miércoles, 5 de enero de 2011

3 -LA VIDA SIN TI.


La vida esta formada por pequeños ciclos que encadenados unos de otros nos llevan al gran ciclo de la vida, al inevitable regreso al comienzo.

Yo nací una tarde nublada de invierno en un cruce de caminos. Mi llegada estaba programada para los primeros días de primavera, sin embargo el capricho de la naturaleza hizo que el ciclo de mi vida empezara antes de lo esperado. Esa tarde mi padre tuvo un importante compromiso con sus amigos. Un partido por el campeonato de la liga regional de fútbol amateur. Insistió una semana completa a mi madre para que esta aceptara acompañarlo. Ella, que nunca sintió afición por este deporte o ningún otro según recuerdo, cambio de opinión el día del encuentro y alegando su estado se negó a ir. Mi padre, algo molesto, sólo alcanzó a refunfuñar mientras tomaba las llaves del coche, daba un portazo y se iba.

Este es mi día y nada lo va a arruinar –y vaya que fue mi día– dice mi padre cada vez que cuenta esta historia.

Un par de horas después, de improvisto, mientras mi padre anotaba el primer gol de la tarde, a mi madre se le rompía la fuente. Y el par de minutos que mi padre tardó festejando su anotación, fue lo que tardó mi madre en ir a casa del vecino, pedir el teléfono y hablar a sus padres.

Ese día, el vecino había decidió arreglar él mismo su instalación eléctrica, lo que provocó un apagón en toda la casa. Así que cuando llegó mi madre, en vez de estar viendo el noticiero como era su costumbre, estaba discutiendo con su mujer. Aparentemente era un matrimonio caduco y únicamente se soportaban entre ellos gracias a la intervención del televisor. Y ese día, dice mi madre, era el fin de todo. El detonante parecía ser el asalto del que fue víctima la vecina en su propio auto una semana antes. Donde le quitaron, entre otras pertenencias, el auto estéreo. Y eso, sin duda, era lo que mas le dolía a su marido.

Pero viendo la condición de mi madre en ese momento, como toda persona decente, suspendieron su lucha y en cuanto ésta colgó el teléfono la subieron al coche partiendo inmediatamente rumbo al hospital en el momento en que mi padre hacia el segundo tanto del partido.

Una hora antes, en la avenida principal, el chofer de un camión de pasajeros se había quedado dormido provocando un terrible accidente. Era la nota principal en todos los noticieros de la tarde. Daban reportes por radio cada veinte minutos para informar del terrible tráfico, porque estaba imposible.

Por tal hecho, y en el momento en que mi padre anotaba su tercer gol, quedaron como varados en la avenida  –entre un montón de morsas gordas y ruidosas, como tu tía. Pero no lo repitas– dice mi padrino cada que cuenta la historia.

Tras unos minutos de histeria tomó a mi madre entre sus brazos y la cargó hasta conseguir un taxi.

Ninguno quería que le manchara su silloncito, y yo, con la mujer que parecía un geiser a punto de estallar –siempre se ríe en esta parte del relato.

Finalmente hallaron un alma piadosa que los llevó por el libramiento donde tuvo que detenerse en un crucero obedeciendo a los gritos de mi madre que empezaba a darme a luz en el asiento trasero.

-          ¿Te imaginas? Seis goles metí ese día, ¡Seis!, no me vieron ni el polvo.


Cerca de cincuenta años antes varios destinos comerciales se toparon entre si creando la necesidad de diseñar un cruce de caminos cuando se urbanizó la zona. Más lo que fue obrado gracias a la necesidad humana, fue interpretado como un presagio.

-          Quiere decir que viajará mucho –Decía mi abuela- ¡No! en un cruce de caminos pasan muchos caminos, sin ser el mismo uno. Es una mala señal –alegaba mi abuelo.
-          Pamplinas, es sólo un maldito cruce de caminos –dice mi padre al respecto- ¿qué podría ser mejor que meter seis goles en un partido de campeonato?  Menuda sorpresa me llevé al llegar a casa ¡fantástico!

Lo que sólo cuenta cuando esta borracho es que se desmayó al encontrar la nota de mi madre.

Ya pasada la tormenta, los vecinos al ver la asombrosa creación del amor, reconsideraron su relación y aceptaron gustosamente ser mis padrinos a petición unánime.

Así entonces, mi nacimiento, no sólo quedó marcado con un ambiguo presagio, si no que también salvé un matrimonio que ha la postre me regaló dos lindas primas quienes fueron mis mejores amigas de la infancia.

Hay personas, me dijo una de ellas el día de su boda, que vienen al mundo a ayudar con su amor a quienes se cruzan en su camino. Es triste pensar que no hay quien les de amor a ellos.

