miércoles, 5 de enero de 2011

4 - POR SI NO TE VUELVO A VER

Quiero decirte que cada elección que hemos tomado, cada paso, cada sueño anhelado, cada pálpito nos ha guiado ineludiblemente a este momento: a la tercera gran casualidad de mi vida. La cual sin proponérnoslo pusimos en marcha años atrás el día en que salimos juntos por ultima vez. En esta banca inerte de parque donde te miro, aquella noche sin estrellas con nuestras manos entrelazadas, hostigamos a mi prima, querida, a que aceptase las proposiciones amorosas de mi amigo. Y nos reímos.
Y no sé como pero nos perdimos. Me perdí yo al menos. Lo único que hice fue seguir mi corazón. Fue mi culpa, no pude encontrarte y me perdí. Supongo que te fallé, que nos fallé a ambos…  que era demasiado tarde, que esperé demasiado y partí con desatino. Que me enrolé en una búsqueda estúpida y sin sentido. La suerte estaba echada supongo. Aunque también creo que pudiste haberme esperado.
Ahora que estoy aquí, me asalta una sensación nostálgica y de dolor, como si toda la sangre de mi cuerpo hubiese sido drenada para ponerme sangre nueva. Pero aun quedan rastros de ti en mis venas.
Sentado me quedo, desolado, buscando cobijo en la noche negligente y sus estrellas sin brillo. Y suspiro. Y a cada profundo latido se agrava mi soledad, porque la gente me detesta; te detesta y detesta que te extrañe en la manera en que lo hago.
Por eso me resistía a volver, sospecho. Pero aunque mi mundo fracturado se halle detenido, el tiempo que he perdido se me acerca. Es un llamado muy fuerte el de mis seres queridos, y volví.
¿Cómo adivinaría que la casualidad sarcástica querría que me lo encontrara a mi regreso?
Lo vi desde que subí al camión, al fondo, pegado a la ventana, vestido de azul, de expresión meditabunda pero distraída. Miré el boleto para confirmar el número de asiento, y me senté junto a él.
-Los deseos –dijo el joven de azul sin dejar de ver por la ventana- son lo que mantienen vivas a las personas. Son lo que, aun cuando todo parece perdido, las anima a salir adelante. Y al final, aunque sea a un precio muy elevado, los más tenaces… los alcanzan. Tal es la furia de los deseos.
Sonreí complaciente.
-¿Crees en las almas gemelas? –agregó.
-Supongo que si –dije y me dormí.
Soñé con aquel sábado particularmente aburrido y nublado en el que no hallé nada que hacer en casa. O en el que mi corazón latió tanto que no me permitió estar tranquilo, y el viento arremolinado en el exterior me invitaba a dejarme arrastrar. Pensé en ir a ver a mi amigo para distraerme un poco. El pretexto ideal para sentir al aire enmarañarse en mi cabello. Salí con las manos en los bolsillos sin imaginar que a pocos pasos antes de llegar a mi destino, él se toparía conmigo.
Si es verdad que cuando uno esta en su último estertor de muerte ve pasar su vida frente a sus ojos, me pregunto si será posible detenerse en un instante y cobijarse ahí por la eternidad. Si fuera de ese modo, sin duda escogería como ultimo refugio aquella tarde invernal en ese parque de coniferas. Chocaría contigo al doblar en la esquina, y me volvería a enamorar.
Pasaríamos la tarde juntos, charlando hasta que la noche cobijara con su manto al mundo y te tuvieses que ir. Entonces esperando a que tomaras un taxi te obligaría a abrazarme antes de verte marchar. Conmocionado, metería las manos en los bolsillos, y me iría por donde vine, para toparme contigo al llegar a la esquina, en donde tu oscuro cabello flotando en el aire te acariciaría de nuevo las mejillas, mientras tus manos sostendrían tu falda levantada por el viento y tendrías frío. Inmediatamente pondría mi chamarra alrededor de tu cuello, abrazándote. Para después charlar hasta que tuvieras que partir. ¡Que maravilloso lugar de descanso seria ese!
Esa banca, ese parque, que sin dudarlo podría contarnos mil historias como la nuestra, apareció ahí, como puesto con ese único propósito, por un vil y simple acto de negligencia.
