jueves, 13 de enero de 2011

Facetas



Me doy cuenta que salimos a la calle asumiendo facetas diferentes a lo que en realidad somos. Vestimos, actuamos y hasta pareciera que buscamos nuestra hada madrina. Si, cada uno parecemos un ente de distinto planeta por la manera en que nos comportamos y asociamos con los demás.
Llegué a casa cansado. Había decidido volver a correr y aceptar el ritual que esto significaba: las vendas para proteger mis pies planos de las ampollas, la risa amable de la casera al ver mis esfuerzos de hacer ejercicio y uno que otro piropo de las damas elegantes que empezaban a retirarse a esas horas de la calle.
Salí y tomé el autobús que me llevaría a presentar los nuevos artículos al editor de la revista que mantenía mis vagancias a cambio de dos reportajes al mes. Al entrar al ascensor se me hizo raro que sólo una joven y una anciana estuvieran en el, raro por ser lunes y quincena. La joven era alta. Su piel era blanca, casi verde, ese tipo de piel que deja ver la coloración de las venas. Su ropa oscura y contradictoriamente brillante.
La joven me sonrió a la vez que abrazaba dulcemente a la señora. Que contraste para aquellas que tal vez eran madre e hija.
Salieron juntas en el tercer piso. La señora no volteó a verme ni una ocasión. Cosa que no me extrañó en un ascensor donde la mayoría sentimos la invasión a nuestra persona al tener a alguien tan cerca y… entonces cayó como pajarillo sin alas. Golpeó el suelo estrepitosamente sin que la joven hiciera nada para detenerla. Únicamente siguió viéndola con la misma ternura con la que la abrazó momentos antes.
No alcancé a reaccionar. Entre las puertas del ascensor que ya se cerraba vi a dos mujeres agacharse  para auxiliar a la anciana. La joven ya no estaba ahí.
Llegué al quinto piso, que era donde bajaba. Lento y extraño viaje. En sólo dos pisos me di cuenta que tanto puede llegar a trabajar el cerebro.
Le comenté el incidente a mi editor quien se rió mientras decía que esa historia no la publicaría en su revista si en algún momento la escribía, porque esas historias no vendían.
De regreso a casa veía los edificios que antes del temblor eran los más altos de la ciudad. Ahora algunos se rehacían desde los cimientos y algunos otros se iban olvidando tras los letreros de precaución.
Y ahí a media calle… estaba tocando el hombro de un motociclista, la misma joven de negro.  ¿Pero que se creía esta tipa?  ¡A media calle, en medio del trafico! Susurró algo al oído del hombre. Lo que fuera, bastó para que él soltara el embrague y quedando atravesado en el boulevard y se fue topar de frente un camión de pasajeros.
Todo esto lo vi cómo en cámara lenta en fracciones de segundos y cuando reaccioné Ella ya no estaba. El motociclista tampoco se veía. Había quedado bajo el camión. Corrí, sólo para detenerme frente al autobús y ver con detalle lo que había sucedido. El chofer argumentaba que el semáforo estaba en “siga” y que la moto había brincado de los carros apartados. Por suerte para él los pasajeros se habían dado cuenta de lo sucedido. ¿Qué diablos? Yo estaba cansado y muy mal estrellado ese día. ¿Qué tenía que hacer en dos sitios trágicos en menos de tres horas?
Comenzaba a asustarme. Salí de ahí atravesando el parque y ahí estaba otra vez. Sentada, ahora abrazando con la misma actitud consoladora a un viejo que alimentaba a las palomas. Volteé la vista para no ver lo que ocurriría. Desgraciadamente las personas frente del viejo se levantaron asombradas, y corrieron hacia él.
No volteé, seguí caminando. Sin darme cuenta había comenzado a correr y temblar. Ahora si estaba realmente asustado.
Se comenzó a oscurecer todo. Muy extrañamente la gente comentaba algo que yo no alcanzaba a entender por mi propia desesperación. El apocalipsis total, el mundo estallaría y yo antes que él pero… “11 de julio 13:30 horas eclipse total visible en todo el país: Diario el Sol, primera plana”.
