miércoles, 8 de diciembre de 2010

1-PAULLET Y EL CALCETÍN PERDIDO


Erase una vez... -escribió Paullet-, una niña llamada Paullet.
Paullet era una niña no más grande que otras niñas de su edad, le gustaba el mar y las mañanas frías en la montaña. Nunca había visto ni una ni la otra, pero las conocía por las fotografías de los viajes de su madre, quien hace años se había instalado en la ciudad para criar a su hija.
Desde la ventana de la sala podía ver el humo expulsado de la refinería, y su brillo en tonos poli cromáticos cuando la golpeaba la tarde. Le parecía un castillo o una fortaleza metálica, a la que algún día debía entrar montando un corcel y empuñando una lanza. Pero aún no. Mamá no la dejaba salir ni al pasillo. Existía todo un mundo por descubrir esperando por ella.
Paullet hubiera deseado un hermano que la acompañara en sus incursiones a tierras desconocidas, pero estimaba que un gato sería mejor compañía. El gato le enseñaría a empuñar una espada y le mostraría que tipo de sombrero usar con unas botas. Tristemente, Mamá era alérgica a los gatos. Tampoco tenía amigas en la escuela, ninguna poseía súper poderes. Así que se contentaba con los cuentos que se apilaban en el buro, las películas amontonadas sobre la vieja videocasetera, y los muñecos de peluche regados en la habitación.
Dos días atrás cuando Madre regresó de la lavandería, Paullet corrió al cesto de la ropa limpia metiendo la cara dentro para inhalar. De inmediato su olfato se inundó del fresco olor de las flores.
-¿Por qué huele a así?, -le preguntó a Mamá. Mamá, sonriendo le había contado que en la lavandería había unas cajas metálicas llamados lavadoras. Ahí la gente ponía la ropa sucia y unos duendes la tomaban para lavarla en un río que cruzaba una floresta.
-Por eso queda impregnado el olor a flores, -le dijo Mamá.
Paullet quedó satisfecha con la respuesta, pero intrigada. Había leído que los duendes podían ser muy serviciales, tanto como amables, pero también eran codiciosos. Lo pensó, y pensó, pero no se podía convencer. Así un par de días luego se acercó a Mamá mientras esta doblaba la ropa y le inquirió: -¿Y que ganan los duendes?
-¿Duendes?, -dijo Mamá desconcertada.
-Sí, duendes, -afirmó Paullet-, los que lavan la ropa.
-¡Ha!, -Mamá se llevó la mano a la frente antes de volver la vista a la ropa blanca que estaba doblando. Miró un calcetín de Paullet que no tenía par y apartándolo se lo mostró:-pues de vez en cuando, se llevan un calcetín, o un calzón, o una camiseta, como pago.
-¡¿En serio?! - tronó Paullet con expresión alarmada. Ese par de calcetines era una de sus posesiones predilectas. Tenía al gato con botas bordado en ellos.
-¡¿Y para qué lo quieren?!
-¡Nadie lo sabe!, es un misterio, -dijo Mamá levantando los brazos y riendo para dentro.
-¡Pero no pueden quedarse con el calcetín. Es mío. Deben devolvérmelo!
-Ojala se pudiera Paullet, -le dijo Mamá-, pero me sorprendería bastante que apareciera, - y diciendo doblaba una sábana blanca sin mostrar la menor preocupación por el objeto perdido.
-¡Me lo regaló mi hada madrina!, - exclamó la niña.
-Madrina mi amor, madrina. No es un hada, -le aclaró Mamá- . Estoy segura que te regalará otros iguales, -continuó sin interés.
-¡No entiendes!-gritó Paullet descubriendo que Mamá no tenía intenciones de ayudarla-, ¡ellos me maúllan canciones de cuna cuando no puedo dormir!
Tenía razón. Mamá no entendía, para ella Paullet llevaba la fantasía de los cuentos demasiado lejos. "Otra vez con esto", pensó tomando su cabello dorado en la misma expresión de alarma que su hija pusiera hace un par de momentos y le dijo: -¡ha! Paullet, le diré a tu madrina que ya no te regale cuentos.
-¡No!, - se opuso Paullet-, no puedes decirle a mi hada madrina que no me regale cuentos.
-Tu madrina... ma-dri-na Paullet,-deletreó Mamá en tono severo- no es ningún hada. ¡Entiéndelo de una vez!
-Ella me dijo que era un hada -respondió Paullet con la misma severidad que su madre tanto en la voz como en el ceño-. Y voy a recuperar ese calcetín aunque no me ayudes -sentenció tomando el que se hallaba revuelto sin par entre la ropa antes de darse media vuelta indignada y salir.
-¡No me des la espalda! -reclamó Mamá.
-¡Tú no crees en nada! -respondió la niña encerrándose en su cuarto.
-¡Eso es Paullet, enciérrate! ¡¿Y qué vas a hacer?, ¿he, encerrarte en el armario de nuevo?! ¡No hay ningún mundo secreto del otro lado Paullet! ¡Ni puede viajar por el tiempo tampoco!, ¡¿me oyes, he?! ¡¿me oyes?!
Aunque Paullet la había escuchado arrinconada dentro del armario no hubo respuesta, y Mamá se quedó sentada apretando una sabana con los dientes, recordando la vez que su hija se pasó dos días enteros sin salir del armario intentando pasar a otro mundo. Todo gracias a los libros que su madrina le regaló en su cumpleaños, y aunque el armario nunca se abrió del otro lado, Paullet se contentó cuando su hada le explicó que los pocos armarios mágicos que quedan en el mundo se encuentran cerca de los bosques y del campo.
Madre exhaló un suspiro, terminó con la ropa, hizo una llamada telefónica, concertó una cita y antes de acostarse, tocó a la puerta de Paullet:-hija... mañana iremos con tu madrina. Saldremos temprano... -dijo pegando la oreja a la madera sin obtener respuesta. Pensó que estaría dormirá. "La levantaré temprano", se dijo resignada, pero Paullet ya no estaba en la habitación.

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