-Originalmente –me contó mi abuelo- unos setenta años antes en ese lugar se planeó la construcción de un hospital. Pero los inversionistas, en su avaricia, usaron material de mala calidad. Poco después de iniciada la obra un supervisor la detuvo. El grupo de doctores retiro su dinero y desapareció. Con el material sobrante empedraron el piso, esparcieron bancas por todas partes, plantaron algunos árboles y pusieron una fuente. Años después la fuente se hundió, así que sobre ella se construyó un quiosco.
Antes de que te subieras a ese taxi, tuve un destello, y te extendí una invitación para vernos en una semana. Si en ves del parque hubiera estado aquel hospital ¿habríamos caminado juntos? o, sin un lugar donde sentarnos ¿nos hubiésemos ido cada quien por su camino? ¿Cómo saberlo? Lo único cierto es que una semana te pareció demasiado, así que a los tres días llamaste a mi puerta. Y sin aun tomarnos de la mano regresamos a la banca en la que sin saberlo todavía nos habíamos enamorado.
Admito que debajo de mi alegría escondí una inquietud reprimida, una amargura, pues la casualidad que me había favorecido, jugó en contra de aquel compañero de escuela. Sin embargo –¡no puedes dejar de pasar esto que es como de película!– me decía mi hermano adoptivo, mi amigo del alma. Y no lo hice. Mi compañero de colegio me importó un cuerno, en vez de mantenerme quieto y distante, me arrojé sobre ti. Mis manos se apoderaron de tu cuerpo y mis labios de tus ojos radiantes, que cerraste mientras los besaba. Y lo dejaste.
-Porque cuando dos personas desean estar juntas, nada debe interponerse entre ellos –dijiste.
En esa nuestra primera noche nos abrazamos e inundamos de caricias. Me percaté de tu aroma tenue pero delicioso y saboreando cada pequeña partícula de tu fragancia inhale profundo, pausado pero con fuerza, y desperté dando un bostezo.
Miré en mi muñeca el tiempo que faltaba para arribar a casa. El Hombre de Azul miraba aproximarse las montañas.
Es la primera vez que vengo por aquí –me dijo- ahora entiendo porque regresó –y me miró con su cara franca y morena antes de volver su atención a la ventana-. Tengo una novia, bueno, al menos espero que quiera seguir siéndolo cuando la encuentre.
La conocí en la facultad ¿sabes? Y nos enamoramos casi al instante. Ya sabes como es eso ¿no? Es como de película. Con chispas luminosas de colores y todo eso –comenzó a contarme el Hombre de Azul- en fin. Un año antes de graduarnos se mudó a mi departamento. Yo acababa de conseguir un buen puesto en una fábrica, con excelentes prestaciones, buen salario y la oportunidad de hacer carrera en la empresa. De esas oportunidades de una sola vez en la vida, ya sabes cómo es eso  (en realidad no lo sabía, apenas acababa de entrar a trabajar en la misma universidad en la que me había graduado) pero me mandaron a trabajar fuera.  Así que después de graduarnos, me dejó. Dijo que tenía que regresar a su casa y esas cosas mujeriles.
-Luego de estar juntos cuatro años, ahora era una chica de hogar ¿no te parece increíble?
-Si…  -murmuré más para mí que para él.
-Me dijo que la alcanzara –añadió- que si en verdad la amaba la alcanzara ¿y yo? ¿Que hay de mí y de mi oportunidad de volverme un gran empresario? Ella sabía cuanto luché por conseguir ese puesto, en esa empresa, y se le hizo indistinto. Me pareció una injusticia cruel de su parte y dejé que se largara.
-Sabia decisión –le dije al Hombre de Azul tratando de recobrar el sueño.
-Lo mismo pensé en su momento pero, sabes, cuando se frustran, cuando los deseos de dos personas chocan, o cuando llevan a estos por caminos separados, se vuelven la causa de sus padecimientos. Así que heme aquí en su búsqueda. Mi deseo de convertirme en empresario al final no pudo con mi deseo de tenerla a mi lado –dijo finalmente mostrándome una cajita negra que llevaba aferrada a la mano.
