En la profunda noche infernal, una caravana se aleja de la cara norte de Belial. Cinco coches son jalados por thestrals: caballos negros con pellejudas alas como de murciélago, cara y cuello semejante al de un dragón con blancos ojos y el esqueleto expuesto. Aman el olor y sabor de la sangre.
Las oscuras carrozas fueron construidas por los mejores magos artesanos del infierno con marfil negro, el cual obtienen de los cuernos de los diablos. Cientos de demonios son sacrificados en los talleres para hacer uno de esos vehículos. Miles para una caravana tan elegante como la que se dirige al Hades.
En el primer vehiculo van una decena de guardias reales, en el segundo, uno mas elegante en formas, más amplio y confortable, se encuentra Abdiel, señor regente de la ciudad de Belial, acompañado de su escolta personal, y su sirviente y familiar: Aladriel. Ese es el blanco del ataque como lo había explicado Zefiro hace una semana: “llevarán a tu amigo al Hades. El senescal no se atrevería a dejar la ciudad, pero tampoco encomendaría un encargo tan importante a cualquiera. Por eso el regente en persona llevará a tu amigo frente al príncipe”.
“¿Mi amigo?”, exclamó Zack. “No es mi amigo. Sólo quiero volver a casa”. “Es una pena”, dijo ella, “porque en este momento sólo hay dos seres que te pueden regresar al Edén. El dijinn y Caronte. No pienso llevarte con Caronte así que tendrás que conformarte con el djinn”, apuntó Zefiro tomando un carcaj que había elaborado con un poco de piel de lombriz del desierto.
“¿Djinn?”, pensó Zack. “¿Qué diablos en un djinn?”, preguntó sentado mientras Cecil le acercaba un plato de comida. “¿Como se supone que me puede ayudar a volver a mi casa?”. “Precisamente”, dijo Zefiro, “el djinn es un diablo en la tierra y un ángel en el infierno. Son hijos de Iblis nacidos en la tierra. No pertenecen a ningún lugar, y por esa naturaleza tienen permiso de ir y venir a su antojo” terminó de explicar. Zack entendió, que mientras no volviera a ver a Azrael, que para él no era más que una criatura de fuego y oscuridad, su destino estaba atado al de Conejo Blanco.
“¿Porqué nos ayudas?”, exclamó Zack languidecido. Se sentía como un niño perdido a quien un desconocido le extendía la mano. Pero su madre le había dicho que no se fiara de extraños.
“No los estoy ayudando” confesó ella. “Ustedes me ayudan a mí” le dijo aventándole el carcaj lleno de flechas. “Lo único que me interesa es matar al regente. Tienes una semana para aprender a usar esta cosa. Cecil te enseñará”.
“¡Matar!”, Zack se aterrorizó con el recuerdo de la reciente matanza. De no haber sido por Conejo y Zefiro, él no la hubiese librado. “¡¿Hay algo en este maldito lugar que no tenga que ver con matar?!”, prorrumpió fuera de sus pensamientos. “No”, contestó ella y salió del lugar.
Zack se dejó caer sobre si mismo palidecido. “Matar es la naturaleza de las cosas”, le dijo Cecil tratando de reconfortarlo. “Uno mata para comer y no ser comido”, agregó sonriendo, “ahora come estos moluscos negros. Aun están vivos y crujientes”.
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