viernes, 3 de septiembre de 2010

ALADRIEL


Aladriel era un ángel de largo cabello claro como miel, y ojos como castañas. Su piel era sonrosada, poseía unos diminutos cuernos en la frente, apenas visibles, lo suficientemente puntiagudos como para hacer un rasguño. Sus alas eran doradas y su rostro hermoso.

Fue uno de los primeros ángeles nacidos en el infierno, el cual había recorrido por todo lo ancho en su milenaria vida, pero nunca había ido más allá del Estigia. Jamás había pisado el Edén o el Empíreo. Se preguntaba como sería. ¿Sería como en los relatos?, ¿o más hermoso? Y las criaturas que ahí habitaban… ¿Cómo serían?, ¿Cómo se vería un humano vivo?

Había visto, y diseccionado, a todas las criaturas del infierno. Todas salvo una. La razón: no era fácil dar con un djinn.

-¡Así que esto en un djinn!- exclamó cuando Mabarok dejó caer un bulto de carne sobre el piso de una fría celda.

Se encontraban en la torre este. Una celda en lo alto de la montaña de acceso secreto.

-Un djiin…- siseó su amo, el regente de Belial. – ¿Esta vivo?- preguntó.

Mabarok se inclinó para liberar la cabeza de Conejo Blanco de una capucha. –Di algo, bestia- le ordenó.

-¿Dónde está el estupido chico…?-, balbuceó Conejo. Su piel se veía azul.

-El senescal estará muy complacido-, continuó el regente inspeccionando a Conejo. Le picó las costillas con su bastón. Conejo apenas gimió, se encontraba en el punto intermedio entre el mundo de las sensaciones físicas y el del adormecimiento de las drogas. Mabarok lo había sedado todos los días para que no escapara.

El regente era un ángel de cuernos oscuros y largos. Brotaban de su frente y subían al cielo. Su cabello era de un dorado opaco, como el oro sucio. Era de tez blanca, ojos miel, pálidos labios, de rostro fino y arrugado. Era extremadamente esbelto y ostentoso. Llevaba grandes joyas por anillos en sus manos secas y blancas. Sus alas apenas eran un par de muñones dorados, y se encorvaba para caminar apoyado en un bastón:-En Belial somos justos-, le dijo a Mabarok que miraba temeroso al ángel. -Ve con Aladriel para que te pague lo acordado-. Aladriel asintió con la mirada y salió, Mabarok intimidado, únicamente alcanzó a hacer una reverencia antes de salir tras él.

La estancia fuera de la celda estaba iluminada por una pequeña antorcha, y el cielo nocturno provisto por esas esferas flamígeras. Se apreciaban por una gran ventana con una pequeña gárgola en el borde.

-El regente ha sido generoso contigo-,  dijo  Aladriel al diablo poniendo un montón de gemas preciosas en un saco. Las cogía con las manos de un cajón como si fueran caramelos verdes, rojos y anaranjados. Mabarok las miraba engolosinado.

El ángel llenó tres bultitos, los cerró amarrándolos con un cordel y los escondió entre su ropa.-Bueno, puedes retirarte-, le dijo al demonio.

-Pe… pe… pero y mi dinero-, balbuceó Mabarok.
-Es todo, puedes retirarte-, dijo el noble con una sonrisa.

Mabarok era mas alto y fornido que el ángel, tenía dos grandes cuernos y un pelaje marrón y tosco. Su rostro era similar al de una res. En si, parecía un búfalo y como tal bufó azotando con rabia la mesa que se partió sobre si misma.

-¡Págame!-, amenazó al patricio. Éste sin dejar de sonreír comenzó a brillar. Sus ojos se abrieron desencajándose. Su largo cabello comenzó a ondular en el aire. Sus pies se levantaron del suelo apenas un par de centímetros y flotando se dirigió hacia él. -¡Belial, está gobernado por ángeles!, ¡ángeles!, ¡nosotros fuimos hechos de luz!, ¡¿Tú de que estás hecho cosa abominable?!-, gritó con desprecio tocando con su dedo el pecho del diablo, y se hundió en la carne como el hierro candente lo hace en la grasa.

Mabarok bufó de dolor, y se echó para atrás hacia la ventana; aferrándose de la gárgola evitó la ciada. Aladriel se detuvo. Dejó de brillar recuperando la compostura. -Tienes suerte de que se te permita conservar tu vida. Esa es tu paga, ahora lárgate-. Así lo hizo Mabarok. Salió por una modesta puerta de madera resguardada por encapuchados vestidos de rojo. –Asegúrense que salga de la ciudad-, les ordenó el ángel, y de un golpe cerró la puerta. Respiró relajándose, y volvió a la celda.

-No le pagaste- le espetó el regente en cuanto Aladriel puso un pie dentro. Aladriel se limitó a sonreír agachándose a ver al djinn. –Un día nos meterás en problemas… sobrino- agregó meneando la cabeza.

-Aquí está tu parte tío-, dijo Aladriel dándole uno de los sacos. -¿Cuánto daría el senescal por uno de estos ejemplares? - preguntó.

-Lo mismo que le robaste-, respondió el tío.
-¡Ho no, tío!, yo no haría nada tan estupido. El pagó por su bestia. Le robé a la escoria de las arenas.

El regente sonrió.

-¿Cuánto me cobraría por dejarme diseccionarlo?- inquirió Aladriel abriendo la boca de Conejo con unas pinzas.

-Más de lo que puedes robarle a un nómada-, contestó el tío. –Esta criatura será enviada al Hades.

-¡¿Hades?!- preguntó Aladriel con sorpresa.
-Sabes que el senescal quiere convertirse en uno de los ocho duques infernales. Como el amo Belial nunca volvió, desea ocupar su lugar y para ello debe congraciarse con el príncipe del Hades.

-Pero… pero… - balbuceó Aladriel, - ¿porqué es tan valiosa esta criatura del infierno?

El tío volvió a sonreír, pero ahora para si mismo. “No puedo creer que sea tan estupido”, pensó, “para él todo se reduce en abrir lombrices del desierto y sacarles las viseras”.

-La razón por la que no encontraste un djinn en tus viajes- dijo el regente dándole la espalda, - es porque no son seres demoníacos. Son como tú… ángeles nacidos fuera del cielo. Pero a diferencia tuya, ellos pueden ir y venir de la tierra al infierno a su antojo. En ello radica su importancia… Si…- siseó el ángel encorvado. –Estos especimenes son muy valiosos muertos, pero lo son más si están vivos-. Reflexionó un segundo apoyando su quijada en el báculo. –Éste apenas está vivo- dijo. – Asegúrate que sobreviva-, le ordenó y salió de la celda.

Aladriel se quedó sentado junto a Conejo. “Ese viejo tonto”, se dijo así mismo. “Cree que no sé nada. Como si no supiera quien es el padre de esta cosa…”.

-Vamos, vamos amiguito – canturreó quitando la camisa hecha gironés del pecho de Conejo. –Yo sólo quiero saber si es verdad lo que dicen de ti. Sólo quiero ver si estás hecho de fuego-, dijo, y sacó un escalpelo. 


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