Pero, mientras yo jugaba con ellas a las escondidas y a los vaqueros, había otra persona, otro niño que jugaba solo a las canicas en un rincón de su escuela. Y mientras yo tenía una hermosa fiesta de cumpleaños numero nueve, sus padres sostenían un pleito legal y un divorcio. Tras eso, su madre se mudó a nuestra ciudad donde se instaló en una humilde casa donde pagaba una renta muy elevada. Y, ubicada tan sólo a cuatro cuadras de la mía, pasarían seis años más antes de que nos cruzáramos.

La primera vez que nos encontramos fue en un partido de fútbol. Una semana antes los chicos de mi cuadra apostaron que podrían ganarle a los chicos de la secundaria Uno. Nos dieron una paliza. Al finalizar se acercó a mí, que siempre pedía la portería, y lleno de soberbia me dijo: –Tú no deberías jugar fútbol: apestas.

Me enfurecí, me llené de rabia, me agité, apreté el puño y, doblando la mirada, me quedé callado. Y es que tenía razón.

Al salir de la secundaria yo quería entrar en la misma escuela de mis primas que asistían a un colegio de paga, pero a mis padres pagar por algo que te da el gobierno siempre les pareció tonto, así que fui directo a la del Estado.

Ideé un plan para no pasar el examen de admisión, así, tendrían que considerar mi petición. Reprobado el examen mi padre me aplicó la disciplina del cinturón de cuero mojado por lo que me esforcé al máximo en entrar al siguiente semestre, que era de arrastre y por tanto me encontré con todos aquellos que estaban repitiendo el grado.  Esa fue la segunda vez que nos hallamos.

Al entrar al colegio mientras me dirigía al salón me sentí incomodo, pues los chicos del curso avanzado miraban con desdén a los de mi grado. Como diciendo “mira a esos burros torpes no tienen remedio”.

Al llegar busqué un lugar desocupado. Ahí me lo volví a topar. Me sorprendió que me reconociera. Y mas que, sonriendo, me invitara a tomar asiento a su lado. No les hagas caso –decía–. No pasa nada, no tienes porque sentirte mal sólo porque ellos terminarán un ciclo antes que nosotros.

Un día en el que reímos demasiado, una mañana en que las cosas daban la impresión de ser estáticas, en un momento en el que sentimos que las cosas serían iguales por siempre, sin saberlo, empezaba a tejerse la trama de la segunda gran casualidad de mi vida. Animados por nuestro corazón, escapamos de clase. Mi amigo me llevó a comprar cigarros y en la tienda, conocí a mi novia.

Desde ese día, al salir de la escuela, bajábamos al parque a comprar cigarrillos y a veces, sólo unas pocas, convencíamos al señor de la tienda para que nos vendiera cervezas. Y de ahí íbamos al campo de soccer a fumar y a beber.

Teníamos que andarnos con cuidado porque algunas ocasiones sucedía que al vigilante se le ocurría hacer su trabajo y al encontrarse con dos menores infractores amenazaba con llamar a la policía, o peor, a nuestros padres. Muchas veces salíamos huyendo abandonando ahí nuestras provisiones y luego por la tarde, cuando calculábamos que todo estaba despejado, volvíamos en busca del cuerpo del delito y hallábamos al poli, de lo lindo, con nuestras cervezas.

Tras lo cual nos despedíamos, el corría a casa a ver la TV y yo corría a verla a ella.

Una tarde en particular, en la que sin decirlo decidimos ver una película en vez de beber, mientras entrábamos a la sala, un compañero del colegio telefoneaba a su novia para verla en una de las cafeterías frente al cine.

Al salir, sentí latir mi corazón. Le pedí a mi amigo que me acompañara a ver a mi novia y él, que siempre ha gustado del olor a café, sugirió caminar por la acera de en frente.

Así pues, sucedió que un día, mientras iba a ver a mi novia, me encontré de frente con ese compañero del colegio acompañado de la suya. Y esa fue la segunda gran casualidad de mi vida. Porque fue el día en que te conocí a ti.

Cuando volví de mis viajes, mi amigo me llevó a comprar, ya no una cerveza, sino un Whisky, ya no unos cigarros, sino unos puros. Y fuimos a fumar y a beber y charlar. A enterarnos de nuestras vidas al viejo campo de soccer. Donde nos abrazamos casi entre lágrimas, al momento que, saliendo de la pequeña caseta de vigilancia, apareció con su charola y su viejo uniforme: el poli.

Algo encorvado, muy envejecido, meneando la macana carcomida por polillas, diciendo con la voz mas alta que pudo, tratando de parecer furioso sin poder contener la nostalgia: ¡¿ustedes de nuevo?!

-          Así es mi poli –dijo mi amigo secándose una gotita de sal– al final, uno invariablemente regresa al lugar donde todo comenzó.

Y en ese momento supimos, que algo entre nosotros había cambiado. No es que ya no fuésemos amigos o que no volviéramos a vernos. Una parte de nosotros, que debió ser el corazón, nos dijo que esa noche bajo la luna algo había terminado, que un ciclo había llegado a su fin, la juventud.

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