangas de su
armadura. Sacó una cinta blanca con el símbolo del Dragón y se la puso en la
frente. El gato se irguió de golpe sorprendido. Lo sobrecogió un escalofrío.
Estaba frente al legendario Guerrero Dragón, uno de los seis míticos guerreros
Bushi. Algo como esto se daba una vez cada generación. A veces menos.
-¡Miau! –dijo emocionado.
-Yo también me sorprendí
–respondió el Conehage entregándole la cinta que había tomado de la playa-.
Asumo que esto es tuyo.
-Miau –afirmó el gato con una
reverencia.
Un rato más tarde, después de un
breve intercambio de palabras y miaus, el Conehage abandonó a su invitado.
Llamó a Hitomi y le ordenó abandonar la villa con su familia.
-Pero… Conehage-sama. ¿Qué pasará
con Gatito-san?
-¿Gatito-san? –preguntó
extrañado.
-Bueno… -dijo ella-. Es su
invitado… y es un gato…
4-TORMENTA DE ALAS NEGRAS
Las cosas se desarrollaron más o
menos lo previsto. Los ninja llegaron silenciosos y se posaron sobre los
tejados. El líder se paró sobre la estatua del Emperador en la plaza del pueblo.
Lo acompañaba su escudero.
-Conejos… sabemos que están ahí
–graznó. Era un cuervo de hombros anchos y barba gris-. Mi nombre es Mr.
Crowly. No es nuestra intención lastimarlos. Únicamente entreguen la cosecha, y
podrán volver a sus casas a dormir.
Por respuesta obtuvo una jabalina
en el cuello de su escudero lanzada por Ikari-Conejo desde el dojo. Mr. Crowly
pegó un brinco agitando las alas.
-Justo lo que se preveía
–dijo clavando sus crueles ojos rojos en el sensei.
-¡Mátenlos! –gritó el cuervo-. Mátenlos
a todos… -y se desató una tormenta de plumas negras.
El Sensei había dividido sus
tropas en tres, de tal modo pretendía mermar al enemigo antes de entrar en
franco combate. La primer tropa consistía en él, quebrando picos y alas con su
maza. Intentaría llegar a Mr. Crowly para terminar rápido con todo. La segunda,
era un grupo de cazadores con arcos que había escondido en casa del Conehage.
La tercera era el clan Himura, que entraría en combate en cuanto diera la
señal. No serían más que un montón de colitas asustadas, pero eran muchos.
Cerbatanas y shurikens llovieron
sobre el conejo. Las esquivó de tal forma que los ninja tuvieron que atacarlo
de frente, volviéndose blanco fácil para los arqueros. Sin embargo, pronto una
explosión ensordeció la villa, y fue ahí cuando la cosas comenzaron a
descomponerse rápidamente. Los Ninja habían dinamitado la casa del Conehage
desde los cimientos. El fuego iluminó los cuerpos de los arqueros en el aire.
Presas de la ansiedad y la
excitación, los Himura se unieron frenéticos a la batalla. Atacaron con
palos, tridentes, lanzas, y espadas sin filo. Gemían y gruñían
envalentonados por su superioridad numérica. Por un breve momento hasta
llegaron a imponerse. Los Ninja, sorprendidos, volaron a las cornisas. Desde ahí
recompusieron su ataque lanzando kunais, explosivos y otros proyectiles.
Expuestos en la plaza los Himura
fueron despedazados en minutos. Sus enemigos se lanzaban cubiertos por bombas
de humo, pegaban una estocada, cortaban una pierna o un brazo y desaparecían.
En el caos, los que no cayeron en combate, terminaron presas del fuego.
Kabuto se debatía para agrupar a
su gente e intentaba dirigir un ataque coordinado. Tenía instrucción militar, e
incluso había sido condecorado por el Ministerio de la Guerra, pero en el
clamor pocos lo escucharon, y quienes lo hicieron, lo desoyeron preocupados por
su propia vida.
Era un gran maestro del bo-jutsu,
además era dueño de un increíble vigor y una gran agilidad. Entregándose a la lucha
como en sus mejores años sacó de combate a muchos enemigos. Parecía imbatible,
pero siguieron llegando con sus lanzas, llegando con sus espadas y sus
cuchillos escondidos. Fue herido y golpeado muchas veces, hasta ser
sobrepasado.
Finalmente un codazo en los
riñones lo puso de rodillas. Al ir cayendo, un enorme cuervo le asestó la
herida mortal. Kabuto intentó esquivarlo, pero no logró evitar un profundo
corte del lado derecho bajo la oreja.
