Desperté cayéndome de la cama. Estaba sudando. Comencé a
palparme los brazos y la cara mientras el despertador hacía su escandaloso:
“beep… beeep”. Tenía una sensación bastante culera y rara. Mi cuerpo se sentía chueco,
como si me lo hubiera puesto mal. No sé si alguna vez te ha pasado que tienes
unas mallas para el frío, pero se las prestas a un amigo, y cuando te las devuelve
ya no te quedan. Te las pones pero quedan chuecas, como si se hubieran adaptado
a su cuerpo, y ya nunca las puedes volver a usar. Pues eso es lo que sentí en
ese momento, sólo que en todo el cuerpo. En especial la pierna derecha. Me
estorbaba.
Me vestí y bajé las escaleras pensando(desde luego que
primero apagué el despertador). Trataba de dilucidar que diablos había pasado
esa noche. Estaba seguro de que no había sido un sueño. No recordaba como
diablos había llegado a casa, pero eso no era sorpresa. Después de la cantidad
de drogas y alcohol que me había metido esa noche, lo sorprendente es que
siguiera vivo. La pierna me estorbaba mucho.
El día anterior había conocido a este tipo en el camión. Se
hacía llamar DG, que a mi me sonó a marca de historietas. Me invitó a tomar
unos tragos: “sólo tengo 15 años”, le dije esperando que él entendiera algo así
como: “hey, soy muy chico para tus perversiones, y no soy estupido. No iré”. A
lo que él contestó: “pues por como apestas, lo que tienes son 15 caguamas y 15
churros de mota encima. Pero si tienes miedo no”.
¿Miedo?, ¡¿Yo, miedo?! Vamos a poner esto en perspectiva.
Ahí estaba yo, un puberto chaquetero, con este tipo que me doblaba en tamaño, y
fuerza, que descaradamente me arrebató mi libro de historietas, con el que
había soñado pocos días antes, y que sabía que había soñado con él. De hecho,
sabía todo lo que nos habíamos dicho en ese sueño que según Freud sólo sucede
en mi cabeza, lugar donde nadie más que yo puede meterse… Creo que eso de por
si es bastante como para cagarse en los pantalones. ¡Por supuesto que tenía
miedo! Pero a los 15 años no puedes reconocer eso. Es peor que el suicidio
social. Admitir que tienes miedo equivale a ser un gallina, una chillón, un
mariquita, un pussy, un homosexuado; convertirte en objeto de las burlas. Es
algo que puede perseguirte hasta salir de vacaciones.
Por el otro lado, no había nadie ahí que fuera a delatarme.
¿Quién iba a decirles? ¿DG iba a ir a mi escuela a decirle a todo el mundo,
“hey miren al bubu llorón?”. ¡Desde luego que no! Simplemente podía negarme y
saldría librado.
-¿Dónde me dijiste que estudiabas? –dijo tallándose la
cabeza-, ah, si. En el Bachillerato 01 ¿Verdad? –y sonrió.
-Está bien, vamos por esos tragos… -dije valiente-, pero te
lo advierto –agregué tratando de parecer mayor-, tengo que pedir
permiso en mi casa.
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