jueves, 6 de enero de 2011

9-El Escape de Paullete

Paullet despertó hambrienta, cómo si no la hubieran alimentado en todos esos días. Sobre la fungimesa no había nada más que un pequeño platillo. Se acercó a mirar con las tripas gruñendo. Halló dos pequeños bultitos blancos azucarados sobre una capa de mermelada y crema.
-Son almohadas de pan rellenas de crema de nuez, avellana, cacahuate y almendras –dijo David el gnomo sonriendo-. Es mi platillo especial, sólo para mis mejores amigos. Son muy nutritivas, una sola de estas delicias equivale a un banquete completo. Ande, pruébelo –dijo el gnomo cortando la blanca almohada con suavidad. La crema escurrió sobre la cuchara inundando la habitación con su aroma.
“Que rico”, pensó Paullet llevándose ambas manos a su estomago hambriento. “Es muy poca comida” continuó diciéndose, “creo que me lo puedo comer antes de escapar”.
-¡Ande! en cuanto termine la llevaré a ver a la dama Anirúl –la animó David acercándole la cuchara de madera.
Paullet olió con fuerza el perfume de avellanas y nueces saboreándose el trozo de pan que le ofrecía el hombrecillo azul, pero a pesar del hambre no olvidó que se la querían comer. Entonces se levantó haciendo a David a un lado. Fue hasta la yacija donde estaba el morral que le diera Rumpelstiltskin y sacó la manzana. La mordió y dijo: -discúlpeme señor gnomo, pero he comido demasiados dulces. Me gustaría salir ahora.
David quedó boquiabierto. Su cara pasó de la sorpresa al enfado. Se agitó gruñendo algo inentendible. Arrojó la cuchara sobre el hongo y en mal tono dijo: -por aquí.
Afuera los arboles crecían como enormes y gruesas columnas, sus ramas se entretejían formando una densa cúpula que impedía el paso de la lluvia y de la luz. El bosque apenas era iluminado por luciérnagas que flotaban bajo las ramas expandidas como un manto de estrellas. Los elfos tenían sus casas en la parte alta de los troncos, algunos hacían música con flautas y ramas, otros pintaban. Algunos jugaban ajedrez. Los gnomos entraban y salían de pequeñas puertas en la parte baja de los troncos al ras del suelo. Cargaban cacerolas, sacudían cobertores, había zapateros trabajando en sus umbrales. Abrazado por una penumbra azul, el bosque poseía un aire melancólico.
-Por este camino –dijo David orientándose a una fuente de agua, pero Paullet, dando otra mordida a la manzana dijo: -No. Lléveme a la pista del Sauce Danzarín.
¿Cómo era posible que Paullet supiera sobre el Sauce Danzarín?, se preguntó David. Disimuló unas señales a unos arbustos que recogían agua de la fuente con sus hojas, y la llevó al lugar.
La pista del Sauce Danzarín era un claro circular en el bosque. Parecía que los arboles se habían hecho a un lado para que el Sauce pudiera bailar a gusto en el centro, pero no había nada.
-El Sauce sólo viene a bailar por las noches –explicó el gnomo, que se cubría del sol con una hoja-. Aquí no hay nada interesante. Quizá quiera volver con la Dama Anirúl -apenas pudo terminar esas palabras cuando fue golpeado en la cabeza con un tronco. Cayó desmayado. Paullet soltó un gritito, y ante ella apareció otro gnomo, sin barba, con la piel más suave y apariencia más jovial.
-¿Quién eres tú? –preguntó la niña.
-Soy el Gnomo Mike, y tenemos que salir de aquí –dijo indicando un sendero y sin más salieron corriendo. En su camino los arboles levantaban las raíces para hacerlos tropezar y trataban de cogerlos con sus ramas, pero los arboles son demasiado lentos para las persecuciones. Sin embargo iban diciéndose de rama en rama por donde pasaban los fugitivos hasta llevar el mensaje a la Dama Anirúl que ya había ordenado su búsqueda. Pronto, a lo lejos, comenzaron a oír los ladridos de los perros.
-¡Nos persiguen! –Exclamó Mike llegando a un río- debemos cruzar.
