viernes, 14 de enero de 2011

11-Paullet y el arbol del espacio

Cuando el kobold volvió, un curioso pero rico aroma inundaba su casa.

-¡Caracoles! –Exclamó cerrando la puerta al entrar -¡parece que vale la pena deshacerse de este calcetín! –dijo y se lo mostró a Paullet.

-Bueno, Señor Duende, aquí está la sopa –dijo ella depositando un tazón lleno en la mesa- ¿me da el calcetín?

-Primero el gis –reclamó él.

Paullet pareció dudar un segundo. Luego dijo –al mismo tiempo.
El kobold asintió. Acordaron colocar los objetos en la mesa. Una vez hecho, con un movimiento nervioso el duende cogió el gis y la niña el calcetín.

-Si niña –siseó el duende admirando el gis- es un artículo estupendo.
-Sí. –Respondió Paullet guardando la calceta –ahora me iré.
-¿Si? –Dijo el duende sentándose a la mesa sin dejar de mirar su gis mágico- ¿Qué ofreces a cambio de dejarte ir?
-¡¿He?!¡Teníamos un trato! –reclamó la niña.

-Tu partida nunca fue negociada –continuó el kobold sonriendo– y ya no tienes el gis para hacer trampa –y diciendo eso lo colocó junto a su plato de estaño. Lo acarició como un gran tesoro. Luego levantó el tazón salpicando sopa y dijo: -¿me darías tu calcetín a cambio de tu libertad?

-¡Nunca! –replicó la pequeña haciéndole frente.

-Entonces te quedaras aquí. Será un placer tenerte haciendo sopa todos los días –dijo y llevándose el plato a la boca se bebió la sopa como si de un té tibio se tratara. No dejó ni un chícharo. De inmediato comenzó a sentir que le ardía el estomago. Un fuego le punzaba subiendo hasta su garganta. Su piel verdosa se puso amarilla, luego blanca, después azul. Se levantó dando tumbos y gritando:-¡me quemó! ¡Bruja! ¡¿Qué me has hecho?!

Corrió a su cocinita a buscar agua, pero comenzó a vomitar antes de poder beber algo. Y ahí en la barra, junto a la cesta de especias vio el morral de la pequeña, y la bolsa de detergente que le había puesto a la sopa.

-¡Esa brujita humana! –dijo, y sin dejar de vomitar volvió donde Paullet, que ya había escapado usando el gis mágico.

La niña corría subiendo por una ladera cuando el kobold salió de su casa maldiciendo y vomitando. Al momento un grupo de gnomos encapuchados y sus perros aparecieron frente a él saliendo de los alcatraces.

-¡Ahí va la pequeña hechicera, atrápenla! –les gritó él que también quiso perseguirla, pero el dolor de barriga se lo impidió.

Los cazadores emprendieron la persecución. La niña corrió más rápido que nunca al oír los ladridos tras ella. Un breve arranque de desesperanza la abordó. ¡No podría correr por mucho tiempo y no sabía a dónde ir! El Camino Amarillo podría llevarla a casa, pero ¿dónde encontrarlo?

-¡Por aquí Paullet, por aquí! –Escuchó que le gritaban en la cima de la pendiente- ¡por aquí, date prisa!

¡Era su amiga la Ardilla!

-Creí que te había perdido en el Camino –dijo Paullet llegando a donde ella.
-¡No! Yo desee estar donde tú te hallaras y el Camino me trajo aquí, ¡pero andando que si esos perros nos cogen nos despedazan! –dijo echando a correr hacia abajo, por el lado más empinado de la colina.

-¡¿A dónde vamos?! –preguntó Paullet que corriendo tras ella tropezó y bajo rodando y dando tumbos.
Ya abajo, mareada, vio a sus perseguidores bajando con lentitud, cuidando de no caer como le había sucedió a ella.

-Vámonos… -balbuceó la niña intentando pararse.
-¡No niña! –Dijo la ardilla- toma, apresúrate –agregó dándole una castaña.
-¿Y qué hago con esto? –dijo Paullet extrañada.
-¡Entiérrala! ¡Rápido! –le urgió la Ardilla y Paullet lo hizo rascando la tierra con sus manos.
-¡¿Ahora qué?! –gritó viendo a sus perseguidores a poco de alcanzarla.
-¡Ahora sujétate! –dijo la ardilla y echó a correr.

Un árbol de castañas brotó del suelo y se alzó por el aire con Paullet entre sus ramas más altas. La niña vio a los gnomos llegar hasta el tronco del árbol. Los perros saltaban tratando de alcanzarla pero el árbol no dejaba de crecer. Creció y creció hasta llegar a las nubes y dejándolas muy por debajo llegó al espacio. El árbol creció pasando junto a la luna y siguió creciendo hasta topar con el fin del universo. La cabeza de la niña golpeó con el techo del cosmos.

-¡Auch! – se quejó. De pronto una voz comenzó a llamarla.
-¡Paullet, Paullet! ¡¿Niña donde te has metido?

¡Era Mamá! Que al entrar al cuarto y no verla en la cama la buscaba dentro del armario. Paullet hizo a un lado las tupidas ramas del castaño y saliendo de debajo de su cama brincó abrazando a su madre.

-¡Por Dios Paullet ¿Qué hacías ahí metida?! –preguntó Mamá. Entonces la pequeña comenzó a contarle su aventura. Pero como aun estaba agitada por su insólito escape apenas podía hacerse entender:-¡persiguieron, gnomos, perros, la dama Anirúl, el duende, pero escapé gracias a la bolsa de detergente que me dio el señor Rumpelstiltskin!

-¿Qué te dio quien? –espetó Mamá

- Rumpelstiltskin –repitió la niña- el duende encargado de la lavandería de aquí… del edificio -explicó.

-¡Ruben Troskin amor! ¡Ruben Troskin! Es un pobre viejecito amor ¡no es un duende! –Exclamó Madre separándose de su hija- ¡hay que sueños tienes! ¡Anda vístete ya! Iremos a desayunar con tu Madrina –dijo saliendo del cuarto de su hija.

Paullet se quedó estremecida, pensando en la indecible incredulidad de su madre. Se llevó el dedo al labio y se asomó de regreso bajo la cama. No había castaño ni árbol alguno. Únicamente se hallaban un par de pantuflas rosadas. Entonces ella misma comenzó a tener la sensación de que todo lo había soñado. Sacudió la cabeza extrañada y comenzó a cambiarse. Extendió su vestido sobre la cama y sacó los zapatos de la caja… y aunque no combinaban, lo primero que se puso fueron sus amados calcetines del gato con botas.


FIN –escribió Paullet. Pero esa no fue la única aventura que vivió en el mundo de los cuentos, ni la ultima que contó en su diario.

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