jueves, 2 de septiembre de 2010

CECIL

Zack despertaba de un sueño dentro de un sueño. Abría los ojos perezosamente. Su madre, sentada en la cama le decía:-ya, tranquilo, tuviste un mal sueño-, mientras arremolinaba su cabello con la mano:-¿Quieres un poco de sopa?

La madre se levantaba y salía del cuarto. Sabia que era su madre a pesar de que no podía verle el rostro, en su lugar había un mancha difusa de colores. Como uno de esos rostros censurados en los videos porno caseros que pululan en Internet. Sacudió la cabeza y se reprimió por asociar a su madre con pornografía.

Entonces escuchó un “mrrrrr”. Esa era Michelle restregándose en su pierna. “¿Qué hace Michelle aquí?”, se preguntó. Apenas se daba cuenta que estaba en la casa del lago, como él le decía al lugar donde vivió tres años con la mujer que le arrancó el corazón y lo puso en una maldita licuadora. En realidad la casa no estaba en ningún lago. Era una fuente con forma de lago en un parque. Tampoco era así que digamos una casa… era un modesto departamento, mucho más amplio y acogedor que la cuartearía donde vivía ahora. “Un momento”, se dijo, “¿qué hace mi madre aquí?”. En eso se abrió la puerta de la cocina y entró ella. Ya no era su madre. El cuerpo y la voz habían cambiado totalmente. Era ella… ¡ella…!, la mala mujer, la innombrable, la devora anhelos y caga ilusiones, con una bandeja llena de comida en las manos y la misma mancha difusa de película porno en la cara.
Zack se estremeció aterrado, se acurrucó en una esquina de la cama contra la pared cubriéndose el cuerpo con la sabana en una postura infantil. “!No!”, se gritó así mismo, “¿qué hago yo aquí?”.

-Siempre me han gustado mucho los gatos-, dijo ella acariciando a Michelle.

-¡No!-, estalló Zack con furia. -¡No te llevarás a Michelle!- berreó levantándose. ¡Aléjate de ella, tu… maldita perra!- gritó arrojándole una silla, sin percatarse que en ningún momento había cogido una silla.

El mueble giró en el aire en cámara lenta. De cierto modo Zack podía verse así mismo berreando sobre la cama, con los músculos tensos y la cara llena de odio, vestido con esa pijama azul de ositos que le regaló su madre. Veía la silla girar en cámara lenta, y al cuarto desde distintos ángulos. Incluso podía ver el librero de su padre del otro lado del muro.

La silla continuó girando sin avanzar, más bien el mundo comenzó a girar hacia la silla, como si fuera un agujero negro que lo consumía todo, y crecía. En un instante al agujero le brotaron ojos, y un cuerpo de fuego y oscuridad.

-¡Tú!- exclamó.

Azrael lo miró sin hablar, pero Zack sintió las palabras en su cabeza:-Esto es un lección. Lo roto debe ser reparado, y las deudas saldadas-. ¿Que había sido eso?, ¿un sueño, un recuerdo de un sueño... una premonición? Entonces el mundo estalló por completo. El fuego lo envolvió arrojándolo a la oscuridad. Y ahí permaneció sudando, en estupor por horas, quizá días, hasta que vio una luz.

Primero era sólo una luz, después era una mancha difusa de colores, como las que les ponen en las caras a los de las películas porno. Después los colores comenzaron a definirse: había azul, blanco, verde… negro… sombras. Poco a poco los colores tomaron la forma de una cara femenina. Era un rostro azul de ojos verdes, con un gran cuerno como lanza en su frente. Sus orejas eran puntiagudas de borde filoso, y su cabello rojizo (lo que parecía su cabello) se ondulaba como un agujero de serpientes apareándose:-¿Quieres un poco de sopa?-, le dijo la criatura.

Zack gritó espantado. Pronto cayó en cuenta que estaba en un sillón dentro de una cabaña muy particular:-¡fock, fock, fock!-, comenzó a gemir.-¡No estoy soñando!

-No, no lo estás-, le dijo la criatura sonriendo. “Al menos no le salió una lengua bífida”, pensó Zack y expulsó un ultimo “fock” en un suspiro.

-Dormiste como una semana, has de tener hambre-, dijo ella acercándole un tazón con sopa caliente.     
–Por cierto, me llamo Cecil-, dijo sonriendo.

Detrás de Cecil, Zefiro tejía una jaula para aves.

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