Con el nerviosismo de lo sucedido había olvidado por completo el eclipse que estaba ocurriendo justo sobre mi cabeza y yo en la paranoia total y como niño a punto del llanto.
¿Cómo que se te muere mucha gente, no?
En lugar de detenerme a observar el eclipse seguí caminando. Los faroles se habían prendido automáticamente y las calles habían quedado silentes. La gente imprudente volteaba hacia el cielo para ver el fenómeno. Entonces la vi de espaldas a mí y con los brazos extendidos como esperando cachar algo. Levanté la vista. Vi a un tipo con el rostro desencajado y los cabellos alborotados, tenía la demencia dibujada en la cara.  Traté de gritarle pero la garganta no me respondió.
Entonces ella comenzó a caminar  hacia mí sonriendo. Me veía fijamente. Puso el índice entre sus labios y paso a mi lado.
Frio, sudor en la frente y las manos. Camisa de fuerza, paredes acolchadas y calmantes para cenar ¿Qué más podía pedir de lo que veía en mi futuro inmediato? Me toqué la frente. La temperatura era normal. No quemaba el dorso de mi mano como cuando tienes fiebre. Un plato volador me había lavado el cerebro y por eso veía estas cosas. No demasiado fantasioso e irreal. ¿Pero que estoy diciendo? ¿Qué tiene que ver la realidad con una mujer de negro que se aparece cada que algo malo pasaba?
Decidí enfrentar mis miedos. Caminé hacia ella, la tomé del brazo y esperé una bofetada que calmara mis nervios, indiferencia para agrandarlos; esperé de todo menos una sonrisa de dientes que brillaban, de ojos negros como el carbón y labios pálidos como La Muerte.
Fue entonces cuando la oí. No era lo que en mi desesperación esperaba. Sólo un susurro que me helo la sangre: Aun no es tu tiempo, espera que pronto nos veremos. Al abrir los ojos me topé con una mujer diferente. Ésta era paramédica y me estaba poniendo algo en el brazo a través de una jeringa.
-¿Dónde estoy? -Pregunta estúpida.
-Está bien señor, -respuesta inteligente.
-Se desmayó y lo llevamos a la Cruz para revisar que éste bien. -Un sopor me invadió y no escuché más.
Mientras Juan acomodaba mis cosas, me decía que no debía hacer tanto esfuerzo. Me explicó lo del desmayo y que la Cruz me había traído a este sanatorio. Según el doctor era un solo fue un desvanecimiento pero decidieron sedarme por mis reacciones violentas y por demás aceleradas.
A punto estuve de soltarme de la lengua y decir todo a Juan. Luego pensé que había sido un sueño producido por los sedantes. Dije que me sentía bien y que quería ir a casa. El doctor estuvo de acuerdo y recomendó que cuidara mi alimentación, por cierto no había comido nada.
Ya en el carro de Juan me preguntó si tenía algún problema. Dije que no pues seguía pensando en lo que creía era un sueño. Entonces la vi, estaba sentada al lado de un señor que conducía un automóvil de lujo. Cerré los ojos y los abrí aun mas en un instante, quería ver mejor. Ahí seguía sentada e igual que las veces anteriores, el señor no se inmutaba con su presencia. Antes de poder decir algo el siga nos tocó y perdí de vista el auto en el siguiente semáforo. El auto, que era más veloz, alcanzó pasarlo con mucha prisa, en una carrera por  llegar a donde nadie lo esperaría ya.
-¿Usted qué opina doctora, estoy enloqueciendo o que me pasa?
-Señor lo único que puedo notar es mucha ansiedad, unida a una imaginación muy despierta, tómese un descanso, viaje y cuando regrese estará más tranquilo y relajado. En cuanto a los incidentes que le tocaron presenciar, creo que sólo son una extraña coincidencia que echó a volar su imaginación.
Esta mujer si lo sabe todo, pensé. Es bella, inteligente, excelente psicóloga,  le pregunté cuantos años tenía y cuando me respondió caí en la cuenta de que era un año más joven que yo. Sonreímos mientras le decía que las mujeres o son el problema, o muchas veces la solución que aqueja a los hombres. Salí sonriente del consultorio para toparme a la secretaria,  a un paciente y no… ¡no, no!
