viernes, 23 de diciembre de 2011

EMILY

Emily, como un sueño de rosas negras, con la muerte abismal entre sus blancas piernas, como ave de la noche, como oscura nube de tormenta sin reproche, con sus ojos claros y atentos, sus pechos titilantes e imperfectos, que se esconden temerosos de mis manos bajo las sabanas frías; llegó a mí sin esperarla, indiferente, sentada a mi lado aquella oscura madrugada, y me dijo… me dijo…

-¿A dónde vas andante?

A lo que respondí girando nervioso, brincando del susto y el encanto proveniente de sus secos labios

-Alma en pena, alma errante, me dirijo a apuñalar el pecho de mi amante.

Y la tuerta noche me miró con su único ojo mientras los ángeles iluminaban el horizonte estrellándose en el mar que lloraba por quererte y no poderte desear.

¡Oh Emily! De aquella lejana tierra encumbrada y perfecta, que extraño y añoro, ¡Oh Emily! viva prueba de aquella maravillosa tierra, maravillosa como ella misma, en sus entrañas flamígeras, esconde un secreto mortífero.

¡Oh Emily! Emily como heraldo de la muerte, como cuervo sin alma y sin razón. Y yo te dije, te dije una de aquellas horas peligrosas y mortales: –¿Quién te rompió el corazón?

Y agazapada tu alma en la mas profunda soledad, me clavó el dedo en una de mis mas corroídas llagas haciéndome sangrar, y mentiste: –No tengo corazón, corazón, no tengo. Es el abismo negro mi alma y lo que encierra en mi pecho es poco menos que una húmeda pieza de carbón.

Y el aislamiento, confidente mío, es mi único amigo, y el dolor mi único amante. Vete ya pues farsante, no me hagas hablar, no me tengas simpatía, no me mires de ese modo, no me sonrías ¡No me toques! ¡Huye de mí! ¡Tunante!

Emily con arañas en el rostro, ¿por qué vienes aquí entonces, y me buscas?; cuando termines conmigo te iras con otro. Azuzada por el hambre, atizada por el cruel látigo del frío. ¿Por que no te abandonas? ¿Por que no te rindes a mis brazos amor mío?

Me miraste con tus ojos negros y dijiste: –No. Tú que has atendido, tú que te conmueves por esta sombra gris en el lodo, si pudiese te lo daría todo. Pero no puedo.

Bella nombrada Emily, como garfio en la orca, cuelgas transparente, coqueteando con la boca amarga de la mala suerte. Como libro abierto cuelgas con tus páginas desgarradas, repletas de historias en lágrimas narradas, a la espera de que algún lector se atreva a mirar, y quien lo haga, se encontrará las más terribles cosas. Si, las más terribles y las más maravillosas.

¡Oh Emily! ¡Desdichada flor del abismo! Inoportuna desafortunada, como puñal en mis entrañas te clavas en mi alma en terciopelo recubierta de temores.

¡Oh! Pobre alma mía partida y perdida, sin alivio y sin perdón. ¡Que se derrita y se diluya si en su dicha no está tu corazón! Que se pierda acuchillada, que languidezca desangrada. Pobre espíritu mío sin aliento y sin tu amor.

¡Oh Emily! ¡Triste muerta en vida amada mía! ¡Que me aterra tenerte y me quiebra perderte! ¡Asesíname ahora! Con tu dulce boca emponzoñada, o piérdeme para siempre. Finiquítame y vuelve como cuervo a los negros ojos dominantes de la mala muerte.

¡Aniquílame pues Emily! Inyecta tu veneno, si sólo así he de hacerte sonreír ¡Clava la poción de tu desdicha en mis entrañas, báñame con tu dolor, rocíame con el perfume de la muerte! Y en la mutua desdicha encontremos el consuelo del amor: -te dije.

Y tus nacarados dientes afilados, se clavaron justo a un lado de mi alma, desgarraste mi carne en esa apartada esquina, esa oscura madrugada en ese lúgubre hotel de paso.

¡Oh! Emily como la fortuna negra, como la sombra de mi estampa, jamás podré apartarte de mí. Con tu miel como ponzoña infectaste mis sentidos,  mi carne, mis entrañas…

Y el reflejo de la luna irritada brillaba en mi sangre salpicada sobre el suelo de caoba, y el reflejo de mi alma aterrada gritaba, gritaba: ¡llévame contigo! no dejes que nos separe el olvido, y mis ojos angustiados… se apagaron. ¡Oh…! Emily.

La oscuridad como tu abrazo... Emily, la oscuridad como tu beso apasionado, y mi cuerpo en el piso tirado.

Desperté buscando a mi dama ¡Oh Emily! y me encontré con que entre sombras, siguiendo a la noche marchaste de regreso a los fúnebres dominios de la mala muerte.

Dejando en mi pecho esta flama lóbrega, oscura como el aliento del infierno, me abandonaste a mi suerte dejando dos pequeños puntos carmesí perdidos en mi blanco cuello que bailan separados, distantes pero acompañados. ¡Te fuiste! ¡Oh Emily! Dulce hada negra mía.

Y contigo acuchillándome en la cruel memoria, regresé a casa ¡Oh Emily traidora! Desnudo y desarmado, me enviaste de regreso con el bien amado. Pero no me resigno. Necio como soy, ¡Oh Emily de ojos finos!, mientras al anochecer me corto las venas, espero que el olor a sangre esparcido por el viento te fustigue, espero a que vengas.

Y mi amante duerme tendida, segura e ingenua, triste alma sin pena, que entre sueños, pienso intuye, el largo camino fuera del infierno que le espera.


FIN

03/marzo/2008


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