martes, 21 de diciembre de 2010

7-PAULLET Y LA FUNGIMESA

Estuvo poco rato mirando las paredes de madera. De hecho, era una única pared de madera. Paullet no tardó mucho en darse cuenta que se encontraba dentro de un árbol. El tronco vacío se extendía estrechándose hacia riba, mientras abajo, era ancho. Estaba acondicionado como alcoba. Además de la camita improvisada sobre una planta de algodón, se encontraba una mecedora, junto a la cual crecía un hongo grueso, de sombrero amplio, plano y casi redondo.
En ese hongo fue donde los gnomos pusieron el almuerzo de la niña. Entraron sin avisar azotando la puerta. Paullet se puso de pie asustada, y quedó boquiabierta de la sorpresa: ¡los gnomos eran pequeños viejecitos azules!, vestían pantaloncitos y gorritos blancos; les crecían largas barbas: algunas negras y otras marrones, y algunas canosas como plata. Haciendo como que Paullet no estaba presente iban en fila de la puerta al hongo y de regreso, como hormiguitas. Cuando finalmente hubieron terminado de colocar la vitualla sobre el sombrero se retiraron sin decir una palabra. Únicamente el más viejo, un gnomo que vestía de rojo, se retrasó un poco para hablarle a Paullet.
-Jem, jem, -exclamó el gnomo antes de hablar-, mi nombre es David. Estoy a cargo de la cuadrilla alimenticia. Es mi deber informarle que la fungimesa está servida. La dama Anirúl me pidió informarle que en cuanto usted se sienta dispuesta, debo llevarla a recorrer el bello Olidén. Siéntase pues, cómoda de iniciar su digestión, y por favor, cierre la boca cuando se le hable.
Paullet cerró la boca al instante. Estaba tan sorprendida de lo que pasaba que creía estar soñando. Ver a los elfos era algo que siempre había soñado, quizá los había estudiado tanto que Anirúl no la sorprendió todo lo que esperaba. Sin embargo, los gnomos resultaron ser algo digno de estupefacción.
-Gracias –dijo Paullet sin dejar de mirar al gnomo. David era un gnomo alto, apenas un par de centímetros más bajito que ella, aunque más grueso, y su piel azulada, mucho más tosca.
David se retiró, y Paullet se acercó a la fungimesa a degustar su desayuno, el cual consistía en: mantecado de chocolate, vainilla, y fresa. También había hot cakes, waffles y muffins. Junto a las jarras de miel de maple y abeja, los gnomos dejaron tazones con cereal, arroz inflado, pasas, leche y crema dulce. Había fresas, uvas y mango cortado en trocitos. De beber había tres jarras para escoger entre malteada de chocolate, jugo de moras o agua de zarzaparrilla. Todas las cosas y sabores que podían alegrar a un niño estaban sobre esa fungimesa, y sobre todo si ese niño era Paullet.  “¿Por dónde comenzar?”, se preguntó. La respuesta no tardó en llegar. Cogió un tarro lleno de crema de chocolate y lo echó directo sobre las fresas.
Pasó largo rato combinando los sabores hasta haber devorado todas las viandas. Terminó dando un gran sorbo a la jarra de malteada de chocolate. “Muy bien”, se dijo, “es hora de conocer Olidén”. Pero al levantarse sintió su cuerpo tan pesado que una somnolencia la invadió. “¡Vaya!, creo que me sobre pase… Mamá nunca me da de comer así”. Y sin pensárselo mucho, fue hasta su cama a recostarse. “Un minuto nomás”, pensó llevándose las manos a la barriga, “un minuto…”, y se quedó profundamente dormida.

Para recibir estas fumadas de peyote en tu mail, pidelo en comentarios

No hay comentarios:

Publicar un comentario