-Sólo explícame un cosa, ¿por qué te dicen “El Demonio?”-, preguntó Dozai.
-Pues… - balbuceó Ichthyostega, -porqué soy un demonio.
-¡¿Un demonio?!, ¡no juegues conmigo niño!
Dozai era un demonio viejo. Había vivido desde antes de la invasión de los fallen. Los odiaba, como casi todos los diablos. Aunque le caía bien este muchacho al que todos llamaban “Demonio”, si por él fuera hubiera llevado la caravana directo al río Estigia para ahogarlos a todos, pero sabia que servirles era mejor que retarlos.
-Mi padre era un demonio-, respondió Ichthyostega, a quien los otros ángeles llamaban: Ichy, “El Demonio”.
-¡Vaya!- dijo Dozai tirando de las correas de los thestrals cuesta abajo a través de un angosto camino en la montaña que llegaba a una intersección de caminos al borde de un desfiladero. -¿Y aun así te dejan usar ese bonito traje?
Ichy era un Qirmizi; un escolta elite: escogidos entre los mejores y mas leales miembros de las familias de sangre real del ducado de Belial. Ichy era el único “demonio” con la dignidad de ser un guardia Qirmizi.
-Mi madre es un serafín.
-¡Caramba!, un miembro de los altos coros. Debe ser muy importante para que puedas ponerte esa capa-, agregó el cochero.
Los Qirmizi se distinguían por usar una capa roja que cubría la parte superior del cuerpo desde los hombros. También usaban un casco cerrado sin adornos, que hacia pensar en la ausencia de boca, pues no debían hablar. Pero Ichy era capitán, así que se tomaba sus excepciones.
-Si…-contestó, terminando la excepción del momento. Le vino un pensamiento sobre su familia, pero lo reprimió. Lo aplastó con el de la misión que comandaba: llevar al regente de Belial y al prisionero hasta el Hades. Había escuchado que se referían a el como un Djinn, y se preguntaba “¿qué es un djinn y que importancia puede tener como para llevárselo al mismísimo príncipe del infierno?”. Desde luego no estaba en su papel satisfacer su curiosidad, pero esperaba tener la oportunidad de hacerlo.
Habían salido de la ciudadela hacía más de cuatro semanas en cinco carruajes tirados por siete thestrals cada uno. El Hades se encontraba a 13 mil kilómetros al noroeste de Belial a través del desierto, hogar de bandoleros, arañas gigantes y los gusanos de las arenas, por tanto, optaron por dirigirse a Nanga Parbat, a siete mil kilómetros al este de Belial a través de una yerma estepa. Él y Doiza, pensaban que era mejor bajar por las montañas hasta el valle Armagedón, y seguir el río Estigia hasta el Flegetonte, pero el Regente, que estimaba perderían una o dos semanas hasta el valle, ordenó viajar a través de las montañas.
Relinchando, los thestrals llevaron a la caravana hasta la intersección en la montaña: dos paredes, prácticamente planas mirándose las caras en la parte norte del paso Nanga Parbat. Apenas unos cuantos metros separaban una de la otra en un estrecho conocido como It Boğaz.
Nanga Parbat era un lugar lleno de mitos y misterio. Ni los nómadas del desierto, ni los cuatreros se atrevían a escalar esas montañas. Además, la caravana iba defendida hasta los dientes. 80 qirmizi se repartían entre el primer coche y el cuarto. En el segundo viajaban el Regente y su sobrino junto a sus guardias personales. El tercero llevaba un guardia qirmizi y al prisionero, mientras que el ultimo cargaba con víveres y 20 miembros de la guardia regular. Además cada cochero era acompañado por un qirmizi. Sólo un valiente muy estupido se atrevería a atacarlos en Nanga Parbat. Por ello, cuando Dozai vio unas pequeñas luces titilando entre la densa neblina del It Boğaz, Ichy sólo señaló: -No te alarmes, son humanos.
-¡¿Humanos?! ¡Esos no son humanos!-. Las almas humanas brillaban con una tenue luz azulada, como si una flama que lucha por no extinguirse brillara a través de un andante cuerpo sin vida.
-Una mierda rara pasa aquí niño. Tenemos que largarnos-, dijo el cochero arreando a los thestrals para que comenzaran a correr… a correr rápido.
El resto de los coches, siguiendo al líder, y viendo las luces en la cara opuesta del estrecho, aumentaron la velocidad. Sin embargo, las tres pequeñas luces hicieron lo mismo.
Ichy las miró analizándolas. A 500 metros el camino hacia un giro hacia el este, separando las paredes rocosas con un desfiladero de cuatro metros de ancho y profundidad desconocida. Las luces se detuvieron dejando a la caravana escapar. “Esto no anda bien”, pensó Ichy, seguido del vuelo de las pequeñas flamas, y al verlas en el cielo cruzando la seca niebla se dio cuenta exclamando -¡son flechas!. Los proyectiles dieron en la pared occidental de la montaña. Envueltas en una pequeña explosión provocaron un derrumbe detrás de ellos.
-¡Ja ja ja!, ese maldito bastardo falló-, canturreó Dozai.
-No creo… -murmuró Ichy-, más bien nos bloquearon el escape.
Detrás de ellos, un arquero agitado miraba su obra. “No irán muy lejos”, pensó. El arquero era Cecil.
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