domingo, 3 de octubre de 2010

GORGONA

Oscuridad, luz, y de nuevo oscuridad. Amanecía en el infierno, las bolas de fuego en el cielo comenzaban a brillar, primero eran como una diminuta flama azul que ardía y se apagaba por intervalos, después como avivadas por el aliento de Elios, ganaban fuerza e intensidad. Su flama se volvía amarilla y se retorcía como la lengua de un dragón: una y otra vez, hasta convertirse en una brillante esfera rojiza como si fuera una bola de estambre tejida de fuego.

Zack le había preguntado a Cecil como funcionaban aquellas esferas incandescentes. Cecil se limitó a fruncir el ceño, encoger los hombros y decir: -es un misterio. Cosas de dioses-. Zack en respuesta le explicó como funcionaba el sol, como se habían creado la tierra y la luna, le contó como la vida salió del mar, de los grandes reptiles y de los grandes mamíferos; le aseguró que el hombre provenía del mono y le explicó todos los misterios que habían desentrañado los científicos sobre la vida y el cosmos. Cecil exclamó incrédula: –es insólito lo que cuentas, suena difícil de creer. Nuestro mundo se creo de manera más sencilla-, dijo ella –“Aquel del que no se habla”, abrió su mano y nos dio vida.

-¿Aquel del que no se habla?, ¿de quien no se habla?-, prorrumpió Zack intrigado.
-No puedo decirte. No se habla de él –contestó ella, se dio media vuelta y durmió.

Ahora amanecía. Zack parpadeaba aun con sueño. Zefiro había pasado la noche haciendo guardia, por ende el cálido cuerpo que lo abrazaba no podía ser más que de Cecil. Suspiró mirándola a la cara. Le sorprendía el sentirse atraído hacia esa cosa azul, como le decía él para no terminar enamorándose. Miró hacia arriba, vio el techo del tipi en el que dormían, Zefiro había dicho que estaba hecho de la piel de las lombrices gigantes. Salvo la cobija con la que había pasado la noche, que evidentemente estaba hecha de algún mamifero peludo de piel gruesa, todo estaba hecho de alguna parte de esos animales. Incluso la espada que Zefiro ceñía en su cintura había sido el diente de una de esas criaturas.

Zack se estiró entre las cobijas. Pasó largo rato pensando en su vida en el mundo de los humanos: en su madre y en sus amigos; se preguntó si alguna vez los volvería a ver. Se preguntó si Michelle estaría bien, y se preocupó muchísimo porque no había quien le diera comida. Había perdido la noción del tiempo que llevaba en el infierno. “Definitivamente no es como dice la iglesia”, se dijo asimismo, “pero es horrible”. El clima era frío de día, gélido de noche; lo mas cercano al agua que había probado era la sangre de algo, rebajada con la sabia de algún vegetal ponzoñoso. Fue un trago espeso, repugnante y frío. Las criaturas que allí vivían eran monstruos deformes, y las que morían, no se quedaban muertas. Algunas se levantaban y deambulaban por ahí, y por si fuera poco las almas de los humano que iban a dar a ese hoyo lo hacían como zombies, o al menos él los llamaba zombies. La mayoría de los demonios simplemente les decían humanos, porque nunca habían visto uno vivo.

Cecil le había contado que su gente imaginaba que el Edén era un lugar terrible lleno de muertos andantes de un hambre insaciable. Lejos de las fábulas que de ese lugar habían contado sus abuelos.

Zack no quería abandonar el calido cuerpo de Cecil y la comodidad de las cobijas dentro del tipi, pero había cenado abundantemente. Las chicas habían cazado una especie de roedor apestoso, cuya sebosa carne sabía peor de lo que olía. Con eso en el estómago no tenía más remedio que salir a excretar. En cuanto sacó la cabeza, sintió un golpe frío, como una placa de hielo estrellándose en su cara. Los ojos se le secaron y sus labios se quebraron aun más de lo que estaban. Afuera, Zefiro se calentaba las manos en una fogata. Llevaba puesto una gruesa capa de piel, café como arrancada de la espalda de un oso o castor gigante.