-¿Cómo ves? ¿Crees que la encuentre?
-Espero que sí –le dije, y me acordé de ti, y de cómo la vida se me volvió un infierno.
Te busqué en el lugar pactado y sus alrededores. En puntos cercanos y también lejanos. ¡Universidad Capital en Ciudad Capital! Apenas un pequeño punto clavado como un alfiler en el mundo, muy pequeño como para no sentirse solo pero demasiado grande como para encontrarte. Te busqué por años. Y cuando ya me resignaba a no hallarte, cansado y frustrado de la falta de éxito, cuando tu recuerdo empezaba a tornarse brumoso, encontré una carta bajo la puerta del pequeño apartamento donde vivo. La cogí sacudiendo el polvo. Debo barrer mas seguido –murmuré extrayendo una pequeña carpetita blanca envuelta en papel celofán transparente con mi nombre inscrito en un bajo relieve dorado. Era una noticia esperada. Mi mejor amigo, se casaba con mi prima del alma.
Al principio tuve mis reservas. Tenía tanto que no los veía que comenzaba a sentirlos nebulosos y lejanos. Titubeé un poco pero decidí arriesgarme. Decidí volver. Y no estoy muy seguro de porque. Creo que fui tan tonto para pensar que te podría encontrar aquí. A fin de cuentas, mi más grande deseo, lo que me hace continuar en este camino sin sentido, es volverte a ver. Aunque sea sólo una vez.
-No basta con desear –repetía mi amigo cada vez  que le confesaba mis sueños e ilusiones. Hay que luchar por ello. Tú no sabes –decía él- lo que es ver a tu madre trabajando como sirvienta para pagar las cuentas. No sabes lo que es ver a todas esas personas con su ropa cara en lugares exclusivos. Que te hagan menos con la mirada. Y querer, desear tener todo lo que ellos tienen y no poder tenerlo. Pero un día, te aseguro, eso cambiará.
Desde siempre fue tenaz el desgraciado, esa es la causa de haber logrado todo lo que ha hecho a tan corta edad, me supongo. Recuerdo la época en que comenzó a trabajar. Entró de barrendero en un parque infantil los fines de semana. Pero como no ganaba suficiente, por las tardes entraba de mesero en un bar. Recuerdo esa época y creo que fue cuando comenzamos a ser lo que seriamos el resto de nuestras vidas. La época en que mi padre me dijo las dos palabras que más trascendencia han tenido en mi persona: - ¡trabaja huevón!
Aún así no pensaría que esa fue la época en que empezamos a crecer si la segunda advertencia de la adultez no hubiese venido justo de ti. Una tarde en la que los árboles se mecían somnolientos sobre nosotros una hoja intrépida se desprendió y deslizándose en el viento fue a posarse en tu mejilla.
Tomé la hoja otoñal y exclamé acariciando con ella tu cara: hace frío.
Reprimiste una sonrisa, pusiste ojos severos, bruscamente retiraste mi mano de tu rostro y gruñiste.
-¡¿Ya vez?! A ti no te interesa nada.
-Me interesas tú –dije esperando que te callaras y me besaras.
-¡No es verdad! No me escuchas. En un año termina la preparatoria y tu sigues reprobando ¡Prometiste que iríamos juntos a Universidad Capital!
El viento silbó. Nuevas hojas se dejaron caer de los árboles. Te tomé de las manos
-Es sólo un año –dije- te alcanzaré.
-¿Y si ya no estoy ahí? –preguntaste mas molesta que angustiada
-Te buscaré. A cualquier lugar que vayas sin importar que tan lejos estés, te encontraré –respondí y eso pareció hacerte feliz.
-Si dos enamorados van juntos a la universidad estarán juntos para siempre. No lo olvides – añadiste antes de quitarme la hoja seca de la mano y arrojarte a mis brazos.
En realidad era alguien con quien debí hacer un trabajo un día y ya –continuó contando al Hombre de Azul cuando el autobús estaba entrando a la Terminal- pero allí estábamos tomando café. Nos sentíamos muy bien juntos. Tuve la impresión de que la conocía de siempre. No hubo problemas de seducción, ni sexuales. Estaba resuelto; nunca me sentí tan bien –terminó de decir. El camión se detuvo. Tomó su mochila, y desbordamos.