El pájaro negro se tomó un
segundo para rematarlo. Se llamaba Tombei. Tenía fama entre los suyos por su
particular gusto de ver los ojos de sus víctimas antes de matarlos. Decía que
en ese momento se podía ver la forma del alma. La de Kabuto tenía la de un
lince. Los ojos de Tombei brillaron amarillos de la emoción. Luego Gatito-San
le rebanó el estomago.
Gatito-san se había escabullido de casa del Conehage en
cuanto llegaron los arqueros. Se escabulló a una capilla cercana, y esperó a
que las hostilidades terminaran sin involucrarlo. Desde ahí vio a Hitomi.
Cargaba un balde con agua para darle de beber a los heridos. Iba con otras
mujeres que se habían negado a evacuar cuando cayó una bomba ninja y las mató a
todas.
Eso enfureció a Gatito-San.
Hitomi lo había cuidado, y lo había alimentado mientras estuvo inconsciente y
débil. Salió a la plaza encrespado. Recogió una katana. Sus ojos
chisporroteaban violencia.
Al principio, ocupados en sus
propias peleas, los cuervos le ignoraron, y los conejos no sabían si era amigo
o enemigo. Eso cambió en cuanto empezó a cortar cabezas. La katana estaba mal
afilada, así que tenía que golpear dos o tres veces para poder arrancarlas del
cuello. Mataba con tal certeza y rapidez que bien pronto los enemigos
comenzaron a apartarse de él.
Fue en ese momento que vio a
Tombei y a Kabuto. En un centello se interpuso entre ambos. El pájaro se
recuperó de la sorpresa inicial lanzando una rápida estocada al gato. Un golpe
así hubiese rebanado en dos a cualquier otro. Gatito-San lo esquivó cayendo de
rodillas. Un segundo después golpeó al ninja en la ingle con la empuñadura. Luego,
en la continuación del mismo movimiento, lo tajó por el medio, desde el ombligo
hasta el pico.
El cuervo reventó como la tierra
cuando nace un volcán y sus tripas se desparramaron como lava. Pegó un grito
aterrador, mezcla de dolor y miedo, tan fuerte que el combate se detuvo. Se
desplomó dando sus últimos estertores. Hasta los heridos dejaron de gemir, y
todos vieron el chisporroteo en los ojos de Gatito-San.
Al verlo, Mr. Crowly sintió una
ola de frío helado desde las patas hasta el pico. Sin pensarlo dos veces graznó
la retirada. Un guerrero como ese era de una categoría muy diferente. Si lo
hubiese enfrentado, no habrían alcanzado los ataúdes para enterrar a sus
muertos. Tenía que decírselo al jefe. No estaría feliz, o tal vez sí, ¿quién
sabe? Estaba loco.
Los Ninja desaparecieron con
tanta prisa que no les importó dejar a sus heridos. La matanza terrible y
caótica concluyó tan rápido que los conejos se quedaron con las armas en las
manos sin entender qué había pasado. Poco a poco fueron estallando los gritos
de júbilo, los suspiros de alivio y los llantos de dolor. En medio Kabuto
agonizaba. Gatito-San fue a cogerlo entre sus brazos. El fuego lo iluminó de
tal modo que el conejo lo vio claramente. Llevaba un kimono color vino que era
del Conehage. La furia se había apagado de sus ojos verdes. Su rostro negro
contrastaba con la cinta blanca que ondeaba amarrada en su frente.
-Ahora veo que no eres un pirata
cualquiera como Conehage-sama nos dijo…–gimió el conejo-. Y también… entiendo
por que se empeñó en protegerte… Es un honor… –quiso continuar, pero la vida se
le escapó en ese momento.
Si las palabras le hubiesen
alcanzado, hubiera expresado lo honrado que se sentía por haber combatido junto
al Guerrero Tigre, el cuarto de los seis legendarios Bushi.
5-EL CONEJO-DRAGÓN
El Conehage y el clan Tan se
reunieron en los graneros a las afueras de la Villa. Estaban a pocos metros del
acantilado, dispuestos en forma de cuña, de modo que sólo se defendiera un
frente en caso de un asalto. Los Himura se apostaron dentro. Como el Conehage
era un gran guerrero, prefirió vigilar al pie del camino, por si venían de la
villa o el bosque. De antemano la segunda opción era difícil, pues se
arriesgaban a caer en alguna trampa. Llegaron por el mar, como una nube negra
sobre las olas.
