lunes, 19 de julio de 2010

Azrael

Había estado lloviendo toda la tarde, y toda la tarde había estado preocupado. Llegó a casa empapado. Michelle lo esperaba acostada en la cama, sólo alzó la cabeza cuando lo vio entrar. Dejó las bolsas de compra en la mesa y salió de nuevo. Bajó a pagarle a la casera. Tardó unos cinco minutos con ella, se disculpó por el retraso y le pagó tres meses de renta adelantada. La lógica era simple: “mejor quedarse sin dinero para dar la vuelta que sin un lugar donde dormir”.

Tenía un par de semanas en la cuartearía. Tuvo que dejar el departamento en donde vivía por lo elevado de la renta. “Además”, se decía, “es mucha casa para mi y Michelle”.

Cuando volvió al cuarto la gata tenía la cabeza metida en las bolsas. La sacó al verlo y brincó al piso. Zack sonrió y se tiró en la cama. Entonces Michelle trepó por el colchón y comenzó a restregársele en la cara. Es la forma en que los gatos dicen “hola, te extrañé”.

La tomó con ambas manos mirándola fijamente: -Has crecido demasiado- le dijo. Apenas tenía tres semanas de haberla adoptado pero ya no le cabía en la mano. Parecía un gato de tres meses.

-¿Eres una de esas especies de gatos gigantes o que pasa contigo?- preguntó a la gata que lo miraba extrañado.

-¿Tienes problemas en la pituitaria o qué?- siguió diciéndole mientras Michelle miraba a los lados buscando para donde correr.

-¡Anda, dime!- siguió Zack sacudiendo al animal.

-¿Miau?- contestó ella.

-Has de tener hambre- dijo soltando a la gata que corrió a esconderse bajo la cama. Él se levantó haciendo un esfuerzo y buscó la bolsa de croquetas entre la compra. Tenía días sin dormir. Estaba paranoico y angustiado. Había pensado en regresar al basurero a asegurarse que la anciana estuviera viva pero no era tan torpe como para volver al lugar del crimen.

Estaba seguro que apenas la golpeó con lo necesario para dejarla inconciente. Ella aun respiraba cuando se marchó, y no había sangre que le hiciera pensar en lo peor.

Su inquietud era tal que se había dado a la tarea de buscar a la vieja en la calles donde solía mendigar sin encontrarla, y su prudencia era tanta que había esperado cinco días antes de usar el dinero. Pero no tenía una coartada por si lo acusaban de “enriquecimiento ilícito”. Tenía dinero para vivir varias semanas, pero no como justificarlo. Eso de ser músico y poeta tendría que esperar; necesitaba conseguir empleo lo antes posible.

Puso croquetas en un cartoncito, y agua en una tapa. –Luego te compraré un platito- le dijo al felino. Michelle le dio un par de vueltas entre las piernas –“gracias”- y comenzó a comer.

Zack se tiró a la cama en posición fetal e intentó dormir. Estaba cansado y aunque sentía que la policía lo estaba buscando, en el fondo estaba seguro de que nada malo le pasaría. Pero era paranoico, jamás le hubiese pasado por la cabeza nada de esto si la mujer no le hubiese dicho: “has lo que viniste a hacer… ángel de la muerte”. Ángel de la muerte… “¿Por qué me llamó así?”, se preguntaba y eso lo ponía mal, lo ponía nervioso, le erizaba la piel.

Respiró profundamente y liberó un profundo suspiro. Cerró los ojos y a pesar de su inquietud, dejó que el cansancio hiciera su parte. Entonces Michelle dejó de comer, a ella también se le erizó la piel y corrió a acostarse con Zack, sacó sus garras y se puso alerta.

Todos los pueblos le han temido y reverenciado, fue quien llevó a Dios el polvo con el que hizo al hombre, es quien cosecha las vidas con una hoz. Es el portador de la Ley. Los árabes lo llamaban Azrael, el ángel de la muerte… Y estaba en la habitación.

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