sábado, 24 de diciembre de 2011

La calle de las Memorias Duras


Las gaviotas vuelan, la marea me golpea, el mundo se me abre, de nuevo brilla el sol. Escucho tus ojos y respiro tu aliento, y siento tu cuerpo y me sueño en tus brazos, y abro los ojos, y encuentro una pinché almohada bebiendo lagrimas.

Por un momento me sentí tranquilo. Por un momento soñé, que seguías conmigo.

Despierto de mi letargo vespertino. Perezosamente despego mi rostro de la llorada almohada. Me paro frente al espejo.

¡Vamos! Sólo mírame, soy más alto, más guapo, más simpático, más interesante, simplemente soy más que ella y jamás podrá volver a tener a alguien que se asemeje ni remotamente a mí.

Lo trágico de esto se encuentra en que, probablemente, ella necesita a alguien que no se asemeje ni remotamente a ti.

Tomo un cigarro y lo enciendo mientras recuerdo como en el aire se abren vacíos que dos no pueden respirar.

“No pienses en mi”.

Vacíos que se alargan sin final. Amargo placer es recordar tu mirada, esfumándose, mientras la mía se apaga.

Y a pesar de ello, no puedo dejar de pensar en ella.

Arrojo el cigarro al fondo del escusado.

Tal vez, era el amor de mi vida.
Tal vez necesitas unos tragos.

Entonces siento algo dentro de mí, listo a invadirme. Cierro los ojos para que no se escape. Dos lágrimas escurren a la vez que tomo una playera y de un portazo cierro la puerta a mis espaldas.

Salgo de mi casa, es un hermoso día nublado. Doy un paso con el mismo pie con que lo hago todos los días, para recorrer el mismo camino que recorro a diario.

Paso por aquel callejón donde les pusimos nombres a los hijos que nunca tuvimos. Salgo a la avenida de las falsas esperanzas, y ahí, en la esquina con el boulevard de los sueños rotos, esta el puente peatonal donde nos conocimos. Ahí estabas, esperando a nadie. Viendo el rítmico vaivén de los autos. Recuerdo que hasta me falto el aire cuando me miraste. Me detuve a tu lado sin mediar palabra. Encendí un tabaco y sin darme cuenta, nos tomamos de las manos.

Despierto de la lozanía. Sufro un ataque de rabia hacia mi mismo. Cierro los ojos, aprieto el puño frenético con la intención de golpear la brisa y me frustro al tocar el vació.

Alguien me dijo una vez: “el corazón es un músculo. Y su función, no es la de guardar sentimientos. Es el cerebro, la memoria, la que te arroja esas imágenes que nublan tu juicio, la culpable de tu dolor”. Creo que tiene toda la razón. Más de nada me sirve saberlo si no logro deshacerme de mis recuerdos. Por eso me acabo a tragos y me atasco drogas, para matar las neuronas. Para borrarte de mi pasado, sin embargo, las cosas no han salido como las he planeado.

De inmediato trato de recordar las cosas malas: aquellos pequeños detalles hirientes que me lastimaron tanto, pero, aunque me parece increíble, los he olvidado. Sólo conservo bellos recuerdos. Imágenes en la memoria que engañan a mi corazón y nublan mi juicio. Imágenes que pasan ante mis ojos como si las viviera en ese momento y de la misma manera, como si sintiera el roce de tu cuerpo. Sentimientos que enervan mi piel y que, cuando se esfuman, me lastiman.

Subo el puente peldaño a peldaño. Mis ojos se cristalizan y se quiebran inundándome de memoria ¡Oh! Recuerdo esos lindos quejidos tuyos, los que pegabas cuando no estabas de acuerdo con algo. Recuerdo cosas tan insignificantes que te hacían tan grande: como el tono de tu voz, tu tibio aliento, tus suspiros, los besos desde luego, de tus labios oro rubí, tu oscuro cabello rizado y tus ojos tiernos de niña inquieta, tu mirada coqueta y traviesa, tu manera de torcer la boca cada que disparabas un beso a distancia.

Recuerdo más claramente que nada, porque como ponzoñoso dardo me atormenta, la vez que llegué a buscarte al parque. Quedamos de vernos bajo las doce estatuas del zodiaco. Al llegar, te busqué sin hallarte con la mirada y acalorado corrí a refrescarme en la fuente. Entonces, sentí un par de manos en la espalda, sorprendido te arrojé agua al voltear. Y en tus bellos ojos, que se abrieron y brillaron, a través del agua, vi un arco iris.

Pero también recuerdo cosas burdas y tontas: como que no te gusta el pollo, como que querías probar los hongos, o la manera tan fría en que ignorabas a tus amigas cuando peleabas con ellas. Quizás he olvidado tu color favorito, pero recuerdo el de tus ojos. Que vestías de blanco, tu gusto por el campo y los espacios abiertos. Tu pasión por los girasoles y esa manía tuya por ver bailar a la gente, y que, a pesar de lo mucho que lo deseabas, nunca te atreviste a hacerlo. Si, sé que lo querías, aunque lo negaste cada que te insistí, porque no podías dejar de mover los pies acompasados al ritmo. Hablando de pies se me revela ahora tu manía aquella por las piedras lisas de los ríos. Recuerdo como las atrapabas con los pies aquella vez que fuimos a las montañas. La vez que te quedaste dormida después de tres cervezas en nuestro aniversario.

Y recuerdo que planeamos ir al mar para el siguiente.

En el puente, abrazados, hallo un par de enamorados. Ni siquiera trato de ocultar mi envidia y desprecio a lo que sienten, reflejado en mi agria mirada.

Me siento muy incomodo por eso, pero ellos se sienten más, ante la visión de lo que le depara a alguno de los dos y se van. Más relajado en mi soledad, suspiro y me recargo. Me detengo a admirar los autos. Es una pequeña forma de decir te extraño.

FIN


Para recibir estas fumadas de peyote en tu mail, pidelo en comentarios

1 comentario:

  1. Sabes?? Siempre me gusto éste en especial. Mas ahora lo vivo en carne propia..

    ResponderEliminar