Ese tipo que ven sentado con aire misterioso en esa banca se llama Zack. Su aire misterioso se debe a qué está planeando asaltar una tienda de autopartes del otro lado del parque. En su mente repasa una y otra vez lo que está a punto de hacer mientras se arma de valor. Es necesario porque tiene miedo. Nunca ha cometido un crimen. Nunca pensó que se vería obligado a cometer uno. Se debe estar preguntando cómo llegó a este punto. Pues bien, es simple: está desempleado y desesperado.
Su historia, como la de todos, comienza mucho antes de haber llegado a este mundo. Sólo que la suya se remonta al pasado primigenio de la humanidad, porque es un ángel, aunque no lo sabe. La forma en cómo llegó a encarnarse en un ser humano es un misterio, pero nació como todos los hombres: en medio de sangre, dolor y sufrimiento.
Su madre, que era una mujer muy atractiva, conoció a su padre una noche en un bar. Ella estaba casada con un maestro de historia de la universidad. Esa tarde, una vecina le había contado que su marido la engañaba con una estudiante. En su despecho se acostó con el cantinero.
Cuando se aclaró que lo que había dicho la vecina era un rumor malintencionado, la madre de Zack se odió así misma por su adulterio, pero odio más al fruto del mismo. Jamás confesó su pecado.
En sus primeros años, mientras era repudiado por su madre, Zack encontró cobijo en su padre, el historiador. Hasta que éste murió de un paro cardiaco. La madre murió de pena al poco tiempo. Zack tenía siete años
Entonces apareció el padre biológico: un cantinero alcohólico y desempleado, que lo único que le enseñó a su hijo fue a preparar buenos tragos, y a distinguir las drogas malas de las buenas.
Zack tuvo que dejar la escuela. Las raras ocasiones en que su padre tenía empleo, tenía que ayudarlo a conservarlo. Preparaba las bebidas alcohólicas que el padre no hacía por hallarse muy ebrio o muy drogado.
Y a pesar de que su padre le arrebataba las propinas que ganaba para pagar sus drogas y sus putas, no se amilanaba. Con lo poco que no le quitaba, Zack se compraba libros. Nunca tuvo amor por la literatura, en cambio amaba la historia. Sin duda, herencia de su figura paterna. También le encantaba la teología, los mitos del origen del mundo y los relatos sobre ángeles, herencia de su propia naturaleza. Sin embargo, al mismo tiempo sentía gran aversión hacia Dios y sus diferentes credos.
Así pasó de bar en bar, como un joven callado que leía libros entre tragos. Hasta que fue suficiente hombre para abandonar el techo de su padre. Siendo honesto no podría decir que fuera muy joven cuando se emancipó, pero tampoco era grande.
Nunca tuvo un amigo, al menos hasta que conoció a Sari, que trabajaba de mesero en el bar donde él servía los tragos. Sus infancias, sin ser iguales fueron suficientemente similares para unirlos. Compartían el gusto por los libros, aunque Sari era un poco menos entusiasta.
Al poco tiempo Zack se enamoró de una bibliotecaria. La chica encajó perfectamente entre los amigos. Ella y Zack se fueron a vivir juntos adoptando dos gatos. Junto a Sari idearon un negocio en el que invirtieron todos sus ahorros.
Parecía que el futuro era bueno. Zack sonreía mucho esos días, cosa que no hizo tanto en su infancia. Y ahora se pregunta “¿Que fue lo que hice mal?”. Bueno, es simple. Dejó que su novia y su mejor amigo tuvieran una relación por sí mismos. Se volvieron amantes y huyeron con su dinero, y sus gatos.
¿Qué hizo entonces? Recurrió a un viejo amigo de su padre: Pedro. Si alguien podía darle alguna solución a sus problemas ese era Pedro, y Pedro le dio una pistola. “Hay muchos modos en que puedes usarla”, le dijo, “sólo asegúrate de que nadie pueda rastrearla hasta mi después de que lo hagas”. Pedro es un buen amigo.
Le llevó unos días quitarse el cañón de la cabeza, y otros más en pensar en un asalto. Primero pensó en el robo a mano armada, pero analizó las posesiones con las que carga una persona promedio y concluyó que tendría que asaltar varias veces al día para obtener algo que valiera la pena. Fiel a la ley de las probabilidades concluyó que se arriesgaba demasiado. Tenía que dar un único golpe que le diera recursos suficientes para vivir en lo que encontraba un trabajo. Pero su mente empezó a moverse. Si obtenía suficiente con eso tal vez no tendría que trabajar durante bastante tiempo, podría dedicarse a leer, que es lo que realmente le importaba. Así que asaltaría un banco.
