Aun me duele la espalda. Me arde como si me hubieran
disparado con un lanzallamas. Es estúpido que lo diga, nunca me han atacado con
uno de esos. De hecho, sólo los he visto en las películas. Sin embargo me arde
la carne como si me hubieran arrancado la piel… y hace frío… y tengo hambre.
No he comido en ¿Cuánto? ¿Dos, tres días? Mi debilidad me
hace imaginar. Me hace ver cosas que yo sé imposibles. Como el cielo iluminado
por esas bolas de fuego. Je… me rio. Si lo digo así parece que hablo de
estrellas. Pero esas no son estrellas, son llamas girando sobre sí mismas, y
ese no es el cielo. Más bien parece el techo de una caverna.
Ni siquiera drogado he visto esta clase de cosas. Y sé que
no son drogas porque no soy un maldito adicto. Iba a usar el dinero para
recuperarme… pero ni siquiera recuerdo haber consumado el asalto.
A ver, hagamos cuentas. Fui a ver a Pedro el miércoles. Ese fue
el último día que comí. Me prestó una pistola. Me sentí tan autosuficiente con
ella en la mano que ni siquiera pregunté cómo se usa. Pedro se debe estar
riendo de mí.
El jueves hice una visita al blanco: una ferretería en el
suburbio. Como esperaba no tenía vigilancia. Conté como 12 empleados, 10
hombres y dos mujeres en el mostrador. La cosa debía ser sencilla: llegar
apuntarle en la cabeza a una de ellas, pedir el dinero y correr como perseguido
por el diablo. Volví el domingo a
concretar el asunto pero estaba cerrado. Que estúpido, no se me ocurrió que
descansarían los domingos.
No… no, no fue domingo. No pude pasar tantos días sin comer.
Habrá sido al siguiente día. Como sea. Volví un día después con una malla en el
rostro, entré como si nada y apunté en la cara de la cajera. Gritó y comenzó a
llorar. Un tipo… un cliente quiso hacerse el héroe.
-Chico –me dijo-, más vale que bajes el arma y te largues.
-¡Cállate o te lleno la cara de balas puto! –le grité apuntándolo.
-Hijo… -respondió con una pasividad que me asustó-, para eso
primero tienes que quitarle el seguro al arma.
Pedro se debe estar riendo mucho de mí.
En ese momento no supe qué hacer y los tipos del lugar se me
echaron encima con llaves, palos y otros objetos metálicos. Lo siguiente es la única
parte que salió según el plan: corrí como perseguido por el diablo.
Corrí hacía el centro. La intención era llegar a la torre
Casino y perderme entre los vendedores. No sé de donde salieron los policías. Me
metí en el primer edificio que pude. Corrí hasta el techo. Subí escaleras como
si se me fuera la vida en ello. Que estúpido, me acorralé solito.
Por un momento me sentí aliviado. No sé qué pensaba, qué dirían:
¡ah que hueva subir, ya déjalo!
Llegaron jadeando tras de mí. Jadeando, pero llegaron. Aquí
la cosa se pone difícil. No estoy seguro de lo que pasó. Recuerdo que el puto policía
me disparo. Pero no me dio… ¿O sí?
Sentí un golpe en el hombro… cómo si me reventaran la
articulación. ¡El maldito me dio en el hombro! Pero… no tengo nada. Ni un hoyo
en la camisa.
¿Me caí o me tiraron? Creo que el disparo me hizo perder el
equilibrio.
Esto si lo recuerdo claramente. Me empezó a doler la
espalda. Algo dentro de mí empujaba por salir, como si me fueran a salir un par
de aliens de los omoplatos. Sentí como reventaba mi espalda y la sangre
salpicando el piso. Me detuve en el aire, y un tornado de fuego me envolvió en
ese momento.
Y luego… aparecí aquí en este maldito intento de País de las
Maravillas trepado en esta roca del tamaño de una colina.
-¡Hey tú! ¡El chaparrito no muy alto! –me grita una voz.
-¿He? ¿Qué chinga…?
-¡Aquí abajo! –dice la voz. Me asomo. Un hombre con cola me
hace señas con las manos…. ¿con cola?
-¡Bienvenido al infierno!
Oh… mierda…
Pedro se debe estar riendo mucho, mucho de mí.
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