jueves, 14 de julio de 2011

PEDRO


Aun me duele la espalda. Me arde como si me hubieran disparado con un lanzallamas. Es estúpido que lo diga, nunca me han atacado con uno de esos. De hecho, sólo los he visto en las películas. Sin embargo me arde la carne como si me hubieran arrancado la piel… y hace frío… y tengo hambre.

No he comido en ¿Cuánto? ¿Dos, tres días? Mi debilidad me hace imaginar. Me hace ver cosas que yo sé imposibles. Como el cielo iluminado por esas bolas de fuego. Je… me rio. Si lo digo así parece que hablo de estrellas. Pero esas no son estrellas, son llamas girando sobre sí mismas, y ese no es el cielo. Más bien parece el techo de una caverna.

Ni siquiera drogado he visto esta clase de cosas. Y sé que no son drogas porque no soy un maldito adicto. Iba a usar el dinero para recuperarme… pero ni siquiera recuerdo haber consumado el asalto.

A ver, hagamos cuentas. Fui a ver a Pedro el miércoles. Ese fue el último día que comí. Me prestó una pistola. Me sentí tan autosuficiente con ella en la mano que ni siquiera pregunté cómo se usa. Pedro se debe estar riendo de mí.

El jueves hice una visita al blanco: una ferretería en el suburbio. Como esperaba no tenía vigilancia. Conté como 12 empleados, 10 hombres y dos mujeres en el mostrador. La cosa debía ser sencilla: llegar apuntarle en la cabeza a una de ellas, pedir el dinero y correr como perseguido por el diablo.  Volví el domingo a concretar el asunto pero estaba cerrado. Que estúpido, no se me ocurrió que descansarían los domingos.

No… no, no fue domingo. No pude pasar tantos días sin comer. Habrá sido al siguiente día. Como sea. Volví un día después con una malla en el rostro, entré como si nada y apunté en la cara de la cajera. Gritó y comenzó a llorar. Un tipo… un cliente quiso hacerse el héroe.

-Chico –me dijo-, más vale que bajes el arma y te largues.
-¡Cállate o te lleno la cara de balas puto! –le grité apuntándolo.
-Hijo… -respondió con una pasividad que me asustó-, para eso primero tienes que quitarle el seguro al arma.

Pedro se debe estar riendo mucho de mí.

En ese momento no supe qué hacer y los tipos del lugar se me echaron encima con llaves, palos y otros objetos metálicos. Lo siguiente es la única parte que salió según el plan: corrí como perseguido por el diablo.

Corrí hacía el centro. La intención era llegar a la torre Casino y perderme entre los vendedores. No sé de donde salieron los policías. Me metí en el primer edificio que pude. Corrí hasta el techo. Subí escaleras como si se me fuera la vida en ello. Que estúpido, me acorralé solito.

Por un momento me sentí aliviado. No sé qué pensaba, qué dirían: ¡ah que hueva subir, ya déjalo!

Llegaron jadeando tras de mí. Jadeando, pero llegaron. Aquí la cosa se pone difícil. No estoy seguro de lo que pasó. Recuerdo que el puto policía me disparo. Pero no me dio… ¿O sí?

Sentí un golpe en el hombro… cómo si me reventaran la articulación. ¡El maldito me dio en el hombro! Pero… no tengo nada. Ni un hoyo en la camisa.

¿Me caí o me tiraron? Creo que el disparo me hizo perder el equilibrio.

Esto si lo recuerdo claramente. Me empezó a doler la espalda. Algo dentro de mí empujaba por salir, como si me fueran a salir un par de aliens de los omoplatos. Sentí como reventaba mi espalda y la sangre salpicando el piso. Me detuve en el aire, y un tornado de fuego me envolvió en ese momento.

Y luego… aparecí aquí en este maldito intento de País de las Maravillas trepado en esta roca del tamaño de una colina.

-¡Hey tú! ¡El chaparrito no muy alto! –me grita una voz.
-¿He? ¿Qué chinga…?
-¡Aquí abajo! –dice la voz. Me asomo. Un hombre con cola me hace señas con las manos…. ¿con cola?
-¡Bienvenido al infierno!

Oh… mierda…

Pedro se debe estar riendo mucho, mucho de mí.


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