miércoles, 2 de febrero de 2011

Roy y los dientes de ajo

Roy era un hombre de mediana edad. Había trabajado más de dos décadas en una funeraria sin perturbación alguna. Su labor radicaba en recoger los cuerpos sin vida y transportarlos hasta las oficinas. Cosa que había hecho desde su primer día sin asombrarse.

-Son muertos –decía- ¿y qué? 

De los cientos de cadáveres que había levantado, entre los más peculiares se encontraban el de un niño que en un berrinche había dejado de respirar hasta la asfixia, Roy lo recordaba porque la cabeza estaba morada; el de un viejo al que el corazón le falló sin avisar, lo habían encontrado a los 10 días hinchado y agusanado; el de una señorita que había sido atropellada, Roy tuvo que recoger el cuerpo con una pala y una cubeta, y el de un joven enfermizo que había muerto en la cama mientras dormía.

Ahí estaba recostado con su pálida tez y su enflaquecida figura. Con los ojos cerrados en una expresión de tranquilidad cómo si únicamente se hallase dormido.

Desde luego la familia estaba destrozada. La madre que no paraba de llorar acariciaba el rubio cabello de su hijo. Las hermanas no dejaban de gemir en un rincón, mientras el padre torcido de dolor arreglaba el papeleo. Hecho esto, Roy montó el cadáver en la camioneta y se lo llevó.

Al llegar a la funeraria Paul, el maquillista, dio un pequeño brinco al verlo.

-¡Dios! –Exclamó- nunca había visto que dejaran uno con los ojos abiertos. Es medio escalofriante –confesó y pasando su mano con suavidad se los cerró.

Roy se encogió de hombros y fue a recoger el siguiente pedido, tras el que se fue a casa a descansar. Llegó y su perro Dug le brincó encima. Lo sacó al patio arrojándole un trozo de jamón y se fue a dormir. Así pasaron los días, aunque a veces usaba la pala.

Una mañana tiempo después llegó alterado a la oficina. Traía un color verde en la cara y un malestar que achacaba a la impresión. Contó a sus compañeros que al levantarse a medianoche por un refrigerio, notó que una persona merodeaba en el jardín. Era extraño que Dug no hubiera hecho el menor ruido. Tomó su pala, una linterna y salió a ver.

En su pequeño jardín delantero no había nada más que la noche, así que a través de un angosto pasillo fue a mirar al de atrás. Ahí, vio una oscura figura como retorciéndose en el piso cerca de su bodega, le echó la luz de la linterna y lo que vio le dio diarrea. ¡Era el joven delgaducho de cabello claro que había levantado días antes! ¡Trataba de devorar a Dug! Que nada tonto se  había metido dentro de la bodega rascando en la tierra bajo la puerta de madera.

-Al verme –contó Roy- se aventó sobre mí. Trató de morderme el cuello. ¡Era un maldito vampiro!, pero lo golpeé duro en la cabeza con mi pala y huyó –terminó de contar.

A sus compañeros la historia les pareció a lo mucho divertida, pero nada más que eso. Sin embargo en los consecuentes días Roy continuó contándola. Cada vez le agregaba más detalles, la volvía más espectacular y engorrosa. Además, decía que el muerto viviente seguía yendo a su casa con la intención de devorarlo a él y al pobre Dug.

-Roy no es más que un pobre loco –exclamaba una compañera- aparte de imaginaria su historia es tonta. Si el vampiro nunca se lo puede comer, ¿por qué sigue yendo?, ¿acaso está tan chiflado como él? –así, todos comenzaron a hacer chistes y mofarse de su supuesta locura.

Eso a Roy lo tenía sin cuidado, le apremiaba más librarse del vampiro. Situación que lo llevó a experimentar diferentes métodos para ahuyentarlo. Probó con una cruz de plata sin resultados. Se envolvió con una manta santificada y nada. Se amarró rosarios en las manos pero el vampiro continuó llegando. Finalmente un día alguien le recomendó que durmiera con un diente de ajo en la boca. Por si las dudas se metió tres.

Encontraron su cuerpo como a la semana. Uno de los dientes se había ido a su esófago. Sus compañeros se sintieron muy apenados por lo mal que lo habían tratado, pero asintieron que si alguien dormía con ajos en la boca, tenía que estar verdaderamente loco. Por su parte, en el mismo instante en que Paul se disponía a maquillarlo, votó el empleo.

-Nomás por si acaso–explicó a sus jefes que querían retenerlo. El cuerpo de Roy tenía los ojos abiertos.


FIN

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