sábado, 24 de diciembre de 2011

Un buen día


 Tengo mucha sed, despierto con la boca seca y apestosa. Me estiro dando vueltas sobre la cama. Bostezo abriendo los ojos a un nuevo amanecer, a un respiro más de vida, a un latido más de mi corazón y me preparo para ser lastimado. Me siento un breve momento antes de levantarme por completo, para permitirle a mi sistema nervioso reaccionar.

A cada parpadeo que doy una fina aguja envenenada se abre camino por la húmeda suavidad de mis ojos. Me duelen los pulmones. Necesito un cigarro. Tomo el último de la cajetilla y la duda me invade. Si lo fumo ahora, ¿qué fumaré después? Pero si lo pienso, si lo fumo más tarde cabe la posibilidad de que sufra un accidente y muera sin haber fumado el último cigarro.

Aún aletargado, me paro frente al espejo. Ignorando las lágrimas, me rasuro, y fumo. Me cuesta trabajo respirar. El cigarro quema mi garganta. Toso secamente y tras un impulso de convulsionarme escupo un enorme coagulo de sangre con pelos.

¿Qué diablos es eso?

Parece un animal agonizante aspirando sus últimos soplos de vida. Palpitando hasta detenerse. Creo que es mi corazón y se ha suicidado. Miro en el espejo buscando una explicación y en vez de eso encuentro una mirada de pánico. Doy un toque más a mi cigarro antes de apagarlo. Sé que me arrepentiré después.

¿Cuándo me comí esa cosa? Escupo grandes bolas de pelo con frecuencia, pero nunca con sangre.

Tienes que ir al medico.
No. ¿Que tal si me dice que estoy enfermo?
Al menos deja de fumar.
¿Sólo por una pequeña piedra de sangre coagulada en mi bola de pelos?
Si. ¿O te vas a esperar a escupir la rata completa para dejarlo?

Tengo mucho frío. Estoy muy pálido, mis ojos están irritados y mis dientes manchados de sangre. Luzco como un vampiro hepatítico. Me veo... poca madre.

Recojo la sanguinolenta bola de pelos. La guardo en una caja de cartón que acomodo bajo la cama. Me despejo un poco lavándome la cara, levanto mi ropa del piso. Torpemente me pongo un azul pantalón de mezclilla, entubado, muy ajustado.

Tiene manchas de colores que jamás había visto, bueno la de la entrepierna es roja, porque sabe a salsa catsup. Tomo una playera amarilla que escrito tiene en el pecho con letras negras “no me duele”. Recojo un par de calcetas. Están tristes y prefieren quedarse en casa este día. Me pongo mis viejos tenis. No los he lavado desde la última inundación. Si los exprimes con fuerza puedes hacerlos llorar.

Tengo sed. Miro alrededor de la alcoba intentando enfocar un vaso, que encuentro sobre la cómoda debajo de mis frustraciones. Entro al baño para servirme un refrescante tanto de agua del escusado. Bebo aceleradamente intentando no ahogarme con los pedazos de excremento. Creo que debí jalar la palanca del inodoro antes de servirme, pero pienso que es bueno que todo vuelva al lugar del que proviene. Bebo... refrescante...

Hay momentos en que realmente la vida me sabe asquerosa, pero el mal sabor siempre se pasa con un delicioso vaso con agua; eso, o me estoy acostumbrando al sabor de la mierda.

Me pongo una gabardina negra y rota como mi futuro. Me mojo el cabello. Me veo una ultima vez en el espejo antes de irme. Me gusta ver como escurre el agua por mi rostro hasta mis hombros.

Me voy. No sé muy bien a donde pero aun así me voy. Sólo me dejo guiar por las calles que me parecen hostiles y las paredes peligrosas. Llego a la avenida. Un vehículo pasa sobre un charco salpicándome. Es como si el mundo me hubiese escupido.

Cruzo por el puente peatonal. Me siento incomodo, el mundo me estorba ¡lo siento demasiado cerca de mi! No respeta mi espacio íntimo; se estrecha a mí alrededor. Sufro un ataque de claustrofobia a media calle. ¡Le escupo al mundo! Le escupo de regreso. ¡Le escupo…! y cae en mi zapato.

Me meto en la primera tienda que veo. Tengo que comprar unos cigarros. Entro olfateando la nicotina con desesperación. Dirijo mi mano hacia las cajetillas, mientras con la otra hurgo en mi pantalón en busca de dinero.

Entonces me detuve en seco al sentir en la primera mano un objeto frío e impersonal. Abrí la mano, miré, tan sólo era una barra de chocolate.

Por fin saqué el dinero, y aparecieron unas cuantas monedas. Me asalta una repentina sensación. Ya no estoy tan seguro de querer separarme de ellas. Dormían cálidamente al fondo de la bolsa del pantalón y sin pensarlo las he despojado de su refugio. Se ven tan inocentes. Son pequeñas y tienen frío. Despertando de su sueño, la más pequeña abre la boca intentando decir algo. Con su tierno balbucear me dedica unas palabras.

-¡Chinga tu madre!

Sin pensarlo más pago el chocolate y al hacerlo, noto algo que no había notado nunca. Del otro lado del mostrador había una mujer. Al verla, fue como si la mitad de toda la belleza hubiera muerto para cederle su lugar a ella y la odié un poco, porque a la vez, sentí en mi pecho un fuerte deseo por poseerla.

Mientras me cobraba me regaló una sonrisa de cortesía, de esas que te regalan las personas que no quieren parecer antipáticas. Me detuve a admirar las pequeñas motitas rojas de su cara al momento de recibir el cambio.

Rápido, piensa en algo inteligente que decirle.
¿Has notado lo feo que se ha puesto el clima?
No. Muy estúpido.
¿Sales con alguien?
Muy precipitado.
Nena, ¿no me encuentras atractivo?
Eso es aún más estúpido.
Si huyeras conmigo, yo cuidaría de ti.
Eso sería mentira.
Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida y si estas libre me gustaría conocerte.
Demasiado sincero.

No cabe duda, que lo más inteligente que puedes decir en estas ocasiones es: -hola...

Pues, no me siento muy inteligente.

- ¡Hola!

Responde cerrando los ojos a la vez que meneaba la cabeza y sonreía. Esta vez era una sonrisa genuina, de esas que te brincan a la cara y a golpes, te obligan a sonreír.

- Perdón, paso muy seguido por aquí y este... pues realmente no te había visto.

- ¡Nop! Mi tío es el dueño, sólo vine a tomar unos cursos y me haré cargo de la tienda en mis ratos libres.
- ¿No conoces la ciudad?
- Puees... nop. Era muy pequeña la última vez que vine, así que, creo que eso cuenta como: nop.

¿Nop? ¿Qué clase de persona dice eso? Una muy atractiva.

- ¿No te molesta si me atrevo a ofrecerme para mostrarte la ciudad?
- ¡Nop!

Continúo mi camino. Las sombras brillan en tonos plateados, el sol ilumina mis pasos y me acaricia. Por un momento da la impresión de que todo es absolutamente perfecto. Ni un crepúsculo esmeralda, ni los tres colores que le faltan al arco iris, ni una sobredosis de heroína, podrían ser más hermosos, ni más extraordinarios que este momento.

Es en estas ocasiones cuando sabes que vas a despertar de un momento a otro.

Escrito por OMEGA


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