En el centro, una figura parecía
flotar como una cruz de plata. Era un gato flaco, de pálida piel rosada sin
pelo. Su ojo derecho resaltaba por estar completamente nublado, enceguecido en
alguna batalla. Probablemente la misma donde le habían destrozado la oreja del
mismo lado. Vestía unas botas altas de cuero. Sus pantalones destrozados eran
de una tela que no se conseguía ni en ese país, ni en otros cercanos. Un
cinturón sostenía dos pistolas de cañón largo. Tan largo que a veces eran
usados como espadas cortas. Por camisa usaba un chaleco con carrilleras. En la
espalda cargaba invertida una espada Ninja de hoja recta, y su cabeza iba
coronada por un sombrero vaquero. En realidad los cuervos lo llevaban de los
brazos extendidos. Se dejó caer primorosamente desde el cielo. Cayó frente al
Conehage sin hacer el menor ruido. Apenas levantó polvo.
-Esto es interesante –dijo
mirando al Conehage-. Pensar que sólo venía por un trabajo, y me encuentro con
un guerrero Bushi.
-¿Dónde obtuviste eso? –preguntó
el Conejo consternado. En el brazo derecho del extraño ondeaban dos cintas.
-¡Oh! Esto…-dijo el gato
tocándolas con los dedos-. Son las cintas de los guerreros Tortuga y Panda. Me
las heredaron después de… de que los maté.
-¡Eso es imposible! Un bandido
jamás podrá vencer a un guerrero Bushi.
-Pues… es cierto –dijo el gato
con falsa vergüenza-, pero yo soy un poco más que un bandido-. Entonces se
quitó el sombrero descubriendo una cinta blanca en su frente con el símbolo de
un ave de fuego-. Mi nombre es Gatito-Yankee, y soy el quinto guerrero Bushi…
Soy el Fénix.
En ese momento, Katsushiro-Tan
lanzó un disparo desde lo alto del granero principal. La bala salió como un
latigazo rumbo a la nuca del gato. Éste desenvainó su espada con la cola,
cortando el perdigón en dos sin siquiera voltear. Las esquirlas terminaron
hiriendo a sus propios cuervos.
-Mala jugada –dijo sacando sus
pistolas-. ¡Mátenlos a todos! ¡Quemen los graneros! –ordenó arrojándose sobre
el Conehage.
Los cuervos obedecieron.
Lanzándose como torpedos desde el cielo embistieron contra los conejos. Los
techos de los tejados, a pesar de estar reforzados, eran de madera. Se
consumieron prontamente. Para cuando terminó la noche, eran poco más que
cenizas. Los Tan, al verse expuestos, corrieron hacía el bosque, en donde
la lucha se convirtió en una cacería.
-¡¿Por qué haces esto?! –gritó el
Conehage esquivando a su enemigo-. Tú eres un hermano Bushi. ¡Un protector de
la paz!
-¡¿Problemas de la infancia?,
¿Círculos inconclusos?! ¡¿Qué quieres oír?! ¡Yo sólo quiero tu cinta!
-¡El único modo de obtenerla es
matándome! –exclamó el Conehage alejándose de su oponente-. Y nadie puede matar
al dragón.
-Quiza no –respondió
Gatito-Yankee-, pero déjame intentarlo…
-Dice la leyenda…-lo interrumpió
el Conehage- que un antiguo país contrató a un ermitaño para matar a un Dragón
que llevaba años aterrorizándolos. La bestia era indestructible. Tenía largos
dientes afilados como espadas. Sus garras eran como lanzas, y su piel era más
gruesa que cien armaduras, salvo por un punto entre el pecho y la garganta. El
ermitaño mató al dragón y se bañó con su sangre. Desde entonces todos los
guerreros que hemos portado esta cinta en la frente, poseemos la piel de un
dragón, ¡y escupimos fuego por la boca! –y diciendo esto exhaló una gran bola
de fuego. Salió disparada como un dardo. Gatito-Yankee apenas la esquivó, pero
no fue capaz de hacer lo mismo con el puño del conejo-dragón que se incrustó en
su pecho.
-¡Arg! –gimió el bandido cuando
otro puñetazo en la cara lo separó del piso. El Conehage brincó y en el aire le
acomodó un par de patadas en el abdomen. Antes de tocar el suelo le sumió un
codazo en la espalda. El gato rebotó cayendo al borde del desfiladero.
-Los guerreros Bushi –dijo el Conehage
apuntándole con la naginata-, somos los herederos del Sabio de los Seis
Caminos. El protector de la paz. Tú mataste a tus hermanos para robar las
cintas. ¡Tu hambre de poder es una deshonra y un peligro! Morirás y liberaré al
mundo de tu amenaza.
