sábado, 14 de agosto de 2010

Zefiro

Después, los guardias medirían la desesperación de la muchedumbre por las marcas de uñas en las puertas de Belial. Los viajeros se aglutinaban aterrados, gritando, reprochando, suplicando… llorando, y muriendo. Se aplastaban unos a otros ante la mirada indiferente de los vigías en las torres.

Conejo tomó a Zack y lo arrojó a la tierra bajo la sombra de una de ellas.

-Mantente junto a la muralla. No separes tu cuerpo del suelo-, dijo mientras en el cielo débiles flamas azules comenzaban a titilar. –No impedirá que te coman pero si que te aplasten- apuntó y se lanzó sobre una lombriz..

Zack las miraba con espanto, pero no dejaba de mirarlas. En la penumbra apenas podía distinguirlas. ¿Cuánto podían medir esas cosas?. Zack, que como ya habíamos dicho era malo calculando cosas, estimaba que las pequeñas, esas rápidas que se movían cercenando piernas, alcanzarían cinco metros de largo y un metro o metro y medio de ancho. Las otras alcanzarían los 20 metros “de alto”, se decía sin saber que esos metros apenas eran la punta del iceberg. Manteniendo el resto del cuerpo enterrado podían sostenerse erguidas, destruyendo tiendas y atacando a los pesados animales de carga. A Zack le parecieron tan gruesas “que ni 50 hombres podrían rodearlas”.

Fuera del tamaño y su instinto asesino tenían la misma textura y forma que las insignificantes lombrices de la tierra, salvo que a estas se les veían los dientes. Tres hileras de largos dientes afilados como cuchillos llenos de sangre y viseras.

Quines no rogaban en las puertas, trataban de escapar alejándose de la muralla. Se adentraban en la oscuridad donde eran fácil presa para las lombrices mas pequeñas. Aquel que las burlaba alejándose de la carnicería, terminaba en las manos de los coyotes o de las almas de los muertos.

Sólo unos cuantos podían dar combate: algunos bandoleros, antiguos guerreros o mercaderes que se armaban contra los cuatreros del desierto. Pero pocos eran los que tardaban en morir. Conejo había tomado un sable de la mano amputada de alguno de ellos, y rebanaba indistintamente todo lo que se arrastrara o mordiera.

Los triceratops de Turok embestían a las lombrices gigantes. Tenían que cornear de tres o cuatro al mismo tiempo para obligarlas a retirarse bajo tierra. No morirían por las heridas pero las más malheridas terminarían siendo devoradas por sus congeneres.

Turok arrojaba afiladas lanzas con un cañón a las criaturas. En ellas iban atadas cadenas de acero forjadas en el infierno. Los proyectiles atravesaban cerrando la boca del animal que retorciéndose de dolor intentaba volver a su agujero. Entonces lanzaba otra flecha con el extremo de la cadena a otra de las bestias. Entraba en la carne y se expandía impidiendo que se liberara. La primera lombriz arrastraba a la segunda, y ésta se retorcía jalando a la primera. Era el modo en que los nómadas las cazaban; atascadas en su forcejeo, podían acercarse a matarlas sin grandes riesgos, y sin dañar la piel mas de lo necesario, con ella confeccionaban tiendas y ropa. En éste caso no tenían tiempo de delicadezas.

Ulrok daba vueltas desconcertado entre los combatientes. Sostenía un bastón con el que pretendía defenderse. Zack alcanzó a verlo entre el polvo y la sangre salpicada. Las bolas ígneas en el cielo comenzaron a arder con más intensidad iluminando el campo de muerte. Miró una lombriz arrastrase desde la muralla en dirección a Ulrok. El diablo estaba de espaldas tratando de pegarle a algo con su vara. Zack se levantó de golpe y corrió hacía el anciano: -!Ulrok, no!-, gritó tratando de advertirle. El viejo, lo escuchó, pero sólo tuvo tiempo de girar la cabeza antes de que una lombriz de 500 kilos le cayera encima.

El animal se desprendió del suelo impulsando su invertebrado cuerpo sólo con la fuerza de su cola. Abrió la boca… Zack se quedó parado mirando el espectáculo, entonces su mente empezó a moverse sin su permiso. Se vio ahí solo, sin armas y sin una idea de cómo combatir mientras una de esas cosas se dirigía hacia su pierna derecha. Dio un brinco enorme hacia su izquierda sin pensarlo. Después estimaría que se elevó como tres metros, algo humanamente imposible. La bestia apenas pudo rosar su zapato con la piel.

Zack aterrizó sobre una carreta.

-Quítate. Haras que nos maten,- le dijo una voz escondida entre la paja. Vio un ojo azul y una mano sonrosada que lo empujaba fuera del lugar.
-¿Eres humana?
-¡Lárgate!- fue la respuesta.
-¿Quién eres?
-¡Idiota!-, le contestó la voz dando un salto inmenso mientras la lombriz persiguiendo a Zack caía sobre el vehiculo haciendo pedazos.

Zack salió volando. Fue a estrellarse contra un triceratops que había perdido a su jinete. Del golpe comenzó a sentir mareos. La lombriz no había desistido y se arrastraba babeante hacia él. Se encontraba entre eso y un moustro prehistórico de tres cuernos. Su vista se nublaba y apenas podía mantener el conocimiento, imposible huir.

En ese momento, enfrentando a las criaturas, una mujer se paró frente a él portando un arco y un carcaj. Volteo a ver a Zack cargando su arma y le dijo: -Mi nombre es Zefiro, y Varda me libre de ser humano.

En ese momento Zack perdió el conocimiento.

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