Esa mujer sentada ahí no podía ser la misma, no podía ser. La doctora me acababa de decir que era otra cosa. Si, cansancio, eso era. Pero levantó la vista y me sonrió otra vez mientras ponía el índice en sus labios ordenándome callar. Los vi entrar a los dos, el paciente y a la mujer detrás de él. Ya no volvió a voltear hacia mí. Le pregunté a la recepcionista si la doctora atendía parejas. La respuesta fue que no. Al pagar le pedí que llamara una ambulancia. Salí aprisa sin decir más. Hui, no quería saber si la doctora se había equivocado. De ser así no habría más que hacer.
Arreglé todos mis asuntos pendientes y en una mochila pequeña, perfecta para los hombros metí unas cuantas playeras, calcetines y pantalones. Llegué a la terminal, pedí un boleto para el puerto. Tendría que esperar dos horas. Compré la revista para leer los artículos que habrían de publicar y ahí como carta editorial estaba la nota de agradecimiento a las personas que enviaban sus comentarios acerca de las publicaciones en las cuales según el editor alababan el contenido gráfico pero despedazaban mis artículos. Revisé adentro y encontré la razón. Habían quitado las partes finales de cada nota, lo cual hacia parecer un sangriento  y detallado descriptivo de la situación de las empresas y el peso, la devaluación y la crisis financiera. Yo nunca quise hacer mofa de la quiebra o mal servicio de grandes empresas. Corrí al teléfono y marqué a mi editor. Me contestó y cuando supo que era yo de mala gana me explicó que, según él, nadie quería vaticinios de un artículo y que por eso habían quitado los comentarios finales y después me dijo: No más publicaciones a tus artículos mientras no te vuelvas un crítico más agudo.
Bien.  Si quería críticas podía citar su forma de editar, lo horrible de su aspecto y lo falso de su doble moral. Entonces heme aquí con una bocina telefónica en la mano, sin trabajo y a minutos de partir de “vacaciones”.
Quise cancelar el boleto. Cosa posible únicamente con dos horas de anticipación. Caí en la cuenta de que ya faltaba muy poco para salir. Fue entonces donde mandé todo  al diablo. Decidí subir al autobús y después ver qué pasaba. Ahora si tenía pretexto para vacacionar, ya no tenía trabajo.
“Perdóname padre porque me he alejado, he vuelto los ojos hacia cosas que me fueron mostrando todo lo que Tú no eres”.
Al sentir el agua fría clavándose en mis pies, las diminutas rocas de arena entre los dedos y la brisa quitando las lagrimas de mis ojos, la inmensidad del mar, la oscuridad, las estrellas, la soledad, juntas allá en el horizonte infinito, el pintor enloquece de envidia al ver un paisaje implasmable. Y aquel que lo tiene frente a su puerta es enceguecido por el diario mirar. Si se detuvieran un segundo y descubrieran cuan diferentes son un amanecer de otro, del como un atardecer puede significar el recuento de vidas que comenzaron o de aquellas que terminaron, y sin darnos cuenta somos testigo de un milagro indescriptible al cual ya no le prestamos atención.
Caminé hacia el faro que a esas horas de la madrugada era la única luz sobre la playa, en frente de los grandes hoteles y los centros comerciales que completan la escena.
La vi al final de las rocas. Su cabello ondeaba como la brisa. Su piel rosada por el sol. Lloraba. Con el dorso de la mano limpiaba sus ojos en lo que podría llamar curiosidad, mi dama oscura. Como si me hubiera golpeado un rayo activando algo dormido en mi cabeza solté los zapatos que traía en la mano y la mochila se cayó de mi espalda al momento que comencé a correr hacia el final del empedrado. Las piedras me golpearon en los pies descalzos al pasar al lado de mi dama de negro. Sonrió mientras me veía correr.
