La vida contigo fue inesperada, peligrosa; a veces fría, a veces tórrida y otras tantas veces: temible. Venturosa y desgraciada. Como el vuelo de las águilas, maravillosa, pero desesperada.
Algunos días llegabas tranquila, algunos complicada, y algunos otros simplemente no llegabas; y esos fueron días sin fin. Días largos y angustiantes, que se desvanecían a lado de los rápidos y violentos días en los que estrechándome contra tu pecho me amabas. Días en lo que hacíamos el amor bajo las estrellas. Aun me sorprende como te las ingeniabas para intercalar todos esos momentos que duran un instante, con aquellos otros que duran para siempre.
Algunas noches como esta, temía a tus labios y al roce de tu cuerpo; como me incendiaba por dentro a cada soplo de tu aliento agitado y voraz. Le temía a tu cabello jugando con el viento y a tus lágrimas chorreando por mi pecho. Tenía miedo de tus ojos y descubrir indiferencia en su mirada, o toparme con su furia. Me aterraban los crepúsculos a tu lado y me estremecían tus besos en mi almohada.
Algunas noches exhalabas fuego, algunas, venías como tallada en hielo, algunas otras como nada que hubiese visto antes, o vuelva a ver jamás. A veces venías a mí como un ángel inocente, otras te acercabas como un demonio lascivo. Eras una diosa generosa del amor y los placeres; una divinidad rencorosa y vengativa. Y tenía miedo… como sólo a un niño le angustia la oscuridad, de descubrir que te habías ido al despertar.
FIN
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