domingo, 1 de agosto de 2010

ULROK

Sonó una trompeta en la torre, aquellos que esperaban poder resguardarse dentro de la muralla comenzaron a murmurar temerosos. Alguien perdió el control y se apresuró a entrar brincando a los demás. Eso provocó una estampida. Todos empujaban a quien les estorbase. Te hacían a un lado con violencia, te aventaban hacia el frente. Caer significaba morir bajo los pies de una muchedumbre enloquecida de terror.

Los guardias desde la muralla sólo miraban. Para ellos era un espectáculo que se veía todas las noches. Conejo Blanco apartó a Zack de la chusma. Estaban a escasos 100 metros de la entrada.

-En éste momento-, dijo,-hay mas chance de sobrevivir fuera que intentando entrar.

Alguien dio una orden en la muralla, y los gigantes sin ojos simplemente soltaron las cadenas dejando caer las puertas. Decenas murieron en el umbral aplastados bajo el peso metálico. Familias quedaron separadas, y aquellos que estaban a pocos metros de las puertas, quedaron sin aliento… en silencio.

Las ultimas bolas de fuego se extinguieron en breves explosiones azules. Zack miró al cielo, y por un segundo pensó que había quedado ciego. En el infierno no hay estrellas, ni luna, sólo una oscuridad tan profunda como el alma de quienes lo gobiernan.

Entonces en la negrura absoluta se encendió una flama. A Zack le pareció un espíritu de fuego flotando en el cielo. Uno como el que lo había transportado a ese lugar.

-¿Qué está pasando?- le preguntó a Conejo.
-Espera-. Conejo había vivido esto cientos de veces antes, a fin de cuentas esa era su labor, introducir viajeros dentro de Belial.

Pronto se encendió otra flama unos metros más lejos. Luego… otra más, y así se encendieron las almenas a lo largo de toda la muralla. La luz rompió el silencio. Se comenzaron a escuchar murmullos entre las caravanas y en breve fueron apareciendo fogatas a lo ancho de un campamento improvisado.

-Pasaremos las noche-, dijo Conejo –hay que acercarse a una fogata. El fuego aleja a la mayoría de los depredadores.

-¿A la mayoría…? ¿A quienes no?
-A las lombrices. Es raro verlas cerca de la ciudad pero anoche escuché que se han visto algunas a unos kilómetros de aquí. Ruega por que no pase nada.

-Pero…pero…-, titubeó Zack, -¿qué pasará si atacan?
-Muchos moriremos,- dijo Conejo con tranquilidad mientras caminaban hacia la fogata más cercana.

Lo que en verdad infundía temor en Zack no era la idea las lombrices del desierto. A fin de cuentas nunca había visto ninguna y no entendía como podrían ser un peligro, lo que lo asustaba era la calma con la que Conejo decía las cosas frente a la crueldad y muerte que acababan de presenciar.

-Pero… los guardias en al muralla… ¿no harán nada?
-No.
-¿Por qué?
-Porque no es su problema. Disculpe, ¿Podemos compartir su fogata?- le dijo a un anciano por pura cortesía pues ya se estaba acomodando frente a ella. El viejo sólo pudo asentir con la cabeza.

 Una larga y lacia barba blanca cubría casi todo su rostro, su cabello, también blanco le llegaba hasta los hombros. Estaba encuclillado, cubriéndose del frío con un sarape. Unos largos cuernos brotaban de su frente retorciéndose en la punta. Zack creyó que era una cabra.

-No hay razón para pensar que las lombrices pueden atacarnos-, le dijo Conejo, -viven persiguiendo a los nómadas del desierto.

-¿He…? ¿Y eso por que?-exclamó él.
-Se los comen.
-¿Y los nómadas que hacen?-, inquirió Zack.
-Se las comen a ellas. Atrapando a una de esas cosas tienen comida para varios meses… Imagínate el tamaño. Pero no hay que preocuparse demasiado. No debe haber por aquí a menos…-, Conejo hizo una pausa.

-A menos que hayan seguido a unos nómadas hasta aquí-, se adelantó a decir el anciano.

Conejo volteó espantado a ver al viejo, lo cual aterrorizó a Zack.

-¿Qué… que… que… nómadas?-, balbuceó Zack.

-Nosotros somos nómadas-, dijo el viejo bajando la cabeza. -Mi nombre es Ulrok-, continuó. – Traje a mi familia a la ciudad, creí que podríamos entrar antes del anochecer, y por mi culpa… ahora todos vamos a morir.

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