sábado, 11 de diciembre de 2010

4-PAULLET Y LA ARDILLA

Paullet corrió y corrió tropezándose en la oscuridad; cayendo y levantándose, y volviéndose a caer. Lo único que tenía para guiarse era la delgada voz del conejo delante de ella repitiendo: "se acaba el tiempo, se acaba el tiempo". Era tan delgada como un hilo al cual Paullet se aferraba. Cuando se acercaba lo suficiente la voz se hacía más gruesa como una cuerda, y entonces Paullet tropezaba dejando que adelgazara tanto que apenas se podía sujetar sin reventarla.
Pero finalmente dejó de importar. La había conducido hasta una diminuta fuente de luz, por donde salió el conejo llevándose su voz. Paullet se sintió más segura entonces, de correr pasó a caminar. Conforme se acercó a la luz esta resultó ser la boca de una caverna. Del otro lado alcanzaba a verse un cielo más azul que cualquiera que hubiese visto antes, había arboles tan verdes como los había imaginado de los libros y un arcoíris al fondo enmarcaba el lugar como si fuera el cuadro de un cuaderno para colorear.
Lo que había visto hasta ese momento desde adentro resultó poco junto a lo que vio al salir. Sus ojos quedaron inundados de colores. El pasto brillaba tanto como el cielo, las rocas eran de un café intenso. El bosque era inmenso con árboles frutales de todas las tonalidades, y entre las ramas había aves con la misma intensidad. A un costado del bosque, bajando por una ladera iba el conejo blanco, se dirigía a un castillo metálico que brillaba con el sol. Pero no era la gran cosa en ese momento; en el cielo un barco pirata navegaba entre las nubes, un pegaso planeaba cerca arremolinando el aire. Un siervo de astas floreadas había huido al verla mientras una ardilla se acercaba curiosa. Paullet tenía tantos colores en los ojos, que los sentía en su boca como si fuesen los caramelos más exquisitos del mundo. Hasta la pequeña ardilla se filtraba por sus sentidos como algo delicioso. Su pelaje marrón y las motitas más oscuras en su cola corta le sabían a Paullet como crema de nueces con chispas de chocolate. Igualmente, el animalito la miró. Justo en sus ojos avellana, como si también fuera capaz de inundarse del sabor de los colores, y dijo:
-Me gustan tus ojos.
-¡Puedes hablar! -exclamó Paullet saliendo del embriagador encanto.
-¡Sabes escuchar! -repicó la ardilla igual de sorprendida.
-¡Pero las ardillas no hablan! -discutió Paullet.
-¿Y los conejos si? -le inquirió audaz la ardilla. Paullet asintió sorprendida, ¿como sabia que habia hablado con un conejo? Entonces, sin que le diera tiempo de entonar una palabra, señalandole las rodillas, la ardilla preguntó: -¿qué te pasó?
-Pues... me caí ahí dentro... -contestó la niña señalando la gruta.
-¿Vienes de ahí dentro?
-Sí.
-¿Y no te dio miedo?
-¿Miedo? No... ¿Por qué? -preguntó Paullet mirando la sombra que se extendía dentro de la cueva. Se llevó el índice a la barbilla.
-Trolls, orcos, y una araña gigante viven ahí -respondió acercándose precavida la ardilla- la araña se come a los trolls y a los orcos.
Paullet sintió un vértigo que la jalaba de vuelta a la cueva, como si la succionara, del mismo modo que un fuerte viento la tomaría de sus ropas para arrastrarla de nueva cuenta a la cóncava oscuridad. Se dejó caer enterrando sus manos en la blanda tierra. Cerrando sus deditos en las raíces del brillante césped. Necesitaba aferrarse a algo.
-¿Qué te pasa? ¿Estás bien? -dijo preocupada la ardilla dando vueltas alrededor de la niña.
-Estaré... mejor si nos vamos de aquí -contestó ella.
-¿Y a dónde vas? -preguntó el animalito moviendo la cola. Al mismo tiempo tomó de la mano a Paullet ayudando a levantarla.
-Busco... -balbuceó Paullet apartando la mirada de la caverna, llevándola al rostro de la ardilla al ponerse de pie-, a los duendes de los calcetines.
-¡Ho... ho! -exclamó la ardilla.
-¿Que sucede?
-Viven del otro lado. Atravesando la caverna hasta llegar a la floresta de los alcatraces.


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