La tomé de la muñeca cuando ella se dejaba caer a lo que sería una muerte horrible por ahogamiento, por los golpes contra las rocas o ambos. Tiré de ella hacia mí, instintivamente puse las manos sobre su cabeza. Ella, aferrándose a mí, temblaba, lloraba y me apretaba como queriendo creer, afirmarse que no había saltado.
Di media vuelta. La separé de mí y tomados de la mano caminamos hacia donde habían quedado tiradas mis cosas. No hablaba, sólo seguía llorando. Parecía una niña pequeña a la cual le habían quitado su juguete favorito. Recogí mi mochila e hice que la sostuviera mientras metía los pies al agua para calmar el ardor que provocara la descalza carrera sobre las piedras del faro.
Me sacudí y me calce. Tomé mi mochila, la colgué de mis hombros y dirigí mis pasos a un café que se veía sobre el malecón. Cuando volteé hacia el faro mi dama oscura ya caminaba a la entrada de las rocas, pero volteó hacia mí y puso el índice en sus labios. Algo que ya era una costumbre cuando la veía. Pero me preguntaba ¿qué hacia ahí? De ser el momento indicado Yo no la hubiera alcanzado aun cuando hubiera corrido como el mejor de los maratonistas del mundo. Era curiosidad, diversión o en realidad la muerte no sabía exactamente cuál era nuestro momento. Desperté de mis reflexiones. Ya no había nadie ahí, había bastado un parpadeo para que se perdiera de mi vista.
Recordé a la niña asustada que traía a mi lado y decidí platicar con ella pues se veía sumida en un profundo huracán de sentimientos y lagrimas que sorbía por momentos. Parecía una niña, tenía el cabello en la frente y unos ojos increíblemente cafés, aparte de hinchados. Tomé su barbilla para obligarla a que me viera mientras le preguntaba su nombre. Diana -respondió aun llorando, no hablaba sólo seguía llorando.
-Con razón, con ese nombre cualquiera intentaría suicidarse.
Su semblante cambió y la vi observarme molesta y berrinchuda. Un segundo después sonreía como comprendiendo mi comentario.
Era preciosa, no aparentaba una edad real pues tenía facciones y actitud de niña, pero también alcanzaba a proyectar actitud de mujer. Fue ahí cuando al quitarle mi mochila tomé su mano y soltó confiada y a manera de complicidad que no era por su nombre, sino por un hombre que le hubiera prometido lo mismo que prometen todos. Planes de boda, alquiler del departamento, los muebles y arreglos necesarios. El día anterior que llegó al departamento a recoger algunas revistas de novias lo encontró celebrando su despedida de soltero con su mejor amiga. Mientras decía esto sus ojos proyectaron pasión, furia y finalmente desesperación. Me miró mientras me preguntaba infantilmente ¿Por qué ustedes los hombres son todos así?  El ¿así como? Hubiera sido demasiado estúpido y el No todos los hombres,  hubiera parecido presuntuoso. Alce  los hombros sin saber que decir y le pregunte que si en verdad valía la pena arrojarse a las rocas y el mar, a lo que ella contestó fastidiada: -Fue lo primero que se me ocurrió, -reímos los dos. Ya no lloraba, su semblante era otro y sus ojos brillaban como las luces del café.
Estaba realmente sorprendido con esta niña que pasaba de el intento de suicidio al llanto, a la risa y después, no lo sé. Cuando le dije como me llamaba se carcajeó y me dijo que ella conocía un faro donde me podía tirar al mar y de ser así mi deseo ella me apoyaba con porras. Reí con ella aunque no me hacía gracia que mi nombre fuera el motivo de las risas.
Pasaba el tiempo y cada vez sabíamos mas el uno del otro, ella me contaba y descargaba su coraje maldiciendo a los indiscretos de su novio y de la hasta hace poco su mejor amiga. Yo le contaba acerca de mi recién adquirida profesión de desempleado, mi psicóloga y sus grandes ideas de viajar y mi llegada al faro donde la amiga casualidad me hizo conocerla. Aun no sabía porqué pero evité todo comentario relacionado con la dama que la observaba en el faro que también era la culpable de mis vacaciones. La pregunta obligada de donde estaban sus cosas o si donde se hospedaba fue motivo de otra risa. No tenía más que lo que llevaba puesto, había llegado en el transcurso del medio día y vagado por la playa hasta el atardecer que fue cuando llegó al faro y tomado la funesta decisión.