Espero no haberte molestado demasiado, es que estoy muy emocionado y nervioso. Quien sabe, tal vez sólo soy un loco enamorado –me dijo despidiéndose.
Cogí un taxi rumbo a casa de mis padres. Miré la hora y pensé que llegaría a tiempo para desayunar mientras él se perdía en las sombras de mi ciudad natal bajo las agónicas luces de los faros.
Cuando desperté al día siguiente por la tarde, mi madre me preparó el almuerzo mientras mi padre sin quitar la mirada del periódico me mandó a visitar a mis padrinos. Así que lo hice y aproveché para felicitar a la novia. Confieso que no esperaba verlo hasta la boda, pero quiso el hado que me encontrase con mi entrañable amigo de la infancia justo esa noche. Ella misma le marcó para que pasara a buscarme, pues, como unas amigas se la llevarían de fiesta: debes aprovecharlo ahora –exclamó emocionada– después será sólo mío.
Así que nos vimos y fuimos a brindar por sus futuras nupcias al viejo campo de soccer, al cual no íbamos desde la preparatoria. Festejamos que finalmente podríamos llamarnos parientes y después de un rato fui a buscar el boleto para mi viaje de regreso mientras él iba a salvar a mi prima de su despedida de soltera. Si no hubiese quedado de ir por ella, seguro habríamos continuado bebiendo hasta el amanecer. Si sus amigas no hubieran tenido la iniciativa de despedirla como se merece de la soltería, seguramente me hubiera quedado en casa de mis padres viendo TV o jugando ajedrez con mi abuelo. Pero en vez, estaba comprando un boleto para irme lo más pronto posible. No sé porque, sólo fui y lo compré sin pensar.
Los de verde son los disponibles –me dijo la joven castaña de labios sensuales señalando la pantalla de su computadora. La miré atento, a ella pareció incomodarle así que atendí al monitor. Casi el total de lugares estaban ocupados. Al fondo el 17 y 18, uno junto al otro, estaban libres. También lo estaba a medio vagón el numero nueve junto a la ventanilla.
Azuzado por la nostalgia me entraron ganas de mirar las montañas quedarse atrás por la ventana, y como siempre me ha gustado ir a mis anchas estuve a punto de pedir el 17. Pero me detuve a una silaba de pronunciarlo pues mi corazón inexplicable se me adelantó y pidió el nueve.
Después de todo, pensé, el camión esta lleno ¿qué posibilidad hay de que no se ocupe el 18? Pagué el boleto. Salí de la estación; lo vi una vez más para reiterar la hora de salida. Doblándolo lo metí en la billetera. Mendigué un cigarro, y sin nada que hacer, di un paso sin dirección, y luego otro. Metro a metro, calle a calle, inhalo y exhalo, me fui acercando a mi tercera casualidad. Y sin darme cuenta siquiera me encontré en este lugar y me senté porque una noche sin estrellas no la quería desperdiciar.
Entonces, mientras tonteaba melancólico y suspiraba viendo a las parejas que se daban cita en el lugar, volteé y capté una figura conocida: el Hombre de Azul caminando sobre la acera de enfrente. Mis pupilas se dilataron de golpe a la vez que mi corazón se colapsaba. Sentí agudizar cada uno de mis sentidos. El viento me pareció cortante de repente y la noche más fría de lo usual. Las luces me parecieron demasiado brillantes, tanto, que no hubo modo en que la oscuridad me hiciera dudar o me engañase. Tranquilamente andando, agarrada de su mano ibas tú. Noté claramente como se dibujaron las palabras: ¿lo conoces? en su boca cuando me miraste, y el humo blanco que escapó de ella.

Cuando alguien desea algo sinceramente con toda su fuerza, se vuelve realidad –me dijo el Hombre de Azul en el autobús y no le creí hasta este momento, cuando un latido bandido que, sin que lo notaras, te robó una sonrisa al verme de reojo antes de que fingieras no hacerlo, y huyeras.

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