lunes, 10 de enero de 2011

Antes Andador

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He bailado con el diablo, y charlado con la muerte.
Me he enamorado de brujas, y viajado en un Pegaso.

Intenté acercarme a Dios, y nunca lo encontré disponible.
Quería preguntarle el sentido de mi vida en este mundo de fantasía.
Viajé, buscando lo que me faltaba.
Me refugié en las ideas ajenas, y conocí las penas de los demás.

[Seguía sin encontrarme, y siempre que hablaba de mí, la fantasía se mezclaba con la realidad y terminaba de nuevo perdido]

Poco a poco mi estela se fue apagando.
Oía murmuraciones de los demás.
Me veían caminar por sus calles, y me llamaban andador.

‘Ha perdido la razón’
‘Fue un general de Napoleón’
‘También legionario romano’
‘Un albañil francés’

[Todos tenían una idea de lo que pude haber sido antes de perderme]


Cierto día llegué a un lugar en el que nadie me conocía.
Nuevos horizontes se levantaban ante mí.
Una pequeña hada de capa roja se acercó, tomó mi mano y fue mostrándome -mientras hablaba de ella- todas las cosas que me maravillaban.
Sentados a la vera del camino, vimos caballos de hierro -que creía inalcanzables-. Sus jinetes se detuvieron y observaron a la singular pareja.

[Ella] Hermosa, sonrisa de estrellas cayendo sobre una montaña infinita, ojos tan profundos y sabios como el tiempo. Sus manos tocaban las maderas para crear mundos fantásticos -más de lo que hubiera visto-. Tenía la magia de siempre saber a dónde ir.

[Yo] Un simple andador.

Compartía espacios y tiempo sólo conmigo. Algunas veces, me enseñaba a departir con la gente que habitaba en su comuna, y daba fiestas que terminaban con el alba, para comenzar de nuevo y seguir ahí.

Me tomó de la mano.
Me llevó por lejanos senderos, a los que fue dando su magia.
Volvíamos y nos encontrábamos con nuevas criaturas: todas a la vista de quien quisiera adoptar su forma con la simple idea de soñar.
Cada paso era una aventura nueva y fascinante, a la que asistía como niño emocionado.

Mientras avanzábamos por su tierra encontramos refugio de las miradas. En un lugar donde el sol y la luna viajaban frente al otro sin tropezar. Ahí descansamos y llovimos. El uno sobre el otro, perdidos en la noche. El padre Tiempo enviaba sus instantes y momentos en nuestra búsqueda. Separarnos, la consigna. Y la soledad, mi castigo.

Lanzarse a la huida y no voltear los ojos al camino. La misma barca habría de desandar el camino y llevarme lejos de ese puerto de fantasía, al cual sólo robé momentos eternos de un segundo.

Antes me llamaban andador, y aún en el camino por recorrer recuerdo los momentos en los que su dulce voz me enseñaba el camino.

Al llegar a puerto y verme solo, lejos de mi dulce hada de capa roja, volvieron la amargura y la desazón al entierro de mis emociones. Llegaron juntas, danzando con pies ligeros. Tocaron a mi puerta muchas veces. Un recuerdo grato les negaba el paso.

Como recompensa, me fue permitido volver a la tierra de la dulce hada de capa roja.

El llanto de nuestros ojos al ver la nueva forma del otro, el descubrimiento de una esencia antes no vista. El padre Tiempo hacía cada vez más difícil la unión.

La alegría que me embriagaba hacía opaca su demostración. Mi dulce hada indulgente y cariñosa me dejó ser, sin promesas o contratos. Me enseñó el jardín de la esperanza donde, como niños sin nombre -tomados de la mano-, bebimos del aire que nos acariciaba, bailaba a nuestro alrededor y corría dando voces de alegría. Le susurraba a los pájaros, a las ninfas: “el hada de capa roja y antes andador juegan en el jardín de la esperanza, se esconden al final de los árboles lejos de vesania, huyen del tiempo y roban instantes.”

Las ninfas del bosque tejieron sobre la noche un puente para mi dulce hada. Así, el día sería uno con la noche, y no habríamos de separarnos. Fue tanta la emoción, que embriagué mis sentidos en su dulce olor… Al término del viaje, nuevamente me dejó en el puerto, donde debía abordar la barca que habría de llevarme fuera de esa tierra de fantasía.

Manchados en el agua de pesares y caricias de vesania.

Antes, te llamaban andador… hoy, por el recuerdo, por las promesas y el encuentro siempre cercano, serás -mientras la buscas y te pierdas en el tiempo- tan sólo un alma a solas con la luna.



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