Quiero decirte que cada elección que hemos tomado, cada
paso, cada sueño anhelado, cada pálpito nos ha guiado ineludiblemente a este
momento: a la tercera gran casualidad de mi vida. La cual sin proponérnoslo
pusimos en marcha años atrás el día en que salimos juntos por ultima vez. En
esta banca inerte de parque donde te miro, aquella noche sin estrellas con
nuestras manos entrelazadas, hostigamos a mi prima, querida, a que aceptase las
proposiciones amorosas de mi amigo. Y nos reímos.
Y no sé como pero nos perdimos.
Me perdí yo al menos. Lo único que hice fue seguir mi corazón. Fue mi culpa, no
pude encontrarte y me perdí. Supongo que te fallé, que nos fallé a ambos… que era demasiado tarde, que esperé demasiado
y partí con desatino. Que me enrolé en una búsqueda estúpida y sin sentido. La
suerte estaba echada supongo. Aunque también creo que pudiste haberme esperado.
Ahora que estoy aquí, me asalta
una sensación nostálgica y de dolor, como si toda la sangre de mi cuerpo
hubiese sido drenada para ponerme sangre nueva. Pero aun quedan rastros de ti
en mis venas.
Sentado me quedo, desolado,
buscando cobijo en la noche negligente y sus estrellas sin brillo. Y suspiro. Y
a cada profundo latido se agrava mi soledad, porque la gente me detesta; te
detesta y detesta que te extrañe en la manera en que lo hago.
Por eso me resistía a volver,
sospecho. Pero aunque mi mundo fracturado se halle detenido, el tiempo que he
perdido se me acerca. Es un llamado muy fuerte el de mis seres queridos, y
volví.
¿Cómo adivinaría que la
casualidad sarcástica querría que me lo encontrara a mi regreso?
Lo vi desde que subí al camión,
al fondo, pegado a la ventana, vestido de azul, de expresión meditabunda pero
distraída. Miré el boleto para confirmar el número de asiento, y me senté junto
a él.
-Los deseos –dijo el joven de
azul sin dejar de ver por la ventana- son lo que mantienen vivas a las
personas. Son lo que, aun cuando todo parece perdido, las anima a salir
adelante. Y al final, aunque sea a un precio muy elevado, los más tenaces… los
alcanzan. Tal es la furia de los deseos.
Sonreí complaciente.
-¿Crees en las almas gemelas?
–agregó.
-Supongo que si –dije y me dormí.
Soñé con aquel sábado
particularmente aburrido y nublado en el que no hallé nada que hacer en casa. O
en el que mi corazón latió tanto que no me permitió estar tranquilo, y el
viento arremolinado en el exterior me invitaba a dejarme arrastrar. Pensé en ir
a ver a mi amigo para distraerme un poco. El pretexto ideal para sentir al aire
enmarañarse en mi cabello. Salí con las manos en los bolsillos sin imaginar que
a pocos pasos antes de llegar a mi destino, él se toparía conmigo.
Si es verdad que cuando uno esta
en su último estertor de muerte ve pasar su vida frente a sus ojos, me pregunto
si será posible detenerse en un instante y cobijarse ahí por la eternidad. Si
fuera de ese modo, sin duda escogería como ultimo refugio aquella tarde
invernal en ese parque de coniferas. Chocaría contigo al doblar en la esquina,
y me volvería a enamorar.
Pasaríamos la tarde juntos,
charlando hasta que la noche cobijara con su manto al mundo y te tuvieses que
ir. Entonces esperando a que tomaras un taxi te obligaría a abrazarme antes de
verte marchar. Conmocionado, metería las manos en los bolsillos, y me iría por
donde vine, para toparme contigo al llegar a la esquina, en donde tu oscuro
cabello flotando en el aire te acariciaría de nuevo las mejillas, mientras tus
manos sostendrían tu falda levantada por el viento y tendrías frío.
Inmediatamente pondría mi chamarra alrededor de tu cuello, abrazándote. Para
después charlar hasta que tuvieras que partir. ¡Que maravilloso lugar de
descanso seria ese!
Esa banca, ese parque, que sin
dudarlo podría contarnos mil historias como la nuestra, apareció ahí, como
puesto con ese único propósito, por un vil y simple acto de negligencia.
