A diferencia de los nómadas que bloqueaban su camino en el It Boğaz, los qirmizi confiaban demasiado en su reputación. Durante las guerras de pacificación que siguieron al establecimiento de los ducados infernales, un puñado de ellos había conseguido doblegar a los guerrilleros de Güom… arrasaron el desierto, eliminaron aldeas enteras, sembraron el terror a lo largo del extremo austral del Erebo, y cuando el señor Belial partió en conquista del Edén contradiciendo al príncipe del Hades, partieron con él. Los vencidos los llamaron Qirmizi, “rojo” en su lengua, por el color del que teñían sus capas cuando mataban.
Para que protegieran su reino, Belial dejó a dos batallones completos de ellos, y a sus comandantes, a uno lo nombró senescal, y al otro lo hizo regente.
El Regente, que en su tiempo fuera un fornido y orgulloso ángel, había envejecido extrañando su viejo hogar en el Empireo. Era, sin saberlo, la viva imagen de lo que se había vuelto la guardia Qirmizi: un viejo encorvado, petulante, soberbio, corrupto, arrogante y débil con exceso de confianza.
Para los ángeles que sólo perecen por voluntad propia o por mano ajena, el recuerdo del terror en la cara de sus victimas se hallaba fresco en su vetusta memoria. Sin embargo, a pesar de su milenaria longevidad, los diablos envejecen y mueren… y dejan muchos hijos aplastando el viejo miedo con un renovado odio.
Días antes Zack había cuestionado a Zefiro:“¿cómo pretendes que derrotemos a esos tipos? Ni siquiera sabemos donde están”. Ella comenzaba a perder la paciencia con el joven, y con la misión. Llevaba semanas persiguiendo la caravana a ciegas. Había pensado que los ángeles tomarían el camino del valle, pero al paso de los días cayó en cuenta del error.
Para su fortuna, justo en ese momento en el que Zack discutía, un pequeño colibrí rojo apareció aleteando entre los árboles marchitos. “¿Aprendiste a usar el arco como te dije?”, le preguntó en respuesta. “Si, pero no muy bien”, contestó él. “Trata de mantenerte vivo y déjame todo lo demás… Estamos cubiertos”, dijo ella levantando las manos. El ave se le acercó con su característico aleteo nervioso con un mensaje amarrado en la pata. Zefiro lo tomó: finalmente recibía noticias de sus amigos en el paso Nanga Parbat. Lo leyó y lo arrugó cerrando el puño con fuerza: el Regente había tomado el paso más largo entre las montañas. Podía ser un moneda al aire, los estrechos caminos de los escarpados no daban espacio para maniobrar en combate.
En el caso de ella sólo se podía ir hacia atrás o adelante, mientras los ángeles además podían hacerlo hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, izquierda, o la dirección que desearan extendiendo sus alas. Así que decidió atacar en el estrecho It Boğaz, pues la cercanía de las paredes reducía el rango de vuelo de sus enemigos, por ello mandó a Cecil a bloquear la vía de escape con un derrumbe, y por lo mismo se plantó frente a los qirmizi montando un triceratops con su arco listo para disparar. A su lado, montando otra bestia prehistórica estaba un demonio de largos cuernos empuñando un hacha, y tras él, una decena de guerreros Güom del desierto.
Ichy no era estupido, al contrario, su astucia lo había vuelto capitán de tropas más experimentadas que él. Incluso algunos de sus soldados habían luchado en la guerra contra los Elohim.
Miró hacia arriba, a ambos lados del quebrado paisaje del It Boğaz haciéndose una rápida idea del caos que sería combatir al vuelo dentro de la densa niebla. Sin saberlo vio los ojos de Zack escondido. Pensó que había una tropa esperando en lo alto. Cosa que empeoraba la situación y además acertada. A pocos metros del hombre, en ambas paredes se ocultaban arqueros en los recovecos. La única opción era una retirada, planeando hacia abajo dentro de la profunda hendidura entre las montañas, hasta un claro o el valle de ser necesario. Seria peligroso. Eran zonas inexploradas.
La batalla seria corta, así que no perdió tiempo en entablar combate directo, en su lugar dio la orden de salvaguardar al Regente mientras él y sus tropas comenzaban una escaramuza de distracción. Sin embargo, a pesar de gritar las precisas instrucciones, sus viejos y confiados guerreros lo ignoraron. Salieron del carro levantando vuelo: el modelo típico de combate angelical.
Al primero de ellos le cayó una roca en el casco que lo mató en el acto. Al segundo le cayó el cuerpo inerte del primero. El tercero salió tropezando con sus camaradas caídos y una lluvia de fuego cayó del cielo. Flechas y otros proyectiles encendidos golpeaban a sus tropas; las mantas se incendiaban, los cascos entorpecían la visión. Ichy se vio obligado usar como escudo viviente a Dozai que fue perforado por decenas de flechas. En su ultimo estertor maldijo a Ichy que arrojándolo al vacío brinco del carro mientras sus desordenadas eran abatidas. Aquellos que no salieron del carro fueron arrastrados dentro al fondo del desfiladero por los thestrals que en su espanto perdieron los estribos y cayeron.
Hasta Zack disparaba a todas partes sin apuntar y sin atinarle a nada.
Con el primer carruaje fuera del camino Zefiro vio un paso hacia su objetivo. Espoleando su montura arremetió. El demonio cornado la siguió enterrando los cuernos de su montura el los indefensos thestrals que brincaban relinchando de terror. De un brinco y expandiendo sus alas en actitud intimidante, Ichy atacó el jinete. Éste, como quien se quita un insecto de enzima, de un manazo arrojó al qirmizi hacia el desfiladero.
Él y Zefiro continuaron sus embestidas contra carro en el que iba el Regente, obligando a un segundo escuadrón a improvisar con un muro con sus escudos. A la vez, el Regente que había visto al diablo blandiendo el hacha apresuraba su retirada dando instrucciones. ¡Asegúrenlo, -gritaba ordenando- hay que sacarlo de aquí y largarnos!. “No puedo perder al djinn…”, se decía, “el Senescal me mataría”.
-¡Eres un imbecil!-, berreó pateando a su sobrino:-¡te dije que un día nos meterías en problemas!, ¡¿Qué esperas?!, ¡sal de aquí idiota!-, siguió pateandolo, pero éste, aterrado, se negaba a moverse y comenzaba sollozar.
-¡¿Qué te sucede idiota?!, ¡es sólo un estupido diablo!-, vociferó el Regente.
-Yo… yo… no debería estar aquí-, gimió Aladriel. “Me prometió que yo no estaría presente… ¡Me lo prometió!”, se decía en su cabeza angustiado: “no debería estar aquí”.
-¡Ha!, estupido…-, murmuró su tío… abandonándolo.
En ese momento, mientras corría tropezándose con su traje, alguien gritó su nombre:-¡Rigel!
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