Sentado en la mesa de un café, pensando y reclamando a la vida ese momento en el que me dejaba solo, habiéndose llevado todas mis ilusiones, mis ganas de vivir.
Veía pasar la gente que reía, se divertía. En parejas, en grupos o inclusive solos, pero la felicidad que traían en el rostro tatuada nadie se las quitaba. Habían dejado a un lado las preocupaciones, tal vez solo por ese momento. Tal vez dejaron a su madre enferma, pero ahora -no importando nada- sonreían.
Mi semblante opaco, tanto como la ropa oscura que ya era costumbre en mi vestir. Sorbo a sorbo tomaba café, con el cual ocupaba mi mente para no pensar en lo triste de mi soledad.
Todos esos pequeños detalles como el no tener una pareja con quien platicar o no tener un amigo cerca para juntos realizar alguna actividad más alegre que la de estar a solas en ese café.
(Todo sucedía tan rápido, en unos días más, un año mas viejo. -Está bien- pensaba- sólo es el estado de ánimo de estas fechas. Todos los años... pero este año en especial estaba solo)
En la mesa contigua, dos seudo literatos platicaban acerca de libros; magnificaban a José Agustín, con su libro ‘La Tumba’. Pensaba en lo decepcionante de perder una noche en vigilia por leer un libro como ese, que no era más que malo.
Detrás de mí, una pareja se hacía promesas de amor eterno, y cuando él se descuidaba, ella hacía guiños al mesero, tipo que cambiaba de color al sentirse observado… ¡y yo, en mi irónica soledad! El café estaba lleno.
De cuando en cuando, le prestaba atención a esa canción que sonaba y decía que se hace camino al andar... (si lo que he vivido fuera un camino, no tendría por dónde volver mis pasos).
De mi loca forma de ver la vida, surgieron ideas como pactar con el diablo, para cambiar de aires y rumbos, estilos y sus consecuencias… pero caí en la cuenta de que el pobre Satanás estaría muy ocupado con los políticos y su cambio de sexenio, con los abogados y sus “inocentes defendidos”, con los clérigos y sus jerarquías, con los reyes y mandatarios, los músicos, los poetas, y escritores y… [la intrascendencia de mi alma gris y triste no seria tan buena oferta en su amplia colección].
Pensé también en pagar la cuenta y entrar en la iglesia que quedaba detrás del café... entonces caí en la cuenta de que si el Diablo estaba ocupado... pues Dios lo estaría más. Madres con hijos enfermos, y viceversa. O aquellos que rezaban agradeciendo por todo lo que tenían aun cuando no tenían nada.
(Sin esperanzas de tener un ser celestial al cual molestar con la hipocresía de mis rezos o mis tratos opté por seguir en el café...)
Pasaba el tiempo. Los dos literatos hablaban ya de Benedetti mientras la complaciente dama de la mesa de atrás le escribía recados en una servilleta al mesero, el cual corría a la cocina a reírse mientras le mostraba la servilleta a los demás meseros, y juntos hacían obscenas representaciones de lo que podía suceder si llamaba al número anotado en la servilleta.
A punto estaba de pararme, cuando ella se sentó a mi lado. No dijo más que ‘no estés triste’. Fue suficiente para nublar mi mente con ideas turbias del por qué estaba ahí sentada al lado mío.
Pensé de inmediato que viéndome tan próximo y decidido al suicidio se había acercado en un intento de consolarme, o que era una más de las mujeres que buscaban una noche fácil y de ganancias rápidas en seres que como yo la pesadumbre y desesperanza tenían ya con un pie en la tumba y el otro en trámites migratorios para ir al mismo lugar.
Reí irónicamente y solté de una manera extrañamente confiada la cantaleta de mis penas. Comencé diciendo que desconocía el significado de la palabra amor, a menos que fuera de mi parte hacia otra persona, que en el trabajo las cosas ya no salían tan bien como al principio; que los amigos poco a poco escasearon, en cuanto vieron que era más el tiempo que le dedicaba al trabajo; que en casa todo era un desorden, que el vivir solo me molestaba de sobremanera, que estaba a punto de cumplir un año más y no sabía a ciencia cierta cuál era el rumbo de mi vida.
Solté todas las penas que me aquejaban de un solo golpe y retadoramente. En un intento de molestar, ofender y herir susceptibilidades le dije:
-¿Tú, qué harías?-
Aún recuerdo su sonrisa, la tranquilidad que se reflejó en sus ojos y mi vida iluminada con su respuesta.
-Lo supero- dijo.
Así, increíblemente fácil, tan a la mano y sacado del corazón. Me pareció increíble. Pensé que estaba burlándose de mí. De mis ojos corrió una solitaria lágrima, que quité con el dorso de la mano, en un intento por no desmoronarme ante una lógica tan simple y abrumadora.
Levanté la vista del suelo, intentando ver a los ojos a ese ser que, apareciendo de la nada, venía a darle tranquilidad a mi maltratado espíritu, sólo para encontrarme una silla vacía en la cual no parecía haber estado nadie. Al menos esa noche y conmigo, no.
Me quedé perplejo, sin saber qué pensar. Volteé hacia todos lados intentando encontrarla, pero la calle estaba más vacía de lo que lo estuve momentos antes.
(Seguí sentado por largo rato intentando poner en orden mis ideas o al menos entender qué me había pasado).
Así hubiera seguido de no ser por el mesero, que se acercó a preguntarme si se me ofrecía algo más. Pedí otro café. Le puse tres cucharadas de azúcar, como un principio para endulzar mi vida.
Reía a la distancia. Ahora era el mesero quien hacía los guiños a la dama, sentada a mis espaldas, quien cambiaba de colores y abrazaba a su pareja, intentando ocultar lo que sucedía. Escuché a los literatos hablando de ciencia-ficción.
Tomé un cigarro, lo prendí y disfruté del principio de ver las cosas desde la perspectiva de una simple frase...
Lo supero.
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