miércoles, 15 de diciembre de 2010

5- PAULLET DUDA

-Conozco otro modo de llegar -dijo la ardilla-, ven conmigo. -Y se dio la vuelta internándose en el bosque. Paullet apenas tuvo tiempo de reaccionar y salió tras ella. Corría velozmente entre los árboles, Paullet los esquivaba recordando las carreras de obstáculos de sus clases de Educación Física. Y a pesar estar en excelente forma, apenas podía seguirle el paso a la ardilla.
Corrieron hacia el oeste sin alejarse mucho del borde del bosque, ascendieron una pequeña ladera y giraron hacia el sur adentrándose un poco más entre los árboles. Paullet tuvo la sensación de ir cuesta abajo. Y los arboles verdes se tornaron plateados. Parecía que habían quedado bajo la nieve después de una tormenta. Sin embargo hacía calor, los arboles reflejaban la luz del sol de un modo que a pesar de ser tan hermosos, lastimaban a los ojos, y elevaban la temperatura. Entonces la ardilla giró a su izquierda. Salió dando brincos de la espesura y se detuvo pocos metros más allá de la ultima línea de arboles.
-¡Es aquí! -prorrumpió volteando a ver a Paullet que apenas salía de entre los arboles cubriéndose los ojos. Alcanzó a su compañera trastabillando y gritó exacerbada-: ¡qué horror, ¿quién puede vivir en medio de esos árboles? brillan demasiado!
-¡Ho! -dijo la ardilla con una sonrisa y meneando la cola-, ese es el Bosque de Plata, hogar de la Bruja Blanca. Es un elfo hermoso y terrible. Si hubiéramos ido un poco más al sur dentro de sus dominios ya estaríamos en sus manos.
-¡Wow! -exclamó emocionada Paullet-, ¡¿un elfo?! ¡Siempre he querido conocer a los elfos!
-¡No, no, no, pequeña! -le dijo la ardilla-, éste no es un elfo que alguien quiera conocer. No, no, no... -sentenció con su pequeño dedo, canturreando al final de su oración. El tono melódico en el "no, no, no", le recordó a Paullet lo molesta que estaría Mamá si no la encontraba en su habitación. Apartó su mente de los elfos, "ya será en otra ocasión", se dijo e incorporándose vio que se hallaban a la orilla de un camino amarillo.
-Este es el camino, -señaló la ardilla con una mano mientras con la otra jalonaba el pantalón de Paullet-. Lo único que tienes que hacer es andarlo.
Del otro lado, en un terreno llano había un trigal dorado. Paullet distinguió que unos metros dentro había un par de cuervos montados sobre un espantapájaros. Atrajeron su atención por un instante, le pareció que usaban sombrero. La ardilla le dio un tirón a la manga de su pantalón, instándole a poner su atención sobre el camino. Paullet miró a ambos lados, fijándose como lo hace un niño antes de cruzar la calle. Observó cómo se extendía en línea recta en las dos direcciones hasta girar hacia abajo en el horizonte. Parecía no llegar a ningún lugar.
-¿Estás segura que este es el camino? -le preguntó a la ardilla-. ¿A dónde va este camino?
-No va a ninguna parte -respondió la ardilla-. El camino no va, te lleva a donde tú quieras ir. Solamente tienes que querer algo con el corazón y andar el camino amarillo. Él hará el resto.
-Quizá debamos preguntarle a esos cuervos de allá -dijo Paullet dando un paso, pero cuando la suela de su zapato estuvo a punto de pisar el camino la ardilla la mordió.
-¡Aaaarg! -bufó Paullet- ¿cual es tú problema?
-Tú no entras al camino si no estás pensando en lo que realmente quieres. El camino te puede llevar a otra parte, puede extraviarse en los deseos que hay entre tu mente y los anhelos de tu corazón. Nadie volvería a saber de ti.
Paullet se detuvo reflexiva. Sabía que tenía un problema. Lo que más deseaba en ese momento era recuperar su calcetín, pero lo que más había deseado toda la vida era conocer a los elfos.
-Uno toma el camino con seriedad -sentenció la ardilla-. Si sabes a donde quieres ir, pero temes llegar, el camino nunca te permitirá abandonarlo.
¿Qué hacer entonces? Paullet era una niña confiada, pero consciente de los peligros de los cuentos. Sabía que si se enfocaba llegaría a su destino antes del anochecer, pero si dudaba... terminaría andando en el camino amarillo eternamente. El verdadero problema fue, que precisamente ese pensamiento la hizo dudar. A fin de cuentas era una niña que nunca había salido de casa, no tenía forma de saber si estaba preparada para la empresa que la esperaba a un paso de distancia. "¡Vamos!, cruzaste un nido completo de orcos y trolls para llegar aquí", se decía, "¡pero no lo sabías!", se respondía.
Entonces suspiró relajando los hombros. De cualquier modo tendría que regresar a casa por el mismo agujero por el que había llegado. Así que no ganaba nada quedándose en la orilla. Tenía que entrar y enfrentar las idas y venidas que pudieran esperarle. De ese modo la determinación se abrió paso entre la duda, pero en un último esfuerzo por dominarla, la duda resopló y Paullet, mirando a la ardilla le dijo:
-¿Me acompañas?
-No, no puedo -respondió esta.
-¡Vamos! -insistió Paullet-, no lo lograré sin ti.
-Pero el camino me llevará a donde yo quiera ir, no a donde tú quieres.
-Entonces sólo tienes que querer llegar al mismo lugar que yo.
-¡Imposible! -repicó la ardilla- no tengo ninguna razón para querer ir a donde tú vas.
Paullet guardó silencio un segundo.
-Lo que tienes que hacer... -dijo Paullet mordiéndose los labios. Aun convirtiendo sus pensamientos en palabras-... Lo único que debes hacer es querer estar conmigo. ¡De ese modo el camino te llevara a donde me lleve!
La ardilla se envaró. Se encontró así misma meditando el plan de Paullet. Su pequeña cola comenzó a moverse emocionada -puede funcionar-, dijo sonriendo, abriendo sus ojos tan grandes como platos en una expresión de alegría.
-¡Esto va a ser emocionante! -exclamó entusiasmada.
-¿Estamos listas entonces? -preguntó Paullet tomándola de la mano.
-¡Listas! -respondió la ardilla.
-Bien... -Paullet tomó aire-, a la de tres. -Hizo acopio de valor apretando la mano de su amiga y contó-: uno... dos... y...

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