Lo más que le podía ofrecer era un lugar en alguna habitación que tendríamos que compartir por lo escaso de mis recursos, lo cual aceptó sin inmutarse. Confiaba en mí, me veía como alguien especial y esto me sorprendía porque a veces ni yo lograba hacerlo. Llegamos a un pequeño hotel frente al mar y el empleado, mientras nos registraba en la habitación, nos veía receloso a ella y reprochante a mí. En serio que era una niña y yo pues parecía un abusivo al lado de ella. En cuanto entramos a la habitación y cerré, corrió al ventanal abriéndolo de par en par. Casi sorprendido corrí hacia ella y la tomé del hombro temeroso de sus cambios de humor, volteó y riéndose como si comprendiera sonrió mientras decía: -no vale la pena, no te preocupes. -Me preguntó si tendría algo de ropa para que durmiera y se pudiera dar un baño.
Cuando salió, yo estaba tumbado en el sofá viendo Tv, pero sólo quedé hipnotizado al verla con el cabello mojado, un bóxer mío y la camiseta que apenas la cubría. Se sonrojó pero no dijo nada, corrió hacia la cama y se ensabanó. Fue entonces cuando alcance a reaccionar ¿Qué hacía Yo en una habitación frente al mar a solas con esta pequeña hada? Que lo único que parecía hacer era burlarse de mis reacciones de niño asustado.
Salí al balcón a ver el mar, los carros y la gente. El cielo estaba lleno de estrellas cuando ella apareció y me abrazó, por instinto pose mis labios en su cabello. Olía al clásico shampoo de hotel pero para mí en ese momento ya era un olor hermoso. Alzó sus ojos hacia mí e instintivamente busqué sus labios y me perdí en ellos. Olvidé todo lo demás, acababa de conocer a la niña más hermosa y loca del mundo, sabiendo que ella aun dentro de su coraje amaba a otro y me besaba a mí y yo en la reacción más inteligente que se me ocurrió me estaba enamorando de ella. Lindo cuadro el que formábamos.
Abrí los ojos y sentí su respiración en mi pecho, su cuerpo frágil y desnudo junto al mío debajo de esa sabana que apenas nos cubría. Como pude acomodé su cabeza en la almohada. Me enrollé en una toalla, saqué de mi pantalón un par de cigarros y el mechero. Estaba absorto fumando cuando alguien por atrás me abrazó y de un movimiento quito el cigarrillo de mis dedos para pasarlo de su mano a los labios, aspiró profundamente y mientras salía el humo de sus labios me pregunto:-¿aun no te he dado las gracias verdad?
-¿Por qué?
-Por impedir que saltara, por acompañarme todo este tiempo y no dejar que enloqueciera por completo.
-No son necesarias, el que debe agradecer… creo que soy yo. Pero no a ti, sino a ese ser que me permitió conocerte. –Sonreímos, aunque creo ella pensaba en Dios o algún cuate así, mientras Yo aun me preguntaba que hacia mi dama oscura en el empedrado del faro justo en ese momento.
Me metí a bañar y mientras el agua caía intenté poner en orden mis ideas ¿Que pasaba? ¿Por qué estar juntos si ninguno de los dos sabía en claro que sucedería a la mañana siguiente? Salí. Ella colgó el teléfono presurosa, en sus ojos otra vez había lágrimas, pero su expresión era otra. Parecía que la estaban regañando, en otra de sus muecas infantiles hacia pucheros y sorbía sus lágrimas.
-Acabo de hablar con mi novio. Me dijo que está arrepentido y me ha pedido una oportunidad.
-¿Tú qué piensas hacer?