-¡Pero no sé nadar! –interpuso Paullet alterada. El río no era muy profundo, pero Paullet era muy pequeña. La parte más profunda sin duda cubriría su cabeza.
-Sube en mis hombros –dijo Mike agachándose- ¡de prisa!
Paullet obedeció sentándose sobre los hombros de Mike que la sujetó de los pies. Éste se levantó tambaleándose por el peso, pero consiguió entrar en el río. Avanzó pausadamente mientras los ladridos se hacían cada vez más fuertes.
-Del otro lado estaremos a salvo. El Camino Amarillo no está muy lejos de aquí –dijo Mike.
-¿Por qué me ayudas? –preguntó Paullet. Sus pies ya tocaban el agua. El río llegaba hasta el pecho del gnomo.
-Tú me estas ayudando a mi –confesó él-. Yo también soy un niño, pero me perdí. Estaba de día de campo con mis padres pero me alejé de ellos. Me metí a jugar entre los árboles, para cuando quise volver no pude. No sé cuánto tiempo estuve sólo hasta que me encontró la Dama Anirúl –contó levantando la barbilla fuera del agua-. Igual que a ti me alimentó durante días. Hasta que descubrí que me estaban preparando para comerme. Entonces hui por el Camino Amarillo, pero no importa donde desees ir, ellos sólo desean ir a donde tú te encuentres y te atrapan. Entonces me castigó convirtiéndome en gnomo. Pero si vamos en direcciones opuestas no podrán atraparnos a ambos –alcanzó a decir Mike antes de que el agua cubriera por completo su cabeza.
Paullet se sostenía agarrando fuertemente del sombrero del gnomo cuando comenzó a asustarse. Sentía que pronto los atraparían. Faltaban varios metros para llegar a la otra orilla y el río parecía hacerse más y más hondo a cada paso del niño convertido en gnomo. Para su infortunio en la orilla detrás de ellos apareció una cuadrilla de gnomos vestidos de negro guiados por perros.  Los canes olfateaban meneando la cola a sus amos, que estaban indecisos sobre entrar al río. Así que tras discutir un poco terminaron lanzando una moneda. El grupo perdedor se lanzó al agua. Pero Mike que había aguantado la respiración valientemente consiguió llegar a la orilla en ese preciso momento. Paullet bajó de sus hombros y marcharon sin parar corriente arriba, subiendo por una ladera hasta que dejaron de oír a los perros.
Descansaron un poco resoplando. El Gnomo Mike se adentró entre unas bayas mientras Paullet se sostenía en pie cogiendo sus rodillas. Recordaba sus clases de atletismo: “inhala por la nariz y exhala por la boca”, se repitió por un par de minutos.
-¡Lo encontré! –exclamó Mike apareciendo de pronto atrás de la niña que dio un brinco-.El Camino Amarillo está por aquí. Sígueme.
Y Paullet lo siguió gateando a través de los arbustos. Vio un fruto rojo, jugoso y maduro y tomándolo descubrió que se trataba de un tomate.
-¡Vaya! No sabía que los tomates crecieran en arbolitos.
-Creo que estamos en un huerto –respondió Mike. Continuaron su camino. Pocos metros adelante se toparon con unos tallos altos y delgados con vainas colgando de ellos.
-¡Chicharos! –exclamó Paullet, y cogió unos para guardarlos en su bolsito como lo había hecho con los tomates. A los pocos metros se toparon con maizal. De donde cortó unas mazorcas. Se preguntaba si también encontrarían zanahorias, papas y esas cosas que Mamá le ponía a la sopa. No es que a ella le gustara, pero Mamá estaría feliz de preparársela después de tantos días sin verla. Finalmente llegaron a un sembradío de patatas desde donde vieron el Camino Amarillo.
-Debemos apresurarnos –dijo Mike- no tardan en dar con nosotros. ¿A dónde iras?
-A La Floresta de los Alcatraces –contestó la niña guardando unas papas que acababa de arrancar- ¿y tú?
-No sé aun. He oído que hay un niño que nunca creció. Lo buscaré –dijo el pequeño niño convertido en gnomo, se despidieron y corrieron en direcciones opuestas.

Para recibir estas fumadas de peyote en tu mail, pidelo en comentarios

No hay comentarios:

Publicar un comentario