jueves, 9 de diciembre de 2010

2-PAULLET Y LA LAVADORA MAGICA


-¿Cómo es que llegaste hasta aquí sola pequeña? -preguntó el anciano al ver a Paullet salir de entre las bolsas de detergente- es demasiado tarde para que estés fuera de la cama. Paullet miró al viejo sin saber que responder. Apretaba su calcetín del gato con botas con una mano dentro de su chamarra roja, con la otra sostenía el gis mágico que le había dado su hada madrina (es sólo para emergencias -le había dicho), con el cual dibujó la puerta en el fondo del armario que la había transportado hasta la planta baja del edificio, a la zona de lavandería, justo detrás de los costales de detergente.
-¿Que tienes ahí? - preguntó el viejo acercándose. Cojeaba arrastrando el lado izquierdo de su cuerpo. Así lo llevó hasta Paullet. Se agachó lentamente con gran pesadez para verle su sonrosada cara infantil. Ella lo miró con espanto. El hombre tenía una verruga negra en la nariz que se movía cuando hablaba. -Mi nombre es Rumpelstiltskin, soy el encargado de la lavandería... pequeña.
"¡¿Rumpelstiltskin?!", se dijo Paullet en un pensamiento que desplazó por completo su espanto, ¡tenía al duende que convierte la paja en oro justo frente a ella! ¿Acaso debía pedirle su autógrafo?
-Tú eres la niña del "403" -interrumpió Rumpelstiltskin los pensamientos de Paullet acercando su rostro al de ella. Su piel tenía la textura de la corteza de un árbol viejo sumergido en el pantano. Casi la rozaba con la nariz mientras la inspeccionaba de arriba abajo con la mirada, como si fuera jurado y juez de sus actos. La sorpresa dio paso de nuevo al espanto, Paullet sentía que la verruga le saltaría encima en cualquier momento, e intentaba disimularlo. Sólo había visto gente tan horrible en las películas. El viejo parecía un ogro, lejos del duende que ella imaginara en el cuento y temió que fuera a devorarla, pero lo que más miedo le daba... era que la llevara de regreso hasta el departamento con su madre.
-¿Y bien? -volvió a interrumpir Rumpelstiltskin-, ¿en qué puedo ayudarte?
No había maldad en la voz del viejo duende y Paullet dejó escapar un aliviado suspiro. Tímidamente sacó el calcetín de la chamarra y lo mostró: -perdí el otro.
-¡Ha! -exclamó el viejo Rumpel-, ya veo. Quizá hmmm -gimoteó rascándose una axila-, quizá... debas comenzar a buscar al fondo - dijo y cojeando llevó a Paullet hasta el extremo opuesto del lugar.
-Tu madre usa los modelos más nuevos. Maquinas automáticas. Pero ahí no encontrarás lo que buscas-, le dijo levantándola con las manos y sentándola en una lavadora junto a una pila de ropa tan sucia que Paullet no soportaba el hedor. Mientras Rumpel balbuceaba las ventajas de las viejas maquinas de lavado de mediados de siglo pasado, Paullet observó que había un par de botines de duendes en ese gran bulto. Entonces recordó que a los duendes nunca se les han visto los pies y de inmediato miró los de Rumpelstiltskin. El viejo traía un par de tenis nike desgastados.
-Aqui está -dijo él, levantando un pequeño morral -te puse una manzana, tú sabrás si comerla o regalarla -sonrío travieso-, además llévate esta bolsa de jabón. Puede ser muy útil si te gustan las burbujas. ¿Estás lista?
-¡Si! -sentenció Paullet animosa.
-No lo suficiente -rió Rumpel tirando al piso la ropa de un empujón. Debajo apareció una vieja lavadora. Su tapa oxidada rechinó al abrirse.
-Una última cosa -le dijo Rumpel mirándola a los ojos-, pase lo que pase allá abajo... ¡no sigas al conejo! -exclamó arrojándola dentro con el mismo ímpetu con el que se había desecho de la ropa. Se escuchó el gritó de alguien que cae en un pozo profundo y no deja de caer. Un grito que se va haciendo más, más, y más pequeño... pequeñito, casi inaudible, pero que nunca se paga.
El viejo cerró la lavadora, amontonó la ropa sobre ella asegurándose de no ser visto, y desapareció.

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