-¿Que no duermes?-, le preguntó Zack encogiendo los brazos.
-No cuando mi vida depende de ello-, respondió sin voltear a verlo.
-Pero Cecil y yo pudimos haber hecho guardia- replicó él.
-No. Necesito que Cecil descanse- argumentó ella, – y en tu caso, no durarías ni medio minuto sin la supervisión de un adulto-. Zack quiso replicar, pero sabía que seguramente sería cierto, así que se limitó a murmurar algo y a pasar de largo para adentrarse en el valle.
-¿A donde vas?- le preguntó Zefiro, aún sin mover un músculo…
-Debo ir al baño.
-Has donde pueda verte.
-Estas loca… no voy a dejar que me veas.
-Es mejor que yo te vea, a que te vea una de las cosas que rondan por aquí.
-No iré muy lejos- le dijo Zack adelantándose.
-Ve atrás con los thestrals. Si pasa algo los escucharé-. Zack obedeció.

Los thestrals, amarrados en unos troncos, habían dejado el lugar apestando a caballeriza. “Al menos huele mejor que los roedores que cenamos”, pensó Zack. Miró las negras y delgadas alas pellejudas del equino. En su momento se había preguntado porque no se iban volando si esas cosas tenían alas, pero él mismo había notado que eran demasiado frágiles y débiles como para poder emprender el vuelo, así que sólo estaban ahí como muñones inútiles y escabrosos. Le molestaban incluso más que sus ojos blancos. Las bestias relinchaban exhalando humo.

-Oye, nada mas hay dos de esos… caballos, ¿dónde está el otro?-, preguntó Zack a Zefiro al volver.
-No sobrevivió la noche-, contestó ella.
 -¿Qué…?, ¿qué fue lo que pasó?-, siguió preguntando Zack.
-Lo atacó un basilisco-, respondió Zefiro.
-¡¿Un… que…?!-, espetó Zack sentándose junto a ella. Sintió un escalofrío recorriéndole por la espalda. Era miedo. Pensó lo cerca que la muerte había estado de él mientras dormía.
-Eres un cobarde- le dijo Zefiro sonriendo. -Basilisco: es un pequeño reptil con cresta y patas de gallo. Es venenoso, y artero. Se arrastra en silencio hasta estar cerca del animal y entonces le brinca a la yugular clavándole los colmillos.
-¡Hey!-, exclamó Zack, -¿tú dices un chupacabras?
-¿Chupacabras?
-Si, es una cosa como la describes que se mete a las granjas y mata el ganado. Les deja dos hoyos como de colmillos en el cuello y les chupa la sangre hasta dejarlos vacíos. Algunos dicen que tiene alas, otros dicen que es una serpiente, otros que es un sapo con alas de gallo. Nadie sabe realmente como es.
-No recuerdo haber visto una de esos cuando estuve en Edén- dijo Zefiro reflexiva, - pero si. Suena a basilisco.
-¡Es verdad!- dijo Zack emocionado, -Cecil me contó que tú conociste la tierra.
-Fue hace miles de años-, Zefiro bajo la cabeza y murmuró: - de hecho yo nací en Edén.
-¡¿Eh?!, ¿escuché bien? ¿Tú… tú eres de la tierra?, ¡entonces eres humana!
-No, no lo soy- contestó Zefiro con sequedad.
-¿Eres un diablo nacido en la tierra?
-Soy una gorgona.
–¿Una gorgoqué?
-Una Gorgona. ¿Alguna vez oíste hablar de Medusa?.
-Me… me… Medusa…- balbuceó Zack poniendo toda su atención en lo que hasta ese momento creía eran unas rastas sebosas en la cabeza de Zefiro. Eran marrones y se veían escamosas. Las llevaba amarradas en una coleta y le caían por el cuello hasta la espalda: -¿la tipa de las serpientes en la cabeza?-, respondió por fin.
-Si…-contestó Zefiro levantándose. -Fue la más famosa de los míos entre los tuyos.
-¡Fock!- espetó Zack con repulsión pensando en el cabello de Cecil.
-Fue famosa por ser victima de una maldición. Una diosa celosa la maldijo de tal modo que aquel que viera en sus ojos se volvía de piedra. Condenándola a la soledad. Hasta que fue asesinada por un héroe de tu pueblo-, terminó Zefiro con un nudo en la garganta, una sombra en los ojos y un puño en el corazón.  Por el rictus Zack pudo haber asumido que el moustro mitológico se trataba de alguien cercano a ella: un pariente o un ancestro. Pero estaba horrorizado. Sabia que no tenía porque temer de Cecil y Zefiro, al menos por ahora, pero esta era una nueva razón para estar alerta. No dejaban de asombrarle las cosas que ahí conocía. Quiso cambiar el tema pero enmudeció. Por suerte ella habló: -levanta a Cecil, hay que irnos…

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