“¿Cómo diablos voy a asaltar un banco?”, se preguntó en ese momento. Así que pensó. Lo mejor que podía hacer era elegir un blanco lo más lejos de su casa, donde no hubiera vigilancia y que presumiblemente obtuviera altas ganancias. Buscó durante varios días hasta que dio con una refaccionaría; sin policías, con la mayoría de la gente tras un mostrador, y el resto en una bodega.
Eso nos trae a este momento, en que Zack acaricia el arma bajo su gabardina negra.
Finalmente se levanta y se dirige derecho al establecimiento. Se detiene al final de la banqueta para dejar a un vehículo estacionarse. De él salen dos hombres disparando. En medio de las balas Zack se tira asustado bajo una banca. Los sujetos entran a la tienda de autopartes consumando el asalto que tenía Zack preparado.
Pegando gritos y disparos al aire se vuelven a su camioneta y se largan a toda velocidad. Zack queda
estupefacto en el piso. Sabe que pronto habrá policías en el lugar y el sostiene una pistola entre sus manos. Se incorpora con una sola idea en la mente: “tengo que salir de aquí”. En eso escucha un grito: ¡Hey tú, alto!
“¡Genial!”, se dice sarcástico, “a l azul de la cuadra se le ocurrió pasar a ver”.
El uniformado no lo amenaza ni lo acusa. Si Zack hubiera elegido detenerse un instante el oficial sólo le habría preguntado que vio. En vez, corre, y el agente de la ley corre tras él.
Mientras su perseguidor va pidiendo apoyo por radio, Zack huye zigzagueando entre las cuadras. Él no es atleta, no podrá huir por mucho, así que busca un lugar donde ocultarse. Inconscientemente se dirige al centro, ahí hay un edifico que siempre tiene las puertas abiertas. Su entrada es usada como puesto por vendedores callejeros, y los habitantes viven ignorando que desde su azotea se aprecia la vista más hermosa de la ciudad. Zack lo sabe, porque ahí solía hacer el amor con la mujer que lo abandonó.
Llega y sube corriendo. Va jadeando escalón por escalón. Corre sin voltear a ver, puede oír las firmes pisadas que lo persiguen. “¿Qué nunca se cansa ese tipo?”, se pregunta y en su mente busca un modo de escape. Podría esconderse y esperar no ser encontrado, pero no haya mucho donde hacerlo. No iba a llegar a un apartamento y decir: disculpe que lo moleste, me persigue la ley, ¿me permite esconderme en su hogar con su familia?
La construcción de 42 metros de alto está muy pegada a otra un poco menos alta. La distancia entre ambas paredes forma un callejón de no más de cinco metros de ancho. Es una caída de dos metros. “Si tomo suficiente impulso puedo llegar hasta ahí”, se dice abriendo de una patada la puerta de la azotea. Desde ahí se puede admirar el ocre reflejo metálico de la refinería echando humo sobre el mundo. El sol pega de lleno sobre la ciudad y sobre los ojos del fugitivo. Aun así lo intenta, corre con toda su fuerza hasta llegar al borde… pone el pie en la cornisa tomando el último impulso, en un parpadeo inconsciente mira hacia abajo y… -mejor no-, dice sosteniendo el equilibrio en el borde.
-¡Alto ahí! –gritan tras él. El oficial le ha dado alcance. ¡Las manos en alto! –ordena desenfundado su revólver.
Zack voltea sin pensar. Aun lucha por mantener el equilibrio. Se dice estúpido, pero es demasiado tarde. Presa de la adrenalina saca el arma oculta entre su ropa y amenaza al oficial. Alcanza a decirse estúpido una segunda vez, ¡no tiene idea de cómo se usa una pistola! ¡Ni siquiera sabe si está cargada, como cargarla, o qué tipo de balas usa! ¡Pedro no le explicó nada! Es una pena que el oficial no sepa nada de eso. Dispara impactando de lleno el hombro de Zack. Más de lo que se necesitaba para hacerlo caer.
Y al ir cayendo Zack siente un terrible dolor en la espalda, como si le explotara por dentro. Sólo lo siente, no hay tiempo para pensar. Sólo hay dolor y miedo… y luego, nada.
Para recibir estas fumadas de peyote en tu mail, pidelo en comentarios
No hay comentarios:
Publicar un comentario