-El Sabio de los Seis Caminos
-respondió Gatito-Yankee incorporándose con cautela-. El ermitaño que hace mil
años aprendió los secretos de las artes marciales de los animales sagrados.
¡Bah! Dicen que tenía el poder para dominar el mundo, pero prefirió meditar.
¡Bah, bah y más bah! Si hubiera sido un pacifista se hubiera llevado su
conocimiento a la tumba, pero dividió su poder entre sus pupilos. Y de ellos
derivan todas las artes de combate que existen. ¡Su legado no es más que
muerte!
-Su precepto es de paz –dijo
sobrio el Conehage-. Somos nosotros los que lo desvirtuamos.
-¡Tonterías! –maulló el gato y
con un veloz movimiento desenfundó sus pistolas. El Conehage no tuvo
tiempo de esquivar las balas. El impactó lo arrojó de espaldas sobre el suelo.
-El Sabio de los Seis Caminos fue
un idiota. ¡El poder es para tomarlo! –exclamó satisfecho el Bushi del Fénix.
El humo aún bailaba en los cañones-. Con tu muerte, ¡estaré a dos cintas de
convertirme en el nuevo Sabio de los Seis Caminos!
-No… puedes… matarme –se
incorporó adolorido el Conehage. El peto de la armadura tenía hoyos donde
habían dado los disparos. Se lo quitó con dos movimientos forzados y lo arrojó
a los pies de su enemigo. El Conehage no tenía una sola herida.
-¡Oh…! –hipó el gato y antes de
poder hacer cualquier cosa el conejo arremetió, clavándole la naginata
directamente en el corazón. El Conehage gimió furioso hundiendo su arma. La
sangre escurrió por el mango hasta sus dedos, Gatito-Yankee comenzó a temblar
victima de los estertores.
-Por un momento… -sonrió el gato.
Una baba blanca escurría por la comisura de sus labios-. Pensé que estaba
perdido… -dijo cogiendo el mango de la lanza con ambas manos-. Sobre todo
cuando me escupiste fuego en la cara… je… je. –Con fuerza se hundió el resto
del arma hasta atravesarse por completo, de modo que quedó tan cerca de su
verdugo que se tocaban las narices-. Luego… Bueno, en realidad no quiero
arruinar la sorpresa –dijo aferrándose al Conehage con los brazos. Desenfundó
su espada con la cola y se la clavó en un punto entre el pecho y la garganta.
En ese momento ambos se soltaron.
-Bonita historia –dijo
precipitándose al fondo del desfiladero. Abajo lo esperaba el mar voraz con sus
dientes afilados. El Conehage se desplomó con la espada en la garganta sobre el
pasto. Agonizó toda la noche, y murió al amanecer.
6-RECONSTRUCCION
Ikari-Conejo paseaba por la playa siguiendo la
línea de la costa; acababa de supervisar los trabajos de reconstrucción.
Repasaba la batalla en su mente, e iba sumando los costos. Los despojos de la
batalla habían sido reclamados por el Ministerio de Guerra. La cosecha se había
perdido en los graneros, y una tercera parte de los conejos varones había muerto.
Al Conehage, a Kabuto-Himura, y a Katsushiro-Tan se les despidió en una gran pira
funeraria en el mar como a los héroes de antaño. A los demás se les arrojó a
una fosa sin nombre donde mucho después se erigiría un monumento, y durante
muchos años esa noche se recordó en relatos y canciones. Pero por el momento
eso no pagaría la reconstrucción, no pagaría la mano de obra, ni los
materiales, ni compraría el alimento. La Villa ahora se enfrentaba a la crisis
y la escases.
A pesar de todo se sentía
satisfecho. Había rescatado la cinta del Guerrero Dragón para sí mismo. Le
hubiera gustado tener tambien la del Tigre, pero Gatito-San desapareció la
mañana siguiente a la batalla. Tambien había sido reconocido por el Emperador
como el nuevo Conehage. No esperaba tanto, pero ahora que era el único líder de
la villa podría unificar a los clanes. Guiarlos por el camino de la sabiduría y
la tradición. Sonrió gustoso, y brincó cuando una mano huesuda se posó en su
hombro.
-¡Tú! –gimió al voltear.
-Estimado Conehage-dono –dijo
Gatito-Yankee con una falsa reverencia-. Teníamos un trato.
-¡Me dijeron que estabas muerto!
–exclamó el conejo.
-Perdón, me cuesta trabajo
morirme... –dijo el gato con una sonrisa-. Nos contrataste para matar al
anterior Conehage. Es hora de pagar...
FIN
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