¿Será esto lo que estaba esperando? ¿Lo que he buscado por tanto tiempo; la casualidad de mi vida? ¿No será simplemente el destino?
- ¿Por qué no te quedas? – me dijo mi padre
La decisión: –No sé –respondí– sólo deseo irme –y ante un deseo sólo se pueden hacer dos cosas, entregarse a él, o frustrarse.
Me retrasé un par de minutos dando besos y abrazos. Me despedí de todos, y me dispuse a marchar.
Atrás, en la puerta de cristal dejaba a mis padres que agitaban las manos en señal de despedida. A mis bellas primas que se tomaban de las manos sonrientes, la mayor de ellas aun con el vestido de novia, y a mis amados amigos.
Di unos pasos, extraje el boleto de la billetera “¿Por qué no me quedo?” pensé un segundo desdoblándolo y me formé en la cola del bus. Entonces la ví mas adelante con su suéter gris a cuadros amarrado a la cintura y sus botas de gamuza, entregando su boleto al chofer; “ojala me tocase compartir el asiento con alguien como ella, y no con señoras gordas o viejos pesados como siempre me pasa”, pensé a la vez que mostrando su identificación sintió mi mirada sobre su hombro, volteó, nuestros ojos se encontraron; me pareció entrever en ellos y en sus labios inquietos un sentimiento similar al mío, sino es que el mismo, y subió.
La fila avanzó y la borré de mi mente. En su lugar fue abordada por la voracidad de partir. No sé por qué me voy, ni se exactamente que será de mi, pero mi corazón me insita a marcharme. A no quedarme quieto, a seguir, a seguir y a seguir hasta liberarme de ti.
Abordé el camión. Busqué mi butaca indiferente. Quedamente avancé comparando mi boleto con los números que siempre están dispuestos en el portaequipaje sobre los asientos. Al fondo ví el 17 y el 18 ocupados, y descubrí el mío, del lado de la ventana, junto al de ella.
Sentado a su lado mi pecho empezó a golpetear. Mis ojos esquivos se cerraban, daban vueltas, giraban sobre si mismos y bailaban, y se negaban a mirarla.
Quise hablarle, titubeé, volteé sonrojado, me torcí, dudé, y apenado, tome aire; y valor. Giré el cuerpo hacia ella y torpemente, pregunté - ¿A dónde vas? – sabiendo de antemano que, estando en el mismo camión que yo, tendría que ir al mismo sitio.
- ¿Y tú eres de allá? – agregó a su respuesta.
- No, –confesé apenado– sólo trabajo allá.
- ¿Ah sí? ¿En donde? – preguntó hundiéndose en su asiento.
- Universidad Capital – dije imitándola.
- ¡¿En serio?! Yo también – exclamó girando su cuerpo nacarado hacia mí, haciendo a un lado su enmarañado cabello y reposando suavemente su rostro en una de sus manos. Hizo una pausa y en la penumbra me pareció que sus opalinos ojos brillaban– esto sonará tonto – dijo sonriendo– pero… ¿crees en las casualidades?
¿Es el destino algo cierto? ¿Hay una trama escrita para cada uno de nosotros de cuyos lineamientos no podemos escapar? ¿Las situaciones y oportunidades se nos revelan como los ineludibles pasos que debemos seguir para llegar a lo que nos ha sido destinado?
Algunas veces pareciera que todo esta encadenado de tal forma que yo no estaría aquí si no fuese por esa banca en el parque.
Sin embargo tampoco descarto que sean nuestras decisiones quienes nos guían sin sentido fijo, convirtiéndonos en navegantes sin rumbo en el mar de la vida. Favorecidos o victimados por el vago capricho de la casualidad.
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