-Originalmente –me contó mi abuelo-
unos setenta años antes en ese lugar se planeó la construcción de un hospital.
Pero los inversionistas, en su avaricia, usaron material de mala calidad. Poco
después de iniciada la obra un supervisor la detuvo. El grupo de doctores
retiro su dinero y desapareció. Con el material sobrante empedraron el piso,
esparcieron bancas por todas partes, plantaron algunos árboles y pusieron una
fuente. Años después la fuente se hundió, así que sobre ella se construyó un
quiosco.
Antes de que te subieras a ese
taxi, tuve un destello, y te extendí una invitación para vernos en una semana.
Si en ves del parque hubiera estado aquel hospital ¿habríamos caminado juntos?
o, sin un lugar donde sentarnos ¿nos hubiésemos ido cada quien por su camino?
¿Cómo saberlo? Lo único cierto es que una semana te pareció demasiado, así que
a los tres días llamaste a mi puerta. Y sin aun tomarnos de la mano regresamos
a la banca en la que sin saberlo todavía nos habíamos enamorado.
Admito que debajo de mi alegría
escondí una inquietud reprimida, una amargura, pues la casualidad que me había
favorecido, jugó en contra de aquel compañero de escuela. Sin embargo –¡no
puedes dejar de pasar esto que es como de película!– me decía mi hermano
adoptivo, mi amigo del alma. Y no lo hice. Mi compañero de colegio me importó
un cuerno, en vez de mantenerme quieto y distante, me arrojé sobre ti. Mis
manos se apoderaron de tu cuerpo y mis labios de tus ojos radiantes, que
cerraste mientras los besaba. Y lo dejaste.
-Porque cuando dos personas
desean estar juntas, nada debe interponerse entre ellos –dijiste.
En esa nuestra primera noche nos
abrazamos e inundamos de caricias. Me percaté de tu aroma tenue pero delicioso
y saboreando cada pequeña partícula de tu fragancia inhale profundo, pausado
pero con fuerza, y desperté dando un bostezo.
Miré en mi muñeca el tiempo que
faltaba para arribar a casa. El Hombre de Azul miraba aproximarse las montañas.
Es la primera vez que vengo por
aquí –me dijo- ahora entiendo porque regresó –y me miró con su cara franca y
morena antes de volver su atención a la ventana-. Tengo una novia, bueno, al
menos espero que quiera seguir siéndolo cuando la encuentre.
La conocí en la facultad ¿sabes?
Y nos enamoramos casi al instante. Ya sabes como es eso ¿no? Es como de
película. Con chispas luminosas de colores y todo eso –comenzó a contarme el
Hombre de Azul- en fin. Un año antes de graduarnos se mudó a mi departamento.
Yo acababa de conseguir un buen puesto en una fábrica, con excelentes
prestaciones, buen salario y la oportunidad de hacer carrera en la empresa. De
esas oportunidades de una sola vez en la vida, ya sabes cómo es eso (en realidad no lo sabía, apenas acababa de
entrar a trabajar en la misma universidad en la que me había graduado) pero me
mandaron a trabajar fuera. Así que
después de graduarnos, me dejó. Dijo que tenía que regresar a su casa y esas
cosas mujeriles.
-Luego de estar juntos cuatro
años, ahora era una chica de hogar ¿no te parece increíble?
-Si… -murmuré más para mí que para él.
-Me dijo que la alcanzara –añadió-
que si en verdad la amaba la alcanzara ¿y yo? ¿Que hay de mí y de mi oportunidad
de volverme un gran empresario? Ella sabía cuanto luché por conseguir ese
puesto, en esa empresa, y se le hizo indistinto. Me pareció una injusticia
cruel de su parte y dejé que se largara.
-Sabia decisión –le dije al
Hombre de Azul tratando de recobrar el sueño.
-Lo mismo pensé en su momento
pero, sabes, cuando se frustran, cuando los deseos de dos personas chocan, o
cuando llevan a estos por caminos separados, se vuelven la causa de sus
padecimientos. Así que heme aquí en su búsqueda. Mi deseo de convertirme en
empresario al final no pudo con mi deseo de tenerla a mi lado –dijo finalmente
mostrándome una cajita negra que llevaba aferrada a la mano.
