Turok, hijo de Ulrok, era fuerte, voluntarioso y valiente. Desafió a su padre cuando éste decidió llevar a su familia tras los muros de Belial. “Cobarde”, le dijo, “decrepito”, le llamó y dividió al clan.
Ulrok con mucha pena en su corazón guió a quienes le siguieron hasta los muros. Aquellos que se quedaron con Turok, a su vez decidieron desafiar a las lombrices del desierto.
Ulrok se los advirtió. En los cientos de años que tenía con vida, nunca vio que esos inmensos gusanos de tierra atacaran en manada. No del modo en que atacaron la tribu nómada del este. Lo había presenciado todo escondido en un jarrón.
Los hermanos de su madre pertenecían a esa tribu. Los visitaba una vez cada 50 años, cuando las tribus del este y el oeste seguían a las lombrices en su época de apareamiento a un punto cercano al centro del desierto. Era común que atacaran en grupo, por defensa o en franca casería. Pero Ulrok nunca vio que atacaran de aquella forma. Esa tarde mataron con inteligencia. Secretamente rodearon el campamento mientras otras saltaban de bajo de la tierra sobre las personas.
Cuando las lombrices eran atacadas, huían a menos que se sintieran acorraladas. Cuando casaban, se retiraban saciado su apetito. Esa tarde mataron sin huir, mataron sin comer, mataron para exterminar… mataron por odio.
Ulrok sobrevivió escondido. Era viejo como para pelear, pero no tanto como para morir. Cuando contó las cosas en la aldea los jóvenes lo desestimaron burlonamente, sobre todo su hijo Turok quien dijo que eran ideas de ansíanos. Que el valor había abandonado su decrepito cuerpo. “Tienes unos cuernos muy pesados como para luchar”, le dijo.
Según Turok, la tribu del este había sido exterminada porque “eran unos ineptos cobardes. Hasta el anciano de mi padre pudo sobrevivir. Nosotros podemos acabarlas”. Eso dijo Turok, y los jóvenes fuertes, los altivos, los arrogantes se quedaron con él, mientras Ulrok se iba con los ojos cerrados. Lloraba la estupidez de su hijo.
Llevó a su pueblo hasta los muros de Belial. Marcharon pesadamente a través del desierto. Sus exploradores vieron lombrices a unos cientos de kilómetros tras ellos. Apuraron el paso con la esperanza de llegar antes del anochecer. No fue así.
Quedaron fuera de los muros, apenas unos 150 metros antes de las puertas de metal. Ahí conoció a Conejo Blanco y a Zack.
Conejo Blanco era un demonio como él, pero no era del desierto. Ulrok era viejo, había conocido muchos tipos de demonios, pero nunca uno como Conejo. No parecía de los pantanos, o de las llanuras, ni de los grandes lagos… Se jugaba la barba mientras lo observaba. “Quiza”, se decía, “pertenece a la fami… ¡no, no, no!, imposible”, y meneaba la cabeza.
Por el otro lado estaba Zack. ¿Qué rayos era Zack? Parecía un ángel sin alas, sin fuego en los ojos, sin cuatro cabezas, ¿Qué tipo de ángel era Zack? “Bueno, los ángeles en el infierno son señores y gobernantes, no se mezclan con los refugiados”, se decía, “no puede ser un ángel”.
Pero si no es un ángel, ¿qué es?, ¿Podría ser humano?. Los humanos en el infierno deambulan como zombies por las regiones inhóspitas, sin alma, sin vida, son criaturas terribles y terroríficas que despiden una peste nauseabunda.
Si Zack era una cosa entre ángel o humano era difícil de saber, pero en lo que Ulrok no tenía la menor duda es en que Zack era cobarde.
-Estamos muertos… Estamos muertos… Estamos muertos…-, repetía Zack acuclillado, temblando más de frío que de miedo.
-¿Qué le sucede a tu amigo?-, preguntó Ulrok a Conejo.
-Me parece que no había visto a la muerte tan cerca.
Conejo tenía tanto miedo como Zack. Pero su miedo era real, él si había presenciado a las lombrices de tierra engullir a clanes enteros. El miedo de Zack era mas bien infundado, paranoia si se quiere ver de ese modo. Zack era un genio analítico. Antes de hacer cualquier movimiento estudiaba los actores, los factores, las circunstancias y analizaba los posibles desenlaces. Pero en éste caso no podía hacerlo, porque no conocía nada. Y aunque quería creer que estaba soñando, estaba convencido de que no era así. Zack temía lo que no podía calcular, cuantificar, calificar… Dicho en una palabra: controlar.
-Cálmate… cobarde-, le dijo Conejo de modo enérgico en el oído. – No entiendo porque te mandaron a ti.
Eso asustó más a Zack. No se había puesto a pensar la razón de su estancia en el infierno. Hasta ese momento sólo había dado por sentada una realidad que creía que era un sueño, dejándose arrastrar por ella.
-La noche ya casi se extingue… - balbuceó Ulrok –podemos serenarnos un poco. Es un milagro…- exclamó al final dejando escapar un ahogado suspiro.
La noche había pasado fría y en silencio. Aquellos que esperaban la apertura de las puertas se mantenían callados. Algunos dormían, la mayoría no. Los más confiados murmuraban concientes de los peligros de la noche, los demás sólo mantenían los ojos abiertos y los oídos atentos. Algunos por la emoción de llegar a la ciudad, otros por el terror que infundían los lejanos pero agudos lamentos de los muertos.
Zack y Conejo se miraron. Conejo cogió arena del desierto y dejó que se escabullera entre sus dedos. –No estaremos seguros hasta estar dentro.
Entonces sintieron un ligero temblor en la tierra.
-¡¿Qué es eso?!-, gritó Zack pegando un brinco.
-No lo sé-, dijo Conejo poniéndose de pie.
Ulrok también se levantó junto a quienes lo acompañaban. Y hubo un silencio total.
Zack, temblando, dio unos pasos a la oscuridad, y escuchó un rugido apagado, sordo, junto a una respiración agitada. “Es de un animal grande”, pensó y se acobardó. Comenzó a retroceder a la vez que unos ojos rojos aparecieron en la penumbra, seguidos de unos cuernos.
Regresó corriendo al circulo de luz dentro de las fogatas con el resto. Pronto vieron a bestias cornudas aparecer frente a ellos, como los triceratops prehistóricos. En ellos montaban Turok y sus diablos.
-¡Hijo!-,exclamó el anciano, -¿Qué haces aquí?
-Decrepito,-dijo Turok desmontando. –Temíamos por ustedes. Los exploradores dijeron que las lombrices se movían detrás de tus caravanas… pero las hemos pasado. Seguro regresaron al hoyo de apareamiento. ¿Lo ves viejo?, todo eran ideas tuyas.
En aquel momento las pupilas de Ulrok se dilataron temblorosas. Lo supo de inmediato, su experiencia no era en vano. Sus manos con pesuñas se tensaron y con un temblor en la voz dijo: -No… hi… hijo… Es una trampa.
Entonces el suelo comenzó a moverse y a quebrarse. Se sentía como un gran terremoto, como si la tierra reventara desde dentro, y en el centro del campamento, como si de un volcán se tratase apareció una gran columna de muerte.
Las advertencias de Ulrok habían sido en vano.
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