Sólo lloraba, no necesité una respuesta. Me vestí y calcé, ella hizo lo mismo. Creo que nos entendíamos sin decir una sola palabra. Dejó mi ropa doblada al pie de la cama. Al llegar a la terminal de autobuses ya no lloraba pero se aferraba a mi mano muy fuerte y trataba de llamar mi atención con sus gestos y niñerías. Una hora antes habría reído de buena gana pero ahora sólo alcanzaba a conducirme como un autómata. Creo que ella notaba mis emociones encontradas y tampoco sabía qué hacer. Anotó mi dirección so pretexto de reponerme el dinero que había gastado. En broma le dije que sólo lo aceptaría si venia dentro de una invitación de boda. Le hizo mucha gracia y a la vez los dos supimos que si esto sucedía no tendríamos cara para vernos en una situación como esa.
Debo confesar que me sentí mal cuando la vi en la ventanilla del autobús, Pensé en subir y pedirle que no se marchara, en mil cosas y hasta el último momento esperé que el autobús se detuviera y ella bajara por la escalerilla: nos abrazaríamos y seriamos hermosamente felices las próximas 24 horas en las cuales realmente nos conoceríamos y terminaríamos odiando lo que nos había gustado al uno del otro en su momento. Pobre iluso.
Desanduve mis pasos hasta volver al faro. Otra vez lloraba frente al mar aunque ahora por motivos muy diferentes, y ahí sentada en las rocas mi dama oscura. Volteé hacia la orilla creyendo que ahí estaría nuevamente a punto de saltar pero lo único que encontré fue la espuma del mar y la oscuridad.
Llegué a su lado y me planté retadoramente. Obstruyendo el punto hacia donde observaba. Alzó la vista y sonrió como lo hacía siempre que me veía. Otra vez su dulce voz llenó todo y su sonrisa iluminó la noche y dijo: -¿Tan pronto de vuelta aquí? Pensé que tardaría más tiempo antes de que nos volviéramos a ver.
-Aun no sé cómo he podido verte aquí o en otros lugares y aun pienso que mi cabeza me está jugando  una mala pasada y estoy hablando solo en medio de toda la noche ¿Es así?
Caminamos juntos por mucho tiempo. El agua mojaba mis tobillos, reía, aprendía y me sorprendía con lo que escuchaba. Nunca alcancé a preguntar qué era lo que  pasaba y creo que ella tampoco por qué no me lo dijo. Recuerdo que casi amanecía cuando me dijo: -¿aun no te he dado las gracias verdad?
¿Por qué?
Por acompañarme este tiempo y dejar que hablara y hablara, son raras las veces que puedo hacerlo con alguien. Casi siempre lo único que hago es tratar de consolarlos y recibirlos con un abrazo pero casi siempre están tan sorprendidos que no dicen nada, o simplemente lloran todo el tiempo y tú me has escuchado toda la noche y te has reído de lo que te he dicho en lugar de echarte a correr.
-¿Acaso estoy muerto o voy a morir?
Sonrió y vi que detrás de la juventud que aparentaba, sus ojos mostraban líneas eternas del tiempo.
-No, que yo sepa, ni estás muerto ni te toca morir aun. Larga vida para ti.
Así como en otras ocasiones bastó un simple parpadeo para dejarla de ver.

Sonreí al mar y susurré para mí.
Gracias a Ti
Ya había pasado un mes, llegué a casa y mi casera en su afán de todo el tiempo barrer su portería me recibía siempre con una sonrisa.
Me entregó un sobre en blanco, cuando pregunté quién lo mandaba me dijo que lo habían dejado diciendo que se me entregara personalmente. Agradecí y me encaminé a mi apartamento. Antes de entrar ya había abierto el sobre, dentro venia el dinero que había pagado por el boleto de autobús y una invitación para boda. Los recuerdos me llegaron de golpe y porrazo como el balde de agua fría que aventaban las señoras desde la puerta de su casa. Cuando vi que sólo aparecía el nombre de ella y el espacio siguiente estaba en blanco pensé que era una última broma antes de que yo supiera el nombre del indescrito que la había engañado y reí. Abrí la puerta de la casa. Me encontré con la mesa puesta para dos y a ella preguntándome: -¿Te hace gracia saber que no me acuerdo de tus apellidos?

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