sábado, 25 de febrero de 2012

El conflicto del libro de historietas

Todo comenzó… Bueno, en realidad no sé como comenzó. Siempre he sentido que llegué como a la mitad de la historia. Más bien, mi primera experiencia en esto, fue una noche en la que estaba sentado en la azotea de mi casa. Esa es una situación que se daba muy seguido en mi adolescencia. Me gustaba subir a la azotea, y mirar el cielo. Secretamente esperaba ver un ovni o alguna mamada de esas, pero lo que vi estuvo más cabrón: una cabeza humana flotando.

Es neta. En el cielo apareció la cabeza de un tipo. Era como 10 veces más grande que una cabeza normal. Salió de la nada, y se quedó ahí flotando como una visión en el cielo estrellado. Lo mas sorprendente del asunto es que no sólo no había fumado nada de mota esa noche, sino que no sentí ni temor, ni sorpresa. Se veía nebulosa. En retrospectiva era como un holograma.

Cabeceaba buscando algo entre los techos. En una de esas me vio y me dijo:-¿No has visto por aquí a una chavita de tez blanca, cabello negro, rasgos asiáticos, guapita ella?

-Hem… no.

-¡Maldición, azotea equivocada!-, dijo para si mismo frunciendo el seño. –Y… ¿tú… que onda? ¿No tienes una hermana guapa que me presentes?

-Mi hermana tiene cinco años-, respondí.

-¿Y cuanto pesa?-replicó. Aquí empezamos una discusión sin sentido sobre mi hermana, así que no tiene caso que la relate. Recuerdo que luego las cosas tomaron un giro más interesante, pero no podría contar que dijimos. Me despertó el maldito despertador. Era hora de ir a la escuela.

En esa época yo iba al bachillerato. Después de medio desayunar alguna bazofia con leche que me sirviera mi madre me largaba. Bajaba por una ladera hasta la carretera donde esperaba el bus. Llegaba a la escuela donde pasaba la mayor parte del tiempo bebiendo cerveza, consiguiendo hierba, y reprobando materias.

En el receso me juntaba con mi amigo Marquitos. De hecho, con él era el asunto de las chelas y la mota (hablaré de eso en otro momento). Afuera del colegio, justo atrás, donde estaban las canchas de basquetbol, había una colina que dominaba el paisaje. Desde luego, no podíamos emborracharnos adentro, así que nos  trepábamos ahí, donde lo peor que podía pasar es que el prefecto tirara maldiciones y nos amenazara con reportarnos. Nos habían reportado tantas veces que había dejado de ser efectivo.

Como fuera el asunto, ese lugar nos gustaba por una peculiaridad: las niñas que llegaban a jugar baloncesto con sus pantalones cortos, sus playeras blancas que terminaban sudadas y ceñidas en el cuerpo. A mi cuate le gustaba una en particular. Tenía una cadera ancha, y unos senos que rebotaban más que el balón con el que jugaba. Aun así, su silueta era suave. Tal vez fuera por las drogas y el alcohol, o por mi astigmatismo, pero desde ahí se veía borrosa. Casi como un bosquejo. Aunque yo no sentía ninguna atracción especial por ella, entendía por que le gustaba a Marquitos, ¡pero Dios mío! Tenía una nariz tan horrible, que afeaba todo su rostro.

Cuando se acaba el receso y ya no había caguamas, o marihuana según el caso, si podíamos, volvíamos a clase. Cuando digo “podíamos”, quiero decir “físicamente capaces”.

Un buen rato después, cuando lográbamos coordinar los brazos y las piernas, íbamos a una librería que estaba a dos cuadras de ahí. Cuando tenía dinero compraba algo, cuando no, pues me chingaba. Mi lectura favorita eran los libros de historietas, aunque a veces adquiría algún libro de fantasía o mangas. Iba en primer semestre así que ya te imaginarás, no había dejado de ser un crío.

En una ocasión estaba tan borracho, que se me hizo genial robarme algunos comics. Simplemente los metí en mi pantalón e hice como que seguía viendo la mercancía. Tras un par de vueltas en los estantes salí como si nada. De la emoción hasta la ebriedad se pasó. Tomé el camión para irme a casa. Fui a sentarme hasta el fondo y comencé a leer. No pasó mucho antes de que una voz gruesa me preguntara:-¿Qué lees?

Entonces, al levantar la cara, ante mi, hallé algo que me aterrorizó hasta aflojarme el intestino. Un tipo demasiado joven para ser considerado un mayor, pero muy grande para interesarse en historietas. Antes de que pudiera reaccionar me arrancó el tebeo de las manos diciendo:-¿Me lo prestas?

“Claro que te lo voy a prestar idiota, ya me la arrebataste de las pinches manos”, pensé en decirle, pero por precaución me quedé callado.

El tipo ojeó la revista con calma durante unos minutos. Luego volteó a verme, que a mi vez no había dejado de mirarlo, esperando que no se bajara con mi comic. Nuestros ojos se encontraron. Los míos son cafés, los de él eran azules. Chisteó. Se enderezó un momento para fijarse que nadie nos viera, y volvió a poner sus ojos sobre los míos.

-¿No eres el niño de la otra noche…? Si, si… tú eres el niño de la azotea, el que tiene una hermana.


CONTINUARÁ??

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