sábado, 28 de agosto de 2010

Aryu-Guom


Le decían Aryu-Guom, que en satánico antiguo quiere decir “maestro de las arenas”. Se decía entre los nómadas que era el padre de todas las lombrices del desierto. Le atribuían milagrosas cualidades curativas a las escamas muertas de su piel. Si te faltaba una extremidad, envolvías el muñón en una escama y brotaba el miembro faltante. Si padecías una enfermedad mortal, un bocado bastaba para recobrar la salud. Y aquel que probara su carne, seria inmortal como el mismo Aryu-Guom.

Para los diablos de las grandes ciudades sólo era un mito. Para los estudiosos de las grandes bibliotecas infernales, el mito se remontaba al origen de las caserías de lombrices en el desierto. Desde luego no había evidencias, o pruebas, ni vestigios de la existencia de tal Aryu-Guom. Tampoco había testigos. Entre los nómadas era común que se dijera que el abuelo de alguien, o un gran sabio, muerto hace tiempo, lo había visto. Y desde luego, no se sabia de nadie que hubiese probado su carne.

Ulrok solía contar que la tribu del norte estuvo cerca de atraparlo. Era gigantesco, tan largo que llegaba al horizonte mismo. La tribu lo había estado hostigando durante meses por toda la región impidiendo que se escondiera bajo las arenas. Desesperado el gigante se levantó cual largo él, y se quemó el lomo con las esferas de fuego celestiales. Desde entonces lleva una cicatriz negra. Le recuerda lo cerca que estuvo de ser capturada. Desde entonces es raro que se muestre en la superficie, y desde entonces odia a los diablos.

El viejo había oído esa historia en un mercado. Así que no tenía idea de cómo pudo escapar la criatura o de cómo estuvieron tan cerca de atraparla. Pero de ese modo la había contado a su clan, y de ese modo la había aprendido Turok, que se tallaba los ojos sin dar crédito. Entre las lombrices gigantes había una que las doblaba en altura, no podía decir que tocaba el cielo, pero sin duda tenia una cicatriz negra sobre el lomo. Las otras se apartaban temerosas del camino que tomaba para matar.

Había amanecido completamente. Dentro de los muros de Belial sonaron cien trompetas. Las puertas estaban a punto de abrirse y quienes aun sobrevivían sintieron esperanza.

Conejo, salpicado de sangre y entrañas de gusano, buscó a Zack con la mirada. No estaba donde lo había dejado. Ese estupido. Sintió un golpe en las costillas y un ruido retumbo en su cerebro. Cayó de lado sobre un camello que se desangraba. Se había distraído y por eso ahora un maldita tenia de tierra intentaba tragarselo. Del golpe, había perdido el aliento, en cambio se aferraba a la espada.

El gusano le sonreía mientras avanzaba. Si tuviera ojos hubiera jurado que lo miraba complacido, deleitándose. Conejo intentó pararse. Mala idea, una punzada en el torso lo devolvió al suelo. Las costillas estaban rotas. Tenía la boca llena de arena y sus cuernos astillados. La bestia se detuvo a medio metro de la cara del diablo y bufó. Apestaba a las cloacas del Hades.

El camello aun respiraba agonizante con un gran hueco en el estomago. Lo habían mordido, y abandonado. Los camellos en el infierno son muy similares a los del Edén, poseen una joroba, un pelaje café, blanco o negro, son rumiantes, tienen pezuñas y sus intestinos hieden, pero su sangre es extremadamente venenosa. Una particularidad que les permite coexistir con toda clase de peligros en el infierno.

El gusano emitió un rugido sordo. Fue más como una fétida emisión de aire caliente. Se detuvo un segundo para respirar antes de tomar la cabeza del demonio con las espadas que llevaba por dientes. Sobreponiéndose al dolor Conejo se empujó así mismo dentro de la herida del ungulado cuando el moustro se lanzó sobre ellos.

La lombriz clavó y desgarró al animal que gimió de dolor y se extinguió definitivamente. ¿A dónde van los seres del infierno cuando mueren? La tenia se retiró envenenada, tratando de escupir lo que se acababa de tragar. Conejo brincó sobre ella y rebanó su blanda piel. La criatura se retorció en un estertor mortal y se derrumbó. Conejo lo hizo a su lado.

