Don Viejito era un hombre de edad
avanzada. En su juventud no había hecho nada con su vida, pero ya maduro lo
había abrazado un amor por las letras y el conocimiento tal, que le daba por
inventar historias y contarlas como anécdotas que demostraran su sapiencia.
Amaba usar palabras rebuscadas como: patíbulo, narigoneado, escarpín,
policromático o rebuscado. Por ejemplo:
-El otro día me sentí mal del
corazón –decía- así que tuve que ir a que me atendiera un ornitorrinco.
Del mismo modo, se sentía tan
docto en las letras que continuamente inventaba nuevos modos para conjugar los
verbos, por ejemplo:
-¡Ho Dios! En África la gente no
se avergonzona de andar desnuda.
Pero estas faltas a la lógica y a
la gramática pasaban desapercibidas en su comunidad, muy por el contrario, la
gente le estimaba tan experimentado como intelectual pues vivía en un pequeño
pueblo alejado de la civilización, las escuelas y los libros.
Había ido a dar ahí por su
esposa. Se habían conocido en un pueblo cercano. Él le contó que venía de
recorrer el mundo, aunque solamente había cruzado un río para salir de su
pueblo.
Tuvieron una hija a la que llamó
Páncreas, -como la reina romana- decía.
El amor que ambos sentían por su
Páncreas era tanto que quisieron hacer de ella una mujer de conocimientos.
-Sería una tristosidad que mi
hija no aprendiera a parlar con la propiedad que me cacariza –decía ufano.
Así la mandaron a estudiar a la
gran ciudad. Y estudió, aprendió matemáticas y física, historia y geografía,
pero sobre todo, aprendió el uso de las palabras que tanto amaba su padre. De
tal modo que la primera vez que volvió a casa, se horrorizó al oír a su padre
hablar sobre los perros que acababa de adoptar.
-¡Esta enjambria de canudos!
Comen como diablos, pero son fieles los animalitos.
Desde luego se refería a una
jauría de canidos, y como en su pueblo todos lo entendían y ella lo amaba
tanto, jamás intentó corregirlo. No quería herirlo al exponer su ignorancia.
Sin embargo un día Don Viejito
decidió visitar a su hija de sorpresa en el colegio. Se presentó vestido con un
saco viejo parchado en los codos, unos lentes de botella y una pipa, porque
según él, le transferían un aspecto intelectual.
Pronto entabló plática con los
maestros de su niña. Al de geografía le contó sobre sus viajes a las montañas
rusas. Al de ciencias naturales le explicó que la monogamia es una especie de
chango sudamericano, y los escrúpulos una variedad de moluscos. Al de física le
dijo que la gravedad está en que ya nadie se preocupa por las letras, y al de
letras le juró que:-en la
Pantagónica hace tanto calor que me estaba fritando.
En ese momento la vergüenza que
Páncreas sintió fue tan grande que no pudo contenerse y lo enfrentó delante a
toda la academia:-¡¿fritando?, ¿fritando?! ¿Me puedes explicar de qué verbo es
ese tiempo?
-Del verbo fritar, por supuesto
–respondió Don Viejito.
-¡Se dice freír! –Exclamó ella
furiosa-. ¡Freír! Deja de decir tonterías.
-¡Por Dios, querida! que
penosidad –dijo el padre apenosiado-. Van a pensar que no sabes expresarte.
Entonces Páncreas no pudo más, y
en franco berrinche le grito: -¡me avergonzonas papá, me avergonzonas! –y salió
llorando del salón.
-Disculpen a mi hija, es que no
ha viajado –dijo Don Viejito, que se sintió tan avergonzonado que tomó a su
hija de vuelta al pueblo, donde la casó con un zapatero.
Por su parte él murió en 1916. La Real Academia
incorporó el verbo fritar al diccionario desde 1925, como sinónimo de freír, y
aun se discute si el uso de la lengua ha madurado lo suficiente para incluir el
resto de los aportes que Don Viejito hizo a esta materia.
FIN
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