Prometí nunca más volar a la tierra de los sueños. ¿Por qué? No lo sé…supongo que me cansé de esperarte, y de nunca encontrarte. Por los mismos lugares, bajo las mismas tristes farolas que iluminan el andar de mis pasos (nunca dados). Cansado de dormir y nunca recordarte, a sabiendas de estuve ahí y nunca te soñé.
Nunca te vi donde debíamos haber estado juntos, por la tristeza que me provocaba el no poder besar tu frente ni en mis más locos sueños. Briago de todas las situaciones fantásticas, que lo único que me dejaban eran esas resacas interminables.
Al despertar la realidad era tan fantástica -llena de colores y sensaciones…como las de tus labios, que ocasionalmente besaba-, cuando decidías darme un poco de ese modo tan extraño de amar. [En mis sueños eras mía, con todo el egoísmo que el corazón permitía] Tan sólo en mis sueños, vagando sin que nadie te recordara al despertar, sin que nadie supiera de esas horas que pasabas conmigo, olvidándote de ti misma y entregándote a ese extraño placer morboso de noche a noche intentar… intentar saber quién era ese extraño que bebía de la muerte lenta de tus labios.
No recordaba ni siquiera tu rostro al despertar o el sabor de esos ojos que vertían miradas capaces de derretir el más frío corazón. Pero no el mío.
Decidí no dormir para no verte más, y acercarme a una velocidad loca -tan loca como yo- a ese sueño eterno del cual no despertaría. Era cierto: nunca te recordaría, no podría saber realmente ni quién era ese extraño. También era cierto que nunca despertaría y siempre estarías ahí, formando parte de mi egoísta sueño eterno.
Poco a poco, fui perdiendo la conciencia, si lo que veía era real o parte de mi ya cansado cerebro, loco de tanto pensar en ti. Poco a poco, te fuiste mezclando con esa realidad difusa, alterna a la real. Eras parte de la toalla que secaba mi cuerpo, de la pluma que mi mano sostenía para escribir esto; parte de las lagrimas que hace mucho ya no corrían por mis mejillas, o de esos momentos dentro de la multitud enloquecida, que lo único que hacia era recordarme los momentos junto a ti, tan llenos de soledad.
Poco a poco, el peso infinito que soportaban mis hombros caía sobre mis rodillas y las hundía. Poco a poco… aguantaban, pero tu ausencia era más grande que lo que pudieron soportar. Toqué fondo, besé el suelo que alguna vez pisaste. Paseé por todos los lugares en los cuales el aire me recordaba a ti, esos sitios llenos de gente, color, ruido y recuerdos. [Ahí donde una vez nunca nos amamos]
Una semana sin dormir.
Te extrañé más.
Mis ojos no lloran: están secos de tanto estar abiertos.
Lo único que pasaba por mi mente era buscarte –a sabiendas de que no habría de encontrarte más que ahí donde no te quería buscar-.
¿Para qué buscarte donde nunca te recordaría?
Y dormí, como nunca lo había hecho. Tranquilo, con la claridad de quien cierra los ojos y sigue despierto, del que muere mientras su corazón sigue latiendo.
¿Cómo ver las imágenes de todo eso que no es -y nunca será-?
Te encontré a las puertas de una casa vacía. Con las llaves del olvido en las manos, con las ventanas de la desesperación abiertas de para en par y las cortinas teñidas con todos los sueños perdidos que nunca serán, porque estando juntos sabíamos que al olvido no lo podíamos engañar.
Me entregaste las llaves, cerraste la puerta. Con un beso en mi mejilla te fuiste. [Tan lejana como el viento que te llevaba de la mano]. Y allí donde no te veía, donde tu imagen ya no estaba en mi mente, me dijiste adiós.
¡Por primera vez te recordé! Sabiendo que era la última vez que mis ojos te veían los arranqué de mi cara, y buscando a ciegas encontré la tela azul de la cual cuelgan los sueños y las esperanzas. Convertí mis ojos ciegos en dos luceros que iluminaran tu camino.
Perdida -sin mí-, sin que te amara. Tu imagen se quedó en mi mente… perdida.
[¡¿Quién cuidaría de ti?!]
Cerré los cuencos vacíos que alguna vez ocuparan esos dos luceros, tomé de la mano a la luna y seguí el camino por el que me llevó…
Viendo hacia atrás, con los ojos del alma -ahí a donde mi olvido te había llevado-, grité con el corazón en pedazos, sin que ningún sonido saliera de mi garganta… le grité a esos dos luceros que iluminaban tu camino, te grité.
[Mis ojos no pueden verte por que ya no son míos. Los he enviado para que cuiden tus sueños]
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