miércoles, 29 de diciembre de 2010

2 - LA VIDA SIN MÍ

Uno puede contar su vida... uniendo casualidades que pasan y otras que nunca pasan. La casualidad, decía mi padre, es tan imperceptible como el aleteo de una mariposa y tan poderosa como un tornado. Eso decía él, y puede que tenga razón.

En su juventud, mi padre, sostenía un amorío con una bella mujer a la que había conocido por casualidad en un viaje escolar al norte del estado. Ahí, en una cantina con sus amigos, apostó cincuenta pesos a que podría conseguir la dirección de la dama de rojo sentada en la barra. No sólo ganó la apuesta, sino una cita y una noche de pasión servida entre copas de vino.

La alegre sorpresa fue grande cuando supo que esta dama de rojo radicaba en la misma ciudad que él, y al igual, sólo estaba de viaje estudiantil. Así entonces, la casualidad jugo a favor de ambos esa vez.  Y al despedirse prometieron que al regresar se volverían a ver.

            Una tarde, tiempo después, mi padre se quedó profundamente dormido tras la comida. Al despertar, recordó amodorrado, que tenía que verla a las cinco de la tarde. Miro su reloj espantado y este, marcando las cinco con treinta, le gritó que era tarde. Salió veloz como relámpago; ni quince minutos le llevó arreglarse.

            La estación de metro se encontraba a media cuadra de su casa.  En su prisa, en vez de usarlo, que en un día común tardaría otros veinte minutos más en llevarlo, tomó un taxi.

A las cinco en punto de la tarde en la alameda la dama de rojo, obsesionada con la puntualidad, decidió ir a buscarlo. Desde ese momento hasta que el metro la llevó a su destino transcurrieron poco más de cuarenta minutos. Si mi padre hubiese decidido usar el metro, se hubiesen topado de frente en la salida de la estación.

Mas atrás aun, si hubiese decidido ir directo a dormir aquel día al volver del colegio en vez de ir a jugar fútbol o, si simplemente se hubiese mantenido despierto hubiera llegado a tiempo y nada hubiera pasado. Inclusive, si la noche anterior su madre no se hubiese aliviado de aquel resfriado, no hubiera habido póquer de los miércoles y él no se habría desvelado sirviendo copas a los tíos. El hubiera no existe.

Ese día por la mañana, en el colegio de monjas “Las Piadosas Hermanas Del Sagrado Corazón De Jesús Bañado En Vino Por Las Manos De Su Madre, Su Padre y El Espíritu Santo Hasta El Fin De Todos Los Tiempos y Después De La Resurrección Del Padre Santo Que Todo Lo Puede, Amen”  ubicado del lado de la ciudad que no es este. Una chica intentaba introducir un tarot al recinto. Las monjas, previendo actos tan atroces como ese, revisaban diariamente las pertenencias de todas las estudiantes para cerciorarse que no metieran objetos malsanos e impuros. Pero ese día, justo dos turnos antes de ser revisada, resbaló en el baño la madre superiora al pisar un jabón que había sido tirado descuidadamente por unas alumnas el día anterior y que nadie vio o nadie se acomidió a levantar. Por aquel desafortunado incidente las monjas suspendieron la revisión ese día y la muchacha introdujo sin mayor problema el juego prohibido.

A la hora del receso, escondida en la parte mas descuidada del jardín, convenció a una amiga para leerle la suerte, quien inocentemente creyó todo lo que esta dijo.

-          Según esto – le dijo – la vida tiene una sorpresa para ti hoy, lo único que tienes que hacer, es dejarte llevar.

Esa tarde, tras levantar la cocina, movida por la curiosidad salió a dar un paseo en expectativa de lo que pudiese pasar. Salió decidida a seguir el camino que la vida le tenía señalado. Primero pensó en caminar un rato y así lo hizo hasta que se topó con una estación de metro y entonces sintió que su corazón latía fuertemente. Entró. Entonces, el viento que viajaba rumbo sur le arrebató el sombrero y al perseguirlo subió a un vagón que a través de túneles oscuros la llevó hasta el centro. Ahí, su corazón volvió a latir desesperadamente arrancándose de su pecho; dejándola para poder encontrar su destino. No queriendo quedarse atrás subió rápidamente los escalones y al salir el latido se detuvo en seco y se halló perdida. La alameda se encontraba vacía, sólo los árboles mecidos por el viento parecían ahí esperarla. Entonces y de repente la encontró una mirada agitada y penetrante con un bello ramo de flores. Sorprendida en voz alta se dijo así misma – ¿Son para mí?

Mi padre llegó al punto de encuentro cuarenta y cinco minutos después de la hora. Desesperado bajo corriendo del taxi en busca de la dama de rojo; pasó a un lado de un muchacho de esos que venden chicles o flores o cigarrillos en los parques. Un pensamiento cruzó por su mente y  corrió de regreso para comprar una docena de rosas. Apurado volvió a su camino y al llegar, sin resignarse, la buscó con la mirada. Entonces entre los árboles se topó con una mirada en medio de la nada, sola, como perdida. 

La mirada pertenecía a la mujer mas bella que jamás hubiese visto. Y ella, tratando de mantener tranquilo su cabello que jugaba con el viento, preguntó como para si misma – ¿Son para mí? – y, sonrojado, sólo acerté a decir  que si. Cuenta mi padre.

Esa, fue la primera gran casualidad de mi vida, porque fue el día en que se conocieron mis padres.

La vida, decía mi madre, tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros. Lo único que tienes que hacer es seguir tu corazón.

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