-¿Cómo ves? ¿Crees que la
encuentre?
-Espero que sí –le dije, y me
acordé de ti, y de cómo la vida se me volvió un infierno.
Te busqué en el lugar pactado y
sus alrededores. En puntos cercanos y también lejanos. ¡Universidad Capital en
Ciudad Capital! Apenas un pequeño punto clavado como un alfiler en el mundo,
muy pequeño como para no sentirse solo pero demasiado grande como para
encontrarte. Te busqué por años. Y cuando ya me resignaba a no hallarte,
cansado y frustrado de la falta de éxito, cuando tu recuerdo empezaba a
tornarse brumoso, encontré una carta bajo la puerta del pequeño apartamento
donde vivo. La cogí sacudiendo el polvo. Debo barrer mas seguido –murmuré
extrayendo una pequeña carpetita blanca envuelta en papel celofán transparente
con mi nombre inscrito en un bajo relieve dorado. Era una noticia esperada. Mi mejor
amigo, se casaba con mi prima del alma.
Al principio tuve mis reservas.
Tenía tanto que no los veía que comenzaba a sentirlos nebulosos y lejanos. Titubeé
un poco pero decidí arriesgarme. Decidí volver. Y no estoy muy seguro de
porque. Creo que fui tan tonto para pensar que te podría encontrar aquí. A fin
de cuentas, mi más grande deseo, lo que me hace continuar en este camino sin
sentido, es volverte a ver. Aunque sea sólo una vez.
-No basta con desear –repetía mi
amigo cada vez que le confesaba mis
sueños e ilusiones. Hay que luchar por ello. Tú no sabes –decía él- lo que es
ver a tu madre trabajando como sirvienta para pagar las cuentas. No sabes lo
que es ver a todas esas personas con su ropa cara en lugares exclusivos. Que te
hagan menos con la mirada. Y querer, desear tener todo lo que ellos tienen y no
poder tenerlo. Pero un día, te aseguro, eso cambiará.
Desde siempre fue tenaz el
desgraciado, esa es la causa de haber logrado todo lo que ha hecho a tan corta
edad, me supongo. Recuerdo la época en que comenzó a trabajar. Entró de
barrendero en un parque infantil los fines de semana. Pero como no ganaba
suficiente, por las tardes entraba de mesero en un bar. Recuerdo esa época y
creo que fue cuando comenzamos a ser lo que seriamos el resto de nuestras
vidas. La época en que mi padre me dijo las dos palabras que más trascendencia
han tenido en mi persona: - ¡trabaja huevón!
Aún así no pensaría que esa fue
la época en que empezamos a crecer si la segunda advertencia de la adultez no
hubiese venido justo de ti. Una tarde en la que los árboles se mecían
somnolientos sobre nosotros una hoja intrépida se desprendió y deslizándose en
el viento fue a posarse en tu mejilla.
Tomé la hoja otoñal y exclamé
acariciando con ella tu cara: hace frío.
Reprimiste una sonrisa, pusiste
ojos severos, bruscamente retiraste mi mano de tu rostro y gruñiste.
-¡¿Ya vez?! A ti no te interesa
nada.
-Me interesas tú –dije esperando
que te callaras y me besaras.
-¡No es verdad! No me escuchas.
En un año termina la preparatoria y tu sigues reprobando ¡Prometiste que
iríamos juntos a Universidad Capital!
El viento silbó. Nuevas hojas se
dejaron caer de los árboles. Te tomé de las manos
-Es sólo un año –dije- te
alcanzaré.
-¿Y si ya no estoy ahí?
–preguntaste mas molesta que angustiada
-Te buscaré. A cualquier lugar
que vayas sin importar que tan lejos estés, te encontraré –respondí y eso
pareció hacerte feliz.
-Si dos enamorados van juntos a
la universidad estarán juntos para siempre. No lo olvides – añadiste antes de
quitarme la hoja seca de la mano y arrojarte a mis brazos.
En realidad era alguien con quien
debí hacer un trabajo un día y ya –continuó contando al Hombre de Azul cuando
el autobús estaba entrando a la
Terminal- pero allí estábamos tomando café. Nos sentíamos muy
bien juntos. Tuve la impresión de que la conocía de siempre. No hubo problemas
de seducción, ni sexuales. Estaba resuelto; nunca me sentí tan bien –terminó de
decir. El camión se detuvo. Tomó su mochila, y desbordamos.
Espero no haberte molestado
demasiado, es que estoy muy emocionado y nervioso. Quien sabe, tal vez sólo soy
un loco enamorado –me dijo despidiéndose.
Cogí un taxi rumbo a casa de mis
padres. Miré la hora y pensé que llegaría a tiempo para desayunar mientras él
se perdía en las sombras de mi ciudad natal bajo las agónicas luces de los
faros.
Cuando desperté al día siguiente
por la tarde, mi madre me preparó el almuerzo mientras mi padre sin quitar la
mirada del periódico me mandó a visitar a mis padrinos. Así que lo hice y
aproveché para felicitar a la novia. Confieso que no esperaba verlo hasta la
boda, pero quiso el hado que me encontrase con mi entrañable amigo de la
infancia justo esa noche. Ella misma le marcó para que pasara a buscarme, pues,
como unas amigas se la llevarían de fiesta: debes aprovecharlo ahora –exclamó
emocionada– después será sólo mío.
Así que nos vimos y fuimos a
brindar por sus futuras nupcias al viejo campo de soccer, al cual no íbamos
desde la preparatoria. Festejamos que finalmente podríamos llamarnos parientes
y después de un rato fui a buscar el boleto para mi viaje de regreso mientras
él iba a salvar a mi prima de su despedida de soltera. Si no hubiese quedado de
ir por ella, seguro habríamos continuado bebiendo hasta el amanecer. Si sus
amigas no hubieran tenido la iniciativa de despedirla como se merece de la
soltería, seguramente me hubiera quedado en casa de mis padres viendo TV o
jugando ajedrez con mi abuelo. Pero en vez, estaba comprando un boleto para
irme lo más pronto posible. No sé porque, sólo fui y lo compré sin pensar.
Los de verde son los disponibles
–me dijo la joven castaña de labios sensuales señalando la pantalla de su
computadora. La miré atento, a ella pareció incomodarle así que atendí al
monitor. Casi el total de lugares estaban ocupados. Al fondo el 17 y 18, uno
junto al otro, estaban libres. También lo estaba a medio vagón el numero nueve
junto a la ventanilla.
Azuzado por la nostalgia me
entraron ganas de mirar las montañas quedarse atrás por la ventana, y como
siempre me ha gustado ir a mis anchas estuve a punto de pedir el 17. Pero me
detuve a una silaba de pronunciarlo pues mi corazón inexplicable se me adelantó
y pidió el nueve.
Después de todo, pensé, el camión
esta lleno ¿qué posibilidad hay de que no se ocupe el 18? Pagué el boleto. Salí
de la estación; lo vi una vez más para reiterar la hora de salida. Doblándolo
lo metí en la billetera. Mendigué un cigarro, y sin nada que hacer, di un paso
sin dirección, y luego otro. Metro a metro, calle a calle, inhalo y exhalo, me
fui acercando a mi tercera casualidad. Y sin darme cuenta siquiera me encontré
en este lugar y me senté porque una noche sin estrellas no la quería
desperdiciar.
Entonces, mientras tonteaba
melancólico y suspiraba viendo a las parejas que se daban cita en el lugar,
volteé y capté una figura conocida: el Hombre de Azul caminando sobre la acera
de enfrente. Mis pupilas se dilataron de golpe a la vez que mi corazón se
colapsaba. Sentí agudizar cada uno de mis sentidos. El viento me pareció
cortante de repente y la noche más fría de lo usual. Las luces me parecieron
demasiado brillantes, tanto, que no hubo modo en que la oscuridad me hiciera
dudar o me engañase. Tranquilamente andando, agarrada de su mano ibas tú. Noté
claramente como se dibujaron las palabras: ¿lo conoces? en su boca cuando me
miraste, y el humo blanco que escapó de ella.
Cuando alguien desea algo
sinceramente con toda su fuerza, se vuelve realidad –me dijo el Hombre de Azul
en el autobús y no le creí hasta este momento, cuando un latido bandido que,
sin que lo notaras, te robó una sonrisa al verme de reojo antes de que
fingieras no hacerlo, y huyeras.
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