La puertas de Belial comenzaban a abrirse. La muchedumbre comenzó a entrar aplastando a los heridos, y a los que iban cayendo. Zack se hallaba inconciente a pocos metros, pero Zefiro lo resguardaba. Conejo, a su vez, en el mismo estado estaba a 30 metros de la puerta oriental, sin nadie que velara por su seguridad. Tuvo la suerte de que Turok que cabalgaba sobre su triceratops lo viera tendido. Ordenó a uno de su soldados resguardarlo, tenía el mismo pensamiento que tuviera su padre sobre Conejo Blanco, y la misma duda, pero no dejaría pasar la oportunidad. Si ese diablo pertenecía a la familia que pensaban... había dinero de por medio: mucho dinero.

Turok no se detenía por nada, ni nadie. Su bestia arremetía contra los refugiados que huyendo de Aryu-Guom buscaban cobijo tras los muros. Corneaba a quien le estorbara y pisoteaba sin miramientos. Él mismo daba golpes con su hacha-martillo a todo lo que alcanzara. Despejaba sus flancos, pero también le gustaba salpicarse con sangre.

Consiguió entrar a la ciudad con un puñado de sus hombres. Dio instrucciones a uno que se adentró a galope con Conejo en el lomo de su montura. Turok tomó a un guardia por el cuello y amenazante preguntó como subir a lo alto de la muralla. Se negó a hablar pero una cuadrilla de piqueros bajaba apresurada por la escalera del muro. Lo arrojó sobre unos jarrones con agua y se encaminó, seguido por sus soldados.

Los piqueros le pasaron por un lado. La cuadrilla había sido formada de emergencia en cuanto se supo la amenaza. Belial nunca había dejado sus puertas cerradas y era una ciudad de paz y seguridad. Los senescales pretendían continuar con ese régimen. Los piqueros eran diablos de los más altos del reino. Su estatura era 12 metros promedio, y eran tan corpulentos como feroces. Marchaban pisando a las lombrices pequeñas, y sus afiladas picas de 15 metros, eran mortales y efectivas contra los gusanos gigantes, pero no por ello era fácil asesinarlas.

Turok no medía más de dos metros, pero tenía coraje y ahora estaba obsesionado con matar a Aryu-Guom. Con sus demonios llegó al tope de la muralla, a 50 metros de alto. Poseía una vista magnifica del desierto. Al este podía verse la enorme luna fantasma. Un gran planeta rojo en Edén conocido como Marte. Al Oeste casi en el horizonte se veía el comienzo de un valle, por el cual cruza el Estigiá; al norte la gran ciudad de Belial tras sus murallas concéntricas; al sur las grandes zonas agrícolas hasta topar con el muro interior. Pero debajo de ellos mismos, apreciaba los cadáveres incontables, cuerpos aplastados y mutilados sobre los que los piqueros combatían a las lombrices. Daba la impresión que se formaban en circulo protegiendo a Aryu-Guom, que siendo casi del doble de estas podía atacar por sobre ellas arrancando cabezas.

Turok, esperó prudente pero ansioso a que Aryu-Guom estuviera lo más ceca posible del muro. Ordenó a su gente no interferir. Esgrimió su enorme hacha-martillo. Espoleó a su bestia que tomó impulso y se dejó ir sobre el gusano con los cuernos, como un ariete en caída libre. Atravesó la cabeza de Aryu-Guom que gimió y se sacudió. Los cuernos perforaron la escamosa piel. Turok cayó en el gigante y se aferró a las escamas mientras su montura caía al vacío. El triceratops dio un golpe seco en el muro y falleció. Cogiendo las heridas de la lombriz rey, Turok levantó su plateada arma al cielo infernal que se reflejó en ella como un destello incandescente, berreó furioso y la dejó caer hundiéndola en la carne de su presa.

Aryu-Guom gritó de terror. Recordó la vez en que estuvo a punto de ser capturada, y se apresuró de regreso al fondo de la tierra. Los piqueros quedaron sordos, los refugiado tras los muros quedaron atónitos, como si hubiesen escuchado una de las almas torturadas en los calabozos del Tártaro, y toda la ciudad de Belial enmudeció. El resto de los gusanos huyeron tras su reina. Pronto sólo quedó una nube verde de arena fétida con sabor a sangre, y un valle de cadáveres que horrorizó a los viajeros durante semanas, y atrajo a toda suerte de carroñeros.

No se volvió a saber de Aryu-Guom en miles de años, los mismos años que los nómadas del desierto cantaron los poemas de Turok, el